Salud
Centeañeros: Mañana cumplo 100 años
Benita Gil García no tiene la fórmula de la eterna juventud, pero sí las claves para disfrutar de una vida longeva en plena forma: buen apetito, templanza en la vida y sosiego en la mente para dormir bien
Benita Gil García no tiene la fórmula de la eterna juventud, pero sí las claves para disfrutar de una vida longeva en plena forma: buen apetito, templanza en la vida y sosiego en la mente para dormir bien.
Buen apetito en la mesa, templanza en la vida y sosiego en la mente para conciliar bien el sueño. Así de sencilla es la fórmula magistral de Benita Gil García para llegar a los 100 años. Septiembre es el mes de la ancianidad en Japón y, puesto que España encabeza con el país nipón los índices de longevidad más altos, hemos ido en busca del anhelado elixir de la eterna juventud. De todos los caminos posibles, podríamos haber escogido Palo Alto, en el corazón de Silicon Valley (California). Allí un centenar de gurús adinerados están dispuestos a pagar 8.000 dólares por una dosis de dos litros y medio de plasma de sangre adolescente bajo la promesa de recuperar el vigor físico y mental de los veinte años. Pero se hace difícil confiar en semejante fantochada sabiamente ideada para ejecutivos en cuyas cabezas mugen, como una fatídica sentencia, aquellas palabras de Mark Zuckerberg: «Los jóvenes son más inteligentes».
El camino elegido nos lleva a Becedas, el pueblo abulense donde reside Benita, una mujer que pasea su siglo de vida con una apostura que llama la atención. A esto se le llama envejecer de forma activa y saludable. Madre, abuela y bisabuela. Envejece, sí, pero lo hace con dignidad e independencia. Con arrugas y canas, pero sin alzhéimer, diabetes, insuficiencia cardiaca u otras patologías asociadas al envejecimiento. Tampoco sus huesos presentan la fragilidad de un anciano y exhibe ante la cámara su flexibilidad alzando una pierna a la altura casi del hombro. Hace años que no visita al médico. Su hija Isabel nos lo cuenta: «El invierno pasado, especialmente crudo en esta región, no sufrió ni un mínimo resfriado. Su único achaque, la tensión y una artrosis incipiente, aunque esto tampoco le da excesivos quebraderos de cabeza. No padece ningún dolor y se preocupa de estar siempre bien depilada y aseada. Prepara delicadamente sus cosas y se hace cada día su cama. Desde hace un tiempo, no perdona su cervecita a mediodía. Sin alcohol. De vez en cuando, toma su ración de callos y le encanta el sabor picante».
Admirable, casi milagroso en un país donde el 20% de la población jubilada vive en condiciones deficientes. Por si fuera poco, Benita nos deleita con el Romance de la condesita: «Lloraba la condesita, no se puede consolar; acaban de ser casados y se tienen que apartar...» También recita otros poemas de Gabriel y Galán que aprendió de pequeña y guarda intactos en su memoria. Becedas queda fuera de cualquier lista que mencione los lugares más longevos del mundo, pero son muchos los que van cumpliendo años con plenas facultades físicas y mentales y disfrutando de calidad de vida. Igual que en la región de Barbagia, en Cerdeña, donde una de cada 169 personas es centenaria, o la Isla de Okinawa, en Japón, uno de los puntos con mayor longevidad del mundo, se advierte en Becedas un sentimiento de comunidad que proporciona a sus mayores suficiente respaldo emocional. Tomás, el cartero, murió recientemente con 104 años. Aun echan de menos sus paseos por el pueblo con la misma agilidad que cuando tenía 60. Y sus poemas. Puede que esa sensibilidad poética sea la impronta que dejaron a su paso por la localidad Santa Teresa de Jesús y Miguel de Unamuno.
