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«Anatomía de Grey»: y el hospital se convirtió en culebrón
La sádica Shonda Rhimes ha creado una ficción en la que la protagonista, Meredith, es una sufrida heroína
La sádica Shonda Rhimes ha creado una ficción en la que la protagonista, Meredith, es una sufrida heroína
El pasado jueves, la cadena ABC anunció que renovaba «Anatomía de Grey» por una décimocuarta temporada. Inmediatamente después de saberlo su estrella, Ellen Pompeo (Meredith Grey), se comió un sándwich mixto de ansiolíticos y antidepresivos para asimilar la noticia. No sucedió, pero es una idea que le prestamos a la creadora de la serie, la maquiavélica Shonda Rhimes, dada su querencia a maltratar psicológica y físicamente a sus personajes que trabajan, se enamoran y sobre todo sufren, en un hospital de Seattle. Y es que desde su inicio, esta ficción tiene todas las trazas de un sofisticado culebrón. No es tan obvio como los iberoamericanos, pero abundan los romances contrariados, los accidentes –hay casi tantos médicos y enfermeras en la mesa de operaciones que en todo el centro hospitalario– y fallecimientos.
La protagonista, Meredith Grey, es una heroína de manual cuyo umbral de dolor emocional no tiene límites. Llegó al Seattle Grace Hospital y la primera en la frente: se enamora del neurocirujano Derek Shepherd, apodado «doctor macizo», con el que inicia una relación sin saber que está casado. Baja de estatus, ya que de novia pasa a amante... alcohólica. Pero su relación es como un boomerang, tan pronto cortan como vuelven. Sufre un daño colateral cuando su amiga Izzie Stevens (Katherine Heigl) se enamora de un paciente al que le tienen que trasplantar el corazón. Días después de pedirle que se case con él, no llegan ni a esposarse «in articulo mortis» porque un coágulo se interpone en sus caminos. Meredith lo siente. Sin embargo, todo puede empeorar, ya que en la tercera temporada se cae de un ferry y está a punto de morir ahogada, aunque más bien fue un intento de suicidio.
Aborto por estrés
En la quinta entrega por fin la parejita se compromete. ¿Eso significa que van a ser felices? No, ya que Shonda Rhimes es una sádica y se saca de la manga una trama pelín tremendista. Meredith se queda embarazada pero no tiene mucho tiempo para celebrarlo, ya que disparan a Derek, que es herido gravemente, y ella sufre un aborto por estrés. Necesita apoyo psicológico. Los espectadores también. A su alrededor los amigos continúan con sus escarceos sexuales y demás romances interruptus. Se riza el rizo en la octava temporada: el avión en el que vuela la doctora Grey junto a sus compañeros se estrella en el bosque. Sobrevive pero muere su hermana.
Si se ve la serie con perspectiva, lo que debería ser un dramón se convierte en un episodio en el que el público ocasional le puede dar la risa floja cuando Meredith, a causa de un apagón eléctrico en el hospital, se cae por unas escaleras, se pone de parto y tiene una hemorragia interna. Todo esto sucede a oscuras a pesar de que se sabe que cualquier centro tiene un generador eléctrico de emergencia.
El Everest de las desgracias de esta mujer sucede cuando su esposo, el «doctor macizo», se queda hecho un guiñapo al ser arrollado por un camión y fallece por una negligencia médica. La audiencia casi perece ahogada en sus lágrimas. A pesar de todo, Pompeo es una mujer afortunada, ya que su personaje tiene más vidas que un gato por cortesía de Rhimes, que se ha hecho famosa en la industria televisiva por «matar» a los personajes cuando los actores que los interpretan ya no le caen bien.
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