Ciencias humanas

¿Por qué somos así los europeos?

Un estudio genético identifica el origen de la piel clara, la baja estatura de los latinos y la tolerancia a la lactosa propias del continente europeo

La Raza Europea se basa en tres ingredientes: sapiens africanos, agricultores asiáticos y pastores caucásicos
La Raza Europea se basa en tres ingredientes: sapiens africanos, agricultores asiáticos y pastores caucásicoslarazon

Un estudio genético identifica el origen de la piel clara, la baja estatura de los latinos y la tolerancia a la lactosa propias del continente europeo

¿Qué nos hace europeos a los europeos? ¿Por qué en este rincón del planeta los seres humanos desarrollaron individuos de piel más clara, con mayor propensión a tener los ojos azules y el pelo rubio...? ¿Por qué en Europa hay menos intolerantes a la lactosa que en otros continentes? ¿Por qué hay sin embargo tantos celiacos?

Cada uno de nosotros somos el resultado de una larga cadena de cambios genéticos, una línea de mutaciones que fueron convirtiendo a nuestros ancestros es seres más aptos para la supervivencia. Los grupos humanos, la familias, los clanes comparten buena parte de ese pasado que tiene mucho que ver con el territorio que han ocupado, con los cambios a los que se vieron sometidos por la presión del ambiente, por las modificaciones en el paisaje y en el clima.

Los humanos actuales procedemos de antecesores que tuvieron que experimentar cambios sustanciales en sus modos de vida. El primero de todos, la colonización de otros espacios. Desde nuestros orígenes en África, los humanos hemos emigrado paulatinamente a todos los rincones del globo terrestre y nos hemos tenido que adaptar a los requerimientos de cada nuevo ecosistema. Pero una de las modificaciones más severas experimentadas por el Homo sapiens tuvo lugar en algún momento entre hace 8.000 y hace 10.000 años. La introducción de la agricultura supuso la mayor revolución en el estilo de vida en la historia de nuestra especie.

Todos esos cambios dejan su huella genética. Los científicos saben que nuestros genes de hoy son el resultado de las alteraciones que hicieron posibles esos cambios o que fueron necesarias para sobrevivir en los nuevos entornos. Ahora, por primera vez, tras estudiar los genes de 230 individuos de la prehistoria europea (de antigüedades entre los 3.500 y los 8.000 años) se ha podido observar la huella genética de nuestra formación como habitantes específicos de este continente. Es decir, se ha compuesto el mejor mapa hasta ahora de los rasgos que nos hacen específicamente europeos.

En el trabajo, publicado ayer por la revista Nature, participan investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y se han analizado, entre otros, restos procedentes de los yacimientos de Atapuerca.

El estudio de los genes de estos restos ha arrojado algunas conclusiones interesantes. Por ejemplo, se puede establecer con mayor certeza cuáles fueron las fuentes genéticas de la población europea actual. Sabemos que nuestra identidad procede de tres componentes: El primero fueron grupos de cazadores y recolectores que descienden directamente de los primeros sapiens emigrados de África hace unos 40.000 años. El segundo, humanos que habían desarrollado la agricultura en el sureste de Asia y la trajeron a Europa. El tercero, grupos de pastores Yammaya que proceden de Siberia y de regiones al norte del Mar Negro durante las edades del cobre y del bronce.

La diversidad de europeos de hoy se basa en esos tres ingredientes: sapiens africanos, agricultores asiáticos y pastores caucásicos. Precisamente la mezcla de estos rasgos es la responsable de que en Europa tengamos caracteres tan dispares como los de un latino y un escandinavo. Somos producto de un prodigioso mestizaje.

Pero, además, las adaptaciones al entorno y la selección natural de ciertos genes han terminado de esculpir nuestro ADN. La difusión de la agricultura modificó considerablemente nuestra dieta. Nos adaptamos a introducir proteínas derivadas de cereales como el trigo, la cebada, el centeno o la avena. En los últimos 8.000 años aparecieron los genes que nos hicieron capaces de digerir estas proteínas. Precisamente en el estudio de estos genes puede encontrarse el origen de la intolerancia al gluten propia de los celiacos o de otras mutaciones asociadas a males muy europeos como la colitis ulcerosa o el síndrome de intestino irritable.

Pero también surgieron familias genéticamente preparadas para consumir lactosa en edad adulta, al contrario de lo que ocurre con el resto de mamíferos que, una vez destetados, desarrollan una incapacidad digestiva para tomar leche. Al parecer, el cambio surgió hace unos 4.000 años, con la mutación de un gen relacionado con la producción de la enzima lactasa que permite digerir la lactosa y que, en los europeos, no deja de funcionar con la adultez. Esa es la razón por la que en Europa las tasas de intolerancia a la lactosa son mucho menores que en el resto del mundo.

Otras 12 mutaciones genéticas descubiertas están relacionadas con la dieta, con la piel clara, con la estatura y con nuestro sistema inmune. Buena parte de los genes relacionados con la pigmentación proceden de la rama de nuestros ancestros que vineron de Asia. Parece que la naturaleza seleccionó aquellos individuos con la piel más clara y que, por lo tanto, tenían más facilidad para absorber radiación del sol, una facultad muy útil en ambientes más sombríos del norte de Europa. Nuestra tez blanca sin duda fue una ventaja en la gélida Europa.

La estatura de los europeos es muy diferente. Las poblaciones situadas más al norte heredaron los genes de los migrantes caucásicos. Los mediterráneos estamos más condicionados por la genética heredada de la vertiente asiática de nuestros ancestros, por lo que somos más bajitos.