Suma de apoyos

Castillo, Cupich y Omella: así auparon a León XIV

Cuando hoy se cumple un mes de su elección, LA RAZÓN reconstruye cómo se cocinó la contundente y rápida victoria de Robert Prevost en el cónclave

León XIV, este viernes, en el encuentro que mantuvo con diferentes congregaciones religiosas en el Vaticano
León XIV, este viernes, en el encuentro que mantuvo con diferentes congregaciones religiosas en el VaticanoVATICAN MEDIA HANDOUTAgencia EFE

Un cónclave sin tejemanejes, negociaciones de «lobbies» de presión ni jugarretas para derribar candidatos en el comedor o los descansillos de la residencia de Santa Marta. «Aquello no fue nada parecido a la trama de la película de Edwar Berger», aclara una fuente eclesial a LA RAZÓN justo cuando hoy se cumple un mes de la elección de León XIV. «No es que quiera dar una visión edulcorada o maquillada de lo que sucedió dentro del Vaticano, es que realmente todo fue rodado», explica a renglón seguido, a sabiendas de que tanto en la elección de Joseph Ratzinger como en la de Jorge Mario Bergoglio sí se dieron algunos que otros episodios que sí podrían asemejarse al filme que ganó el Oscar al Mejor Guion Adaptado.

El motivo está, tal y como comparten los eclesiásticos consultados por este diario, en que se hizo un acertado trabajo de precocinado de la candidatura del cardenal Robert Prevost, sin que él supiera que se había convertido en apuesta de caballo ganador para un significativo grupo de cardenales, aun cuando hubo quien se lo susurraba durante las congregaciones generales previas al encierro. Según ha confirmado LA RAZÓN, con el tiempo suficiente en esos días se configuró el eje púrpura Perú-Estados Unidos-España en favor del religioso agustino. Tres hombres fueron claves para aglutinar los apoyos necesarios en la primera votación de sondeo del miércoles por la tarde como para que Prevost ya se situara a la cabeza en el ranking para que el tanteo se convirtiera en algo más que una declaración de intenciones. O lo que es lo mismo: alcanzar un número más cercano a la treintena que a la veintena.

Para lograrlo, el cardenal arzobispo de Lima, Carlos Castillo, que ha compartido con Prevost no pocos desafíos, como la disolución del Sodalicio de Vida Cristiana por corrupción y abusos, se hizo su valedor entre los votantes latinoamericanos. «No era complicado, porque nadie ve a Prevost como un gringo», comentan desde Roma a este periódico. El cardenal arzobispo de Chicago, Blase Joseph Cupich, titular de la ciudad natal de Prevost, hizo el correspondiente barrido por Norteamérica, sabedor de que no debía llamar a algunas catedrales de su país, pero que sí tenía garantizados de partida al menos cuatro votos estadounidenses, dos canadienses y el del nuncio Christophe Pierre. La tercera pata la habría completado el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, al que se atribuye el respaldo a Prevost animando a españoles, europeos y a algún curial.

De esta manera, los votantes identificados con la reforma puesta en marcha por Francisco en estos últimos doce años apostaban por concentrar sus esfuerzos en una de las personas de máxima confianza de Jorge Mario Bergoglio en estos años: el misionero que fue prior de los agustinos, al que convirtió en obispo en Perú y al que designó hace dos años como prefecto del Dicasterio para los Obispos, adquiriendo así una experiencia determinante tanto en la Curia como a la hora de conocer y ser conocido por quienes entraban en la Sixtina.

La discreción con la que estas birretas se movieron en el precónclave permitió ir aglutinando apoyos, mientras la opinión pública y publicada italiana daba por hecho que el papado volvería a su terreno de la mano del secretario Pietro Parolin como principal espada, aderezando otros nombres como el filipino Luis Antonio Tagle. Tan solo algún foro ultracatólico, que temía una posible victoria de Prevost, activó una campaña difamatoria contra él aireando una supuesta errada gestión de un caso de abusos cuando fue obispo de Chiclayo, un episodio que ya había sido investigado por parte de la Santa Sede y cerrado en favor de una impecable intervención de Prevost. Sus propios hermanos agustinos sabían que su nombre cotizaba al alza de puertas para adentro, aunque fuera las apuestas apenas les señalaban y así se lo comenzaron a hacer saber. «Todo, en manos de Dios», respondía, esquivando cualquier comentario dentro de esta templanza y reserva que lleva adosadas en su ADN.

