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Eurovisión se deja barba
La «drag queen» Conchita Wurst gana para Austria el añejo festival en Copenhague, mientras que la española Ruth Lorenzo logra el 9º puesto
La «drag queen» Conchita Wurst gana para Austria el añejo festival en Copenhague, mientras que la española Ruth Lorenzo logra el 9º puesto
Los golpes de melena mojada de Ruth Lorenzo dejarían a cualquiera con una tortícolis de reposo absoluto de cuatro días. Con collarín y Voltarén cada seis horas. Es lo que tiene salir a ganar, que hay que dejarse las cervicales. Y ella lo dio todo en el escenario danés que acogió ayer el Festival de Eurovisión, en su enésima edición. La española era un morlaco que supo ejecutar cada una de las notas de «Dancing in the rain» y desatarse al final de la canción con de pie de micro incluida. Prometió que llovería, que haría lo indecible para que el resultado fuera perfecto. Lo logró. Con efectos 3D. Planos cenitales resultones, flashazos para hipnotizar y una mirada para atrapar hasta al votante andorrano –aunque este año no juegan, lo harían si pudieran–. Segura como pocas en el escenario, se premió con un chaparrón de votos. No fue suficiente, pero deja buen sabor tras la sequía de la Pesadilla de Morfeo del año pasado.
En una noche que empezó sin favorito de manual, los votos empezaron como los premios del gordo. Repartidos. Pero pronto Austria se desmarcó. Ni un pelo de tontos. Llegó Conchita Wurst –a estas alturas ya sabrán que su apellido artístico es «salchicha» en alemán–, cantó y venció. Diva con barba o divo con melena. La sobrina de Dana Internacional, el transexual que ganó el festival en 1998, se llevó anoche el certamen en Copenhague. No le faltaba detalle. Vestido acolchado para marcar unas curvas a lo Victoria Beckham. Unas pestañas interminables. Nuez. Y una voz que cautiva más allá del pelo en pecho de folclórica arrepentida. Tirar del estilo James Bond hizo el resto para que fuera un ave fénix –tema de su canción– para llevarse 290 puntos. Como Thomas Neuwith y afeitado nunca despegó ni como cantante ni como escaparatista, pero como su personaje, Concepción Salchicha se ha quedado con Europa, la segunda victoria de Austria desde 1966.
Para los puristas les queda la tranquilidad de saber que el dúo «amish» holandés arrancó una segunda posición que sabe a más, al huir del espectáculo facilón y apostar por la música. La sueca Sanna Nielsen tampoco tenía barbas. Rubia de manual, su canción prometía estar en lo alto desde el minuto cero que sus paisanos la eligieron para enviarla a competir en casa del vecino. Pero hasta a ella que es toda una profesional, le tembló la voz en el gorgorito final. Yo también lo haría.
Favoritos bajo pronóstico aparte, aquello era como el Circo del Sol, en su caso de costura, en el de los demás en «low cost». Al de Montenegro le bailaba una patinadora que se cansaba tanto de su balada que se paraba a descansar. El hombre-hamster se pasó toda la canción ucraniana rueda que te rueda y abandonó el escenario directo al aseo. Pobre. Al musicote griego le pusieron una colchoneta en la que quiso subirse todo el pabellón noruego. Más ensayos tenía la versión azerí de Pinito del Oro, que distrajo toda la atención del escote de su cantante.
A quien era imposible quitarles un ojo de encima era a las polacas. A grito pelao y con un aire «mamachicho» con traje regional que obligó a más de uno a taparle los ojos ante el destete eslavo. «Agita lo que mamá nos dio», desentonaba Cleo. Ya se las conoce como las «pornolacas». Que vuelvan los rombos con tapones para los oídos de regalo. La cartilla, gratis. De regalo van los uniformes de parchís de los islandeses y el piano de los rumanos que básicamente sólo sirve para adornar la entrada de palacio, si lo tienen. Las polacas ya podrían aprender de la italiana, sensual y cantante. Ya se encarga el realizador de dar un plano indiscreta enseñando lencería.
Abucheo atronador en las votaciones para Rusia. Una y otra vez. Es cierto que Putin ha hecho de las suyas, pero las gemelas Tolmachevy que envió no se quedaron corta con el «look» trasnochado de princesa Leia clonada y unos pelos entrelazados que exigen un «Rupert te necesito» para deshacer el entuerto. Más cuajadito de laca estaba el tupé del finés, de lo mejor musicalmente hablando junto al maltés o el pop «Que canten los niños» de la británica y los silbiditos folk de Sebalter, el representante de Suiza.
La pobre alemana, con un tema más que interesante para escucharla cuando uno tiene tiempo para hacer sudokus en la Selva Negra, casi se ahoga en los ensayos entre tanto confeti. Para la final de anoche le redujeron la dosis. También debieron bajarle la autoestima al bielorruso, que soñaba con ser tronista y se quedó por el camino. Le superó el intérprete francés, a quien no le vendría mal que los socialistas de Hollande también propusieran controlar el uso de bebidas energéticas por sus efectos secundarios fuera y dentro del escenario. En las antípodas, el anfitrión noruego parecía dormido con su propia canción. Su vecino y anfitrión danés, más simpático y pegadizo, estuvo a la altura de un país que se ha volcado con el festival hasta tal punto de ofrecer la mejor producción televisiva con cubo de Rubbik, leds a granel y sus príncipes entregados a la fiesta. Mary Donaldson también es «kitsch».
España, con el apoyo de 17 países
Ruth Lorenzo logró el apoyo de 17 países alcanzando un décimo puesto, el mismo que Pastora Soler hace dos años. Finalmente 9º puesto tras anular la organización los votos de Georgia, pues al acabar las votaciones había quedado en 10º lugar empatada a Dinamarca, aunque por detrás por el número mayor de «doces» de los daneses. Lo cierto es que la española logró arrancar votos de países que tradicionalmente ignoran a España en las votaciones. No obstante, sí se echaron de menos los 12 puntos de Portugal –no cedieron ni un solo voto–. «Me siento muy orgullosa de ser española», resumió al final Ruth.
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