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Contaminación lumínica: El fin de la noche

Un estudio demuestra que la luz artificial gana cada vez más terreno a la oscuridad. La Tierra es una enorme bombilla que cada 365 días es un 1,8% más brillante. España es uno de los países con mayor iluminación nocturna del mundo.

Contaminación lumínica: El fin de la noche
Contaminación lumínica: El fin de la nochelarazon

Un estudio demuestra que la luz artificial gana cada vez más terreno a la oscuridad. La Tierra es una enorme bombilla que cada 365 días es un 1,8% más brillante. España es uno de los países con mayor iluminación nocturna del mundo.

La oscuridad puede ser un tesoro o una maldición. La noche puede ser el origen de todas las confusiones o la mejor de las bendiciones. El refugio de malhechores y desgracias o la oportunidad para la magia, la contemplación y el amor. Sea como fuere, lo cierto es que en la Tierra hay cada vez menos oscuridad. El mundo está perdiendo las noches.

Ése es el resultado de un espectacular estudio conocido esta semana y publicado en «Science Advances». Los datos, obtenidos por satélites que orbitan el planeta, demuestran que las zonas iluminadas por luz artificial durante las horas nocturnas no dejan de aumentar. La iluminación eléctrica gana cada vez más terreno, la luz devora poco a poco a la oscuridad.

El análisis se ha realizado con imágenes de alta resolución desde 2012 a 2016, y confirma que el terreno iluminado artificialmente se expande a razón de un 2,2% cada año. Eso significa que la radiación total emitida aumenta un 1,8% al año. En otras palabras, vista desde el espacio, la Tierra es una bombilla que cada 365 días es un 1,8 % más brillante.

El aumento de la radiación no es igual, sin embargo, en todo el mundo. Hay países como Yemen y Siria en los que, por razones obvias, la emisión de luz artificial ha descendido desde hace cinco años.

Otros, como Estados Unidos y España, mantienen sus datos estables: el brillo no crece ni disminuye. Pero, en prácticamente todos los países de América Latina, Asia y África, la cantidad de luz artificial utilizada no deja de aumentar.

¿Y qué significa esto? Pues, en primer lugar, que el mundo sigue su desarrollo industrial sin detenerse. El incremento de la emisión de luz corre parejo, en casi todos los países, al crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB). Tener luz en casa y en las calles es un síntoma de prosperidad.

Pero el aumento del brillo planetario tiene sus efectos secundarios. Los autores del trabajo, entre los que se encuentran científicos del Instituto de Astrofísica de Granada, advierten que «estamos convencidos de que la luz artificial tiene un impacto ambiental cuyas repercusiones aún no conocemos del todo y que pueden tener influencias ecológicas y evolutivas en muchos organismos, desde las bacterias a los seres humanos». La luz puede considerarse una forma más de contaminación.

Sin duda, una noche iluminada es más segura, más cálida y más productiva. Pero la ausencia de oscuridad puede pasar factura.

Algunos estudios han descubierto ya cierto aumento de algunas enfermedades relacionadas con la falta de descanso como consecuencia de las modificaciones de los ciclos de luz y oscuridad. Un ciudadano de una ciudad rica hoy en día encuentra serias dificultades para hallar rincones plenamente oscuros en su actividad cotidiana.

La luz aparece a cada instante en lugares donde, por naturaleza, no debería estar. Iluminamos ciudades, parques, carreteras..., pero ese halo que generamos eléctricamente se expande a otros ecosistemas aledaños: bosques, praderas, mares... Allí la flora y la fauna han evolucionado adaptándose a la oscuridad plena: la luz artificial para ellos es un factor estresante.

El 30% de todos lo vertebrados del planeta y el 60% de los invertebrados son nocturnos. Sus sentidos, su metabolismo y su sistema nervioso están diseñados para vivir de noche, a la luz cambiante de la Luna y el imperceptible brillo de las estrellas. La agresión de la luz artificial puede distorsionar su día a día. Basta ver el efecto pernicioso de una bombilla encendida para el desarrollo normal del vuelo de una polilla. Ya se han descubierto variaciones en los ciclos de vida y la polinización de criaturas nocturnas por culpa de la luz artificial.

El reloj biológico humano también depende de la relación entre luz y oscuridad. Se sabe que los trabajadores en turnos cambiantes se ven seriamente afectados por las alteraciones en estos equilibrios, pero el resto de los mortales también podemos estar pagando las consecuencias. Algunos estudios han encontrado relación entre el uso de dispositivos iluminados en la cama durante las horas del sueño, y el aumento del estrés.

La contaminación lumínica tiene otro efecto que no se relaciona con la salud, pero preocupa a los científicos: estamos perdiendo la posibilidad de ver el cielo nocturno.

La radiación de la ciudades es un velo que ciega nuestra visión de las estrellas. Para un ciudadano de a pie, esto se traduce en que podría pasar toda su vida sin contemplar los astros con nitidez. El cielo es un patrimonio natural y hay quien propone que debería preservarse su visión, igual que se preserva la naturaleza en un Parque Nacional. Si seguimos contaminando con luz nuestras noches, quizás condenemos a nuestros nietos a no saber cómo son las estrellas, igual que hoy muchos niños de ciudad no saben cómo es un pollo fuera del supermercado.

Más grave quizás, es que esa misma contaminación esté cegando a los propios científicos. La observación astronómica se ve afectada por el aumento de la radiación en ciudades cercanas a los observatorios.

Globalmente, el problema parece difícil de solucionar. La luz es un derecho tanto como la sombra. Un país próspero es un país iluminado. Por cierto, España es uno de los países más brillantes del planeta. Aquí, la noche, ya no nos confunde.