Sin embargo, él mismo buscó un segundo plano en las congregaciones generales. De hecho, solo intervino una vez con una alocución que todos califican de «técnicamente impecable», pero concentrada principalmente en la necesidad de reforzar la formación integral de sacerdotes y obispos, esto es, acotada a radiografiar el área temática que le había encomendado el Papa fallecido.

Fue así cómo se llegó a esa primera votación ante los frescos de Miguel Ángel y con la brisa fresca del Espíritu Santo, el actor principal de la elección que actúa a través de quienes escriben en las papeletas. Como en cónclaves anteriores, también se dio una dispersión de nombres, pero menos de lo esperado. Y es que, quienes buscaban fortalecer la segunda recepción del Concilio Vaticano II que apuntaló Francisco, optaron por concentrar su voto de primeras al norteamericano y no experimentar con nombres tan reconocidos como el arzobispo de Marsella, Jean-Marc Aveline, al que el propio Bergoglio llamaba Juan XXIV. Tras depositar las papeletas en la urna, el recuento situó a Robert Francis Prevost al frente, con una diferencia sustancial con respeto a los otros dos cardenales más votados: Pietro Parolin y el húngaro Péter Erdö. Y es que, a los sufragios ya previstos a su favor, se sumaron otros tantos que, sin haber sido consultados, veían al estadounidense como el aspirante más idóneo y completo para la Sede de Pedro.

Antes de iniciarse la clausura vaticana, se barajaba con la posibilidad de que Parolin contara con cerca de cuarenta votos en el sondeo, lo que habría generado una corriente a su favor que podría haber sido imparable. Pero no fue así. Se dio por hecho que el italiano aglutinaría el voto moderado y el ultraconservador. Sin embargo, la facción más nostálgica y antiFrancisco le negaron el voto de primeras. El motivo es doble. Por un lado, querían encumbrar a uno de sus portavoces, en este caso Erdö, para hacerse valer como minoría de presión en caso de que el propio Parolin necesitara de sus apoyos. Por otro lado, querían hacerle ver al secretario de Estado que «no le perdonaban el hecho de haber sido cómplice de Francisco en la negociación con la China comunista el acuerdo del nombramiento», asegura una fuente vaticana consultada. Lo cierto es que esa división del voto conservador también permitió allanar el camino a Prevost.

De hecho, según relatan quienes vivieron el cónclave en primera persona, la cena y la noche en la residencia de Santa Marcha fueron «mucho más tranquilas de lo esperado». «Ni hubo reuniones para hacer campaña ni pedir el voto por Prevost ni hubo que desmentir bulos por las mesas como algún cardenal hizo en su momento contra Bergoglio», expone otra voz consultada. De la misma manera, desmiente que Parolin o Tagle se retiraran públicamente de la carrera papal. «No hizo falta, de verdad, todo fue mucho más natural. Se dio por hecho que Prevost era la persona», comenta otro consagrado a LA RAZÓN. «Si hubiese querido, se habría puesto a escribir esa misma noche el discurso que pronunció en la logia», expone un purpurado que ya en ese momento estaba convencido de su victoria. Así pues, no hubo sorpaso, como publicó en un primer momento la prensa italiana, porque Parolin no lideró la primera votación.

No andaba mal encaminado en su predicción. En la primera votación del jueves por la mañana, esto es, en la segunda del cónclave, se sumaron otros tantos cardenales. En la siguiente, que tuvo lugar antes del almuerzo, un purpurado presente en la Capilla Sixtina confirma a este periódico que prácticamente abrazó los 89 votos, esto es, los dos tercios obligatorios para ser elegido Papa. Fue en ese camino de vuelta a casa, cuando un trabajador del Vaticano confiesa que vio a los purpurados especialmente relajados. A todos, menos a uno, que iba el último y meditando: Robert Prevost. Consciente de que no había vuelta atrás, aprovechó el descanso hasta la cuarta y definitiva votación para elaborar ese primer discurso que dirigiría al mundo reclamando «una paz desarmada y desarmante» que ya cumple un mes. León XIV fue elegido en la cuarta votación por una mayoría que quienes fueron partícipes llegaron a calificar de «absolutísima», en tanto que alcanzó mucho más de cien votos de los 133 totales.