Todos ellos pertenecen a la nueva generación de centeañeros o, como dice el profesor de Stanford Robert Pogue Harrison, juvenescentes que portan un mensaje muy claro: «No seremos viejos más tiempo, sino jóvenes durante más años». ¿Cuál es el secreto para vivir más y mejor que la media de los habitantes de este planeta? Benita no necesita suplementos porque su dieta rica en legumbres, frutas, verduras, carne y pescado ya contiene de forma natural los antioxidantes, vitaminas y minerales, grasas saludables u omega 3 que su cuerpo necesita para seguir funcionando. Le gusta leer y apaga la tele para evitar que todo ese revoltijo de personajes e imágenes empañen sus anécdotas gentiles y recuerdos, unas veces desdichados, otras deliciosos. «Podría contaros todo tipo de chascarrillos», bromea.
La fe ha sido un bálsamo para sus tormentos y para prevenir el derrumbe mental en momentos infelices o faltos de recursos. «Creer en Dios me permitió perdonar a quien, por accidente, segó la vida de mi hijo cuando yo solo tenía 26 años y él 20 meses». Una a una, nos muestra el inventario de sus cicatrices, las que ve en su rostro cada mañana al mirarse en el espejo. Sus palabras vienen a ser una réplica del pensamiento del escritor Paul Auster: «Rara vez piensas en ellas, pero cuando lo haces, entiendes que son marcas que deja la vida, que el surtido de líneas irregulares grabadas en la piel son letras del alfabeto secreto que narra la historia de quien eres, porque cada cicatriz es la huella de una herida curada y cada herida es el resultado de una inesperada colisión con el mundo». En «El libro de las ilusiones» escribe también: «Cuando alguien no espera nada, más le valdría estar muerto». ¿Qué espera usted para los próximos años, Benita? «Que no haya habitaciones grandes para niños mientras otros duermen en cartones», responde con un tono compasivo mientras sus ojos grises se humedecen.
Educados para vivir más
Estudios del Instituto de Gerontología de Tokio concluyeron que alos factores para la longevidad van desde la propia genética, la crianza, el desenvolvimiento social y el ejercicio físico, hasta el clima y la calidad de los servicios sanitarios. El ejemplo de nuestra protagonista invita a reflexionar a los gobiernos y también a los ciudadanos. Habría que educar a la sociedad en una vida longeva. Ella es solo el primer indicio de la longevidad que se avecina. ¿Estamos listos para vivir más de 100 años? La ciencia no flaquea en su empeño. Está dispuesta a curar el envejecimiento, frenarlo y revertir el proceso de deterioro, aunque aún no se sabe de ningún ser humano que haya conseguido burlar la senescencia programada. Envejecer es una imposición de la naturaleza por mucho que nos duela mirarnos al espejo y descubrir nuestra vitalidad menguada, el músculo caído, la piel frágil, torpeza física o la falta de esa libido que tantas alegrías le dio al cuerpo. De ahí el desafío, casi obsesivo, de médicos, biólogos y científicos de cualquier rama. Los laboratorios estudian unos 200 compuestos geroprotectores que actuarán en el organismo antes de que se inicie su declive. Ya no suena descabellada la idea de reparar, casi de forma rutinaria, aquellas partes del cuerpo que van sufriendo el desgaste del tiempo mediante órganos de bioreemplazo a partir de nuestras propias células. Veremos hombres de 70 años con sus testículos a pleno rendimiento y mujeres con un número inacabable de óvulos. Los científicos creen que lograrla es cuestión de tiempo.
Las posibilidades de abolir el envejecimiento son muy amplias. El desafío es asombroso, pero polémico. ¿Puede nuestra sociedad permitirse una generación extensa que supera los cien años? ¿Los tratamientos que requieren serán accesibles para todos? ¿Será capaz nuestro cerebro de almacenar recuerdos de una vida de 100 años o más? ¿Nos hará esto mejores personas? Aubrey de Grey, un científico excéntrico, vaticina que viviremos mil años. «Entre morir de cáncer y aburrirme durante siglos, prefiero lo segundo», anuncia. Quizá debería conocer a Titono, ese personaje mortal de la mitología griega, de una belleza deslumbrante, a quien Zeus le concedió la inmortalidad, olvidándose de darle también juventud eterna. Cada vez más viejo, encogido y arrugado, acabó convirtiéndose en cigarra con un único deseo: Mori, mori, mori (morir).
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