Desapariciones

Caso Yéremi: «El chiquillo no sufrió. Llegó muerto»

LA RAZÓN accede a las conversaciones de Antonio Ojeda con su compañero de celda sobre la desaparición de Yéremi Vargas.

A la izquierda, Antonio Ojeda. A la derecha, Yéremi Vargas
A la izquierda, Antonio Ojeda. A la derecha, Yéremi Vargaslarazon

LA RAZÓN accede a las conversaciones de Antonio Ojeda con su compañero de celda sobre la desaparición de Yéremi Vargas.

José, un estafador andaluz que derrocha labia, conoció entre rejas a Antonio Ojeda en 2015. Aquel verano coincidieron en el penal de El Puerto de Santa María. Cruzaron chanzas y conversaciones, pero sin llegar a intimar. El destino hizo que a los dos los trasladasen con poca diferencia de tiempo al Centro Penitenciario Botafuego de Algeciras. Asentarse en una nueva prisión nunca es fácil y entre tanto delincuente desconocido, ambos agradecieron encontrar un rostro amigo. Fue así como comenzó a forjarse entre ellos una relación de camaradería que les llevó a compartir celda y confidencias y que sirvió para dar el último empujón a las indagaciones por la desaparición del pequeño Yéremi Vargas.

LA RAZÓN ha tenido acceso en exclusiva a la declaración de este preso: «Un día le pregunté qué había hecho para que le encerrasen y me respondió: “Me acusan de violar a un menor cerca de donde vivo, en Vecindario, Canarias, pero soy inocente. Están muy equivocados. Lo que pasa es que tuve la mala suerte de ver lo que ocurrió. Lo hizo otro, un vecino mío, un desgraciado que se llama ‘El Tani’. No es la primera vez que veo algo malo», me dijo dándose importancia para a continuación preguntarme: “¿Tú conoces el caso de Yéremi Vargas?”. Le dije que sí, que quién no había oído hablar de esa desaparición. Entonces me explicó: “Yo vi cómo lo cogían y quién se lo llevó. Me acuerdo perfectamente. Fue una mujer de pelo moreno, tiraba del brazo del niño. Él iba llorando. Lo metió dentro de un coche. Era un Seat Toledo de color blanco que conducía un hombre”. Aquel día no le insistí más, pero me quedé con la mosca detrás de la oreja. Me pareció muy extraño, sospechoso, diría yo, que Antonio hubiese presenciado de forma directa dos hechos tan graves».

Para José la estafa es economía de supervivencia. Sabe que está mal y que si le pillan tiene que pagar, pero agredir sexualmente a un menor, o como en el caso de Yéremi, asesinar a un niño de tan sólo 7 años, supera con mucho los límites de lo tolerable en la escala de su particular moral. Durante días le dio vueltas a un plan. Abordaría con cualquier excusa a Antonio, le sacaría el tema de Yéremi a ver si se le confiaba. Si tenía éxito, llamaría a la Guardia Civil y les contaría los detalles.

«Un día le dije: “Oye, me tengo que cargar a un tío en Canarias. Uno que me la hizo muy gorda. ¿Tú como te desharías del cuerpo para que no me pillen?”. Me respondió: “Eso es fácil. El sitio ideal para deshacerte de un cadáver es un vertedero que tenemos en Vecindario, está cerquita de mi casa. He ido muchas veces andando por la parte de atrás y me he colado. Nadie lo vigila. Me he llevado mucha chatarra sin que se dieran cuenta y yo mismo alguna vez he arrojado allí el cuerpo de algún animal muerto”. Me dio muchos detalles».

Antonio Ojeda se explayó, refirió el recorrido de caminos desconocidos para el resto de los mortales y describió el vertedero con mucho detalle. La conversación se vio interrumpida porque Antonio tenía que declarar por videoconferencia acusado de una agresión sexual por la que estaba en prisión preventiva. No le debió ir muy bien, porque cuando regresó a la celda que compartían parecía abatido. «No fui yo, el culpable es ‘‘El Tani’’, como con Yéremi. El chiquillo no sufrió, llegó muerto. Le puso algún tipo de sustancia en la bebida para dormirle, pero se pasó y se murió. Yo vi al pequeño sin vida ya dentro del coche de ‘‘El Tani’’. En un barranco escondido preparó una hoguera con palos y un colchón y le prendió fuego. Luego recogió los restos los metió en una bolsa con la cremallera rota que yo mismo le entregué. Fuimos al vertedero por la parte de atrás y allí arrojó la bolsa».

Los investigadores de la UCO recibieron la colaboración de José como la confirmación definitiva a sus laboriosas pesquisas. Por su cuenta, y después de horas de trabajo, habían logrado llegar a la misma conclusión. Cuentan con numerosos testigos que afirman haber visto a Ojeda rondando el solar en los días previos y en los posteriores a que se perdiera la pista de Yéremi. LA RAZÓN ha conocido sus testimonios: «Me fijé en Antonio Ojeda el jueves 8 y el viernes 9 de marzo de 2007. Lo vi por el solar donde jugaba Yéremi el día anterior a su desaparición»; «En la época en la que desapareció el niño, vi a Antonio Ojeda en el interior del solar en actitud de observación. Acechando. Apoyado en una pared. Estaba solo. Ocurrió más o menos sobre la misma hora en la que desapareció el menor días después»; «Vi a Antonio en los días posteriores a la desaparición de Yéremi. Estaba por la zona, solo, sin aproximarse a las personas que nos congregábamos en las inmediaciones del domicilio de la familia del menor»; «Ese hombre nunca tenía compañía, llevaba siempre gorra de visera y unas gafas de sol que nunca se quitaba. En ocasiones se solía dejar barba. Tenía un aspecto descuidado»; «Por entonces, Antonio conducía un coche blanco, pequeño, que se veía que era viejo. Me acuerdo de que tenía unas pegatinas de unas palmeras en la parte de atrás». Esta testigo reconoció la fotografía de un Renault 5, versión Oasis, de color blanco que le enseñaron los agentes de la Benemérita. Se trataba del coche de Antonio Ojeda.

Ya son muchos los indicios que se amontonan contra Ojeda y que no dejan lugar a la duda. Además, su negativa a responder a las preguntas del juez se ha interpretado como un signo más de su culpabilidad. Así lo dice la jurisprudencia.