Restringido
¿Creería que este reportaje lo ha escrito un robot?
En apenas 60 segundos y con un coste estimado de 7 euros, un programa informático es capaz de elaborar una noticia. No es ficción. Es un software norteamericano que sustituye a los periodistas y que amenaza con «jubilar» también a los escritores
En el año 2008, la editorial rusa Astral SPb, publicó la primera novela completamente escrita por un programa informático: PC Writer. La única intervención humana fue iniciar la historia que daría el argumento a «Un amor verdadero», el título de la obra. Inspirada en Anna Karenina, trata sobre una serie de personajes que llegan a una isla desierta y sufren de amnesia. Al programa le ingresaron información relacionada con vocabulario, lenguaje y herramientas narrativas de trece escritores de los siglos XIX y XX. Una vez terminada, los correctores no pudieron señalar en la obra, de 320 páginas, nada que demostrara que había sido escrita por una máquina. Y, según declaró el editor, a la mitad del precio.
Hasta hace poco tiempo, el propósito de los robots estaba relacionado con oficios mecánicos y repetitivos. Su capacidad para realizar innumerables veces una misma tarea con idéntica precisión, los convertía en herramientas muy valiosas en la industria tecnológica. Y dejaba a los humanos la oportunidad y el nicho de la creatividad. Suponíamos, hasta hace poco tiempo, que la imaginación, el arte, serían terra incógnita para los androides que jamás serían capaces de ingresar en el terreno de la producción artística. Nos equivocamos. Y puede que en ese error esté el futuro del periodismo en juego. Mientras la agencia Associated Press ya usa robots para redactar noticias económicas, la compañía estadounidense Narrative Science, fundada por Kris Hammond y Larry Birnbaum, directores del Laboratorio de Información Inteligente de la Universidad NorthWestern, han desarrollado un programa informático que escribe artículos periodísticos basados en datos e información disponible en internet. No sólo informes económicos o financieros, también noticias deportivas, reportajes para periódicos especializados en medicina o agricultura. Y les toma apenas 60 segundos cada uno, por un precio de apenas 7 euros. Por si fuera poco apenas comete errores, expertos en idiomas tampoco pueden detectar que es obra de un software y las empresas se lo disputan. El programa de Narrative Science ya fue vendido a 20 empresas que declaran que han incrementado su trafico en la web un 40% gracias a estos artículos.
«Cualquier género de ficción que pueda reproducirse con una ''guía para bobos'' podría ser creado por un algoritmo», defiende Philip Parker, de la escuela de negocios Insead, creador de un programa informático que ha generado más de 200.000 libros, sobre temas tan variados como los 60 miligramos de grasa en el queso fresco o una guía de crucigramas rumanos. «En la ficción romántica, las instrucciones pueden ser muy específicas, página por página. Si pones esa información en el ordenador, ésta puede seguir la fórmula», explica Parker sobre este prototipo que permite decidir los personajes, establecer los escenarios o localizaciones y elegir el género y los mecanismos de la trama. A partir de ahí, tiene las herramientas para elaborar desde una ficción breve de 3.000 palabras a una novela de 300.000. Incluso ha hecho pruebas en verso. «Una computadora funciona muy bien con reglas, y la forma más obvia es la poesía», cuenta Parker.
Pero la literatura no es el único campo invadido por los robots. Para demostrarlo allí está la pintura. Y e-David. Se trata de un robot creado por la Universidad de Constanza, en Alemania, que cuenta con un sistema de optimización visual que le permite no sólo decidir cómo quiere realizar una pintura, sino también los 24 colores que quiere utilizar y hasta los trazos entre cinco tipos diferentes de pinceles. Por si fuera poco e-David firma sus propias obras. Y debería hacerlo ya que recientemente le ha salido competencia. Se trata del droide creado por Sylvain Calinon, del Laboratorio de Algoritmos y Sistemas de Aprendizaje, de la Escuela Politécnica de Suiza. Aunque se dedica específicamente a retratos, este robot sigue también los mismos principios creativos que grandes artistas. Su primera tarea es registrar a la persona que se encuentra delante de él y aislarla del fondo. Aparentemente es una tarea sencilla, pero implica utilizar algoritmos de reconocimiento de patrones y ajustes para compensar las diferencias de iluminación o la posición del modelo. A continuación el software, la materia gris del robot, convierte los datos obtenidos en una imagen y la dibuja con sus «brazos». Unos tan evolucionados que le permiten, cuando corresponde mojar la pluma con tinta para que el trazo siempre sea el correcto.
Obviamente queda un campo fundamental por explorar: la música. Y lo hace de un modo que podría despertar la envidia de reconocidas figuras, tanto de la literatura como de la música. Se trata de TransPose, un algoritmo creado por Hannah Davis, de la Universidad de Nueva York, y Saif Mohammad, del Instituto Nacional de Investigación de Canadá. Esta ecuación utiliza una técnica similar a la que se usa cuando se retratan las temperaturas en el cuerpo humano según las emociones: la ira y el amor producen zonas de calor y frío muy diferentes. Sirviéndose de una estrategia similar, los dos investigadores utilizaron TransPose para analizar los sentimientos y emociones que se encuentran en novelas. Y luego esas emociones las transforma en música. En lugar de asignar colores a la temperatura, asigna notas a las emociones.
El dilema
¿Quién es el autor?
Dada la creciente inclusión de máquinas y en diferentes actividades creativas, nos enfrentamos a la duda: ¿A partir de qué instante se considera que una obra ya no es humana? Si un robot pinta un cuadro, la tecnología que le permitió hacerlo fue pensada por humanos. Pero quien la crea, de principio a fin, es una máquina. Quizás la pregunta correcta entonces sería, ¿la creatividad ha dejado de ser un patrimonio exclusivo del hombre?
Los límites de las máquinas
Y el Nobel es para... el algoritmo
La materia gris de los robots, los algoritmos, son básicamente un viejo conocido nuestro: son manuales de instrucciones, sólo que en formato matemático. Gracias a ellos los robots, los programas informáticos y otros dispositivos reciben las instrucciones que les permitirán desarrollar su tarea. Obviamente no todos los algoritmos son iguales. Los hay sumamente complejos, como los que llevan los robots Da Vinci, capaces de intervenir quirúrgicamente a una persona, otros siguen la evolución económica de los mercados y los más evolucionados logran aprender de cada error y de cada experiencia. La inteligencia artificial en breve comenzará a plantear dilemas. Hasta ahora la inclusión de la tecnología en las artes fue tan sutil que no nos ha planteado problemas, pero existe. Un sintetizador puede reemplazar a una orquesta completa. Una pantalla verde permite crear un mundo en formato digital. Máquinas y seres humanos han comenzado hace tiempo a trabajar juntos para llevar el arte a nuevas escalas. Pero las máquinas comienzan a pedir más sitio. ¿Seríamos capaces de diferenciar un cuadro o una pieza musical hecha por un robot de una hecha por un humano? No lo creo. Por suerte siempre habrá, esperemos, una cualidad que los robots no podrán desarrollar: la ironía.
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