Brote de ébola
Cobayas humanas para salvar el mundo
La droga con más papeletas para convertirse en salvavidas de esta crisis es la ZMapp, creada a partir de la nicotina
Utilizar a enfermos de ébola como cobayas humanas. Así de duro, así de claro. La petición del director de Wellcome Trust, el doctor Jeremy Farrar, ha dado la vuelta al mundo. Quiere que se dé permiso a las compañías farmacéuticas que fabrican la única droga experimental contra la infección para que suministren dosis a los enfermos en África y no sólo a los dos ciudadanos estadounidenses que ya la han recibido. Ellos dos y, al parecer, una viróloga de Hamburgo cuya historia ha salido ahora a la luz.
Ocurrió hace cinco años. La doctora estaba investigando con muestras de ébolavirus cuando accidentalmente se pinchó en un dedo. Inmediatamente fue tratada con un cóctel de anticuerpos experimental similar al que ahora reciben los dos voluntarios americanos. La mujer se recuperó, aunque aún no es posible saber si realmente llegó a contraer la enfermedad. Jeremy Farr ha pedido públicamente que todos los infectados de ébola en África corran la misma suerte que la viróloga blanca, europea, joven y sobradamente preparada.
Pero para ello la ciencia debería saltarse algunos protocolos y no precisamente banales. Existen medicamentos antivirales, anticuerpos monoclonales y vacunas en fase experimental cuyo grado de eficacia ha sido testado con diferente éxito en animales. Antes de ser autorizados en humanos es imprescindible realizar test masivos en otros animales y más tarde ensayos clínicos con humanos, en diferentes fases, cada vez con poblaciones más grandes. Si no se hace eso, nunca sabremos qué efectos secundarios tiene el medicamento, cuál es la dosis segura, en qué grupos de edad puede emplearse. Pero el proceso puede durar años... demasiado tiempo para una epidemia que ya está fuera de control.
Existe una alternativa: que los gobiernos de los países donde se fabrican los medicamentos lleguen a acuerdos con las farmacéuticas y tomen decisiones rápidas sobre qué droga es la más apropiada para su uso compasivo. El problema es que, precisamente, los países que están en disposición de realizar esa labor de «lobby» no viven con el riesgo de sufrir el mal en su territorio... de momento.
El último llamamiento de Tom Frieden, el director de los Centros de Control de Enfermedades de EE UU, puede ser decisivo en este aspecto. Con la mayor potencia mundial en riesgo, aumentan exponencialmente las probabilidades de que se dé luz verde al uso generalizado de medicamentos experimentales en seres humanos enfermos.
La droga que mayores papeletas tiene para convertirse en salvavidas de esta crisis es Zmapp, producida por la empresa de San Diego Mapp Biopharmaceuticals. Es un trío de anticuerpos artificiales creado a partir de moléculas de la planta de tabaco australiana (Nicotina bethamiana). Dos anticuerpos tienen patente estadounidense, el otro es de Canadá. Literalmente se trata de un «planticuerpo». Hace que el organismo genere una respuesta inmunológica súbita contra ciertas proteínas del virus del Ébola. Es lo contrario a una vacuna. Éstas generan anticuerpos naturales antes de sufrir la infección. Zmapp introduce anticuerpos de diseño después de ser infectado. Mapp ha recibido en los últimos años ingentes cantidades de dinero de agencias estadounidenses y canadienses como el Departamento para Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa (DARPA) o la Agencia para la Contención de Amenazas (DTRA)... es decir, del Ejército. A quienes financian esta medicina no les interesa la suerte de los africanos infectados, les preocupa que el ébola pueda ser usado como arma bioterrorista en países ricos. De ahí, el llamamiento de Wellcome Trust: «Distribuyamos la droga ya también en África».
Zmapp ha funcionado bien en monos. Los pacientes humanos que pudieran recibir el tratamiento no lo tomarían hasta al menos 10 días después del contagio. No sabemos si en esa ventana temporal funcionará. Tampoco se sabe si es seguro a cualquier dosis, si puede emplearse en niños y ancianos... Las autoridades sanitarias deberán decidir si esas incertidumbres son suficientemente graves como para posponer la distribución del producto. El medicamento podría obtener permiso para que se escale su producción a final de año. Ahora, sólo existen disponibles unas cuantas dosis de la droga para investigar.
«Falsos negativos», una bomba de relojería
Una de las principales estrategias de contención de la epidemia es la prevención de nuevos contagios. Para ello es imprescindible diagnosticar con rapidez todos los casos posibles y aislar a los enfermos. Existen varios métodos de diagnóstico del mal. La inmunofluorescencia consiste en marcar anticuerpos con una sustancia fluorescente para que hagan evidente la presencia de un virus. La fiabilidad de los diagnósticos químicos depende de dos factores: la especificidad y la sensibilidad. Un test es más específico cuanto más eficaz se demuestra a la hora de determinar que un paciente no está contagiado. Y es más sensible cuanto más eficaz resulta para encontrar pacientes con virus. La especificidad es la capacidad de hallar con seguridad resultados negativos, y la sensibilidad, resultados positivos.
En ambos casos hay un margen de error: falsos «negativos» y falsos «positivos». Para la inmunofluorescencia la posibilidad de falsos negativos está entre el 1,8 y el 2 por ciento dependiendo del tipo de análisis.
Otra técnica, conocida como Detención en Tiempo Real de PCR Cuantitativa de Virus, rastrea en la sangre carga genética del agente infeccioso. Su eficacia es mayor, tiene un porcentaje de falsos negativos mucho más bajo, pero no es infalible. Cuanta mayor carga viral tiene el enfermo, más probabilidades hay de que el propio virus inhiba las sustancias que se usan
en el test.
En este panorama, parece evidente que el riesgo de que se produzcan falsos negativos es solo cuestión de estadística.
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