
Cumplir años
Crisis de los 40: ojo cuarentones, porque sí existe
Un estudio científico demuestra que en esa edad las moléculas de nuestro cuerpo sufren una revolución. Y no siempre para bien

La crisis de los 40. Todos los que hemos transitado ya por la quinta década de nuestras vidas sabemos cuán común es recibir ese mensaje de alerta: «a los 40 empezará el primer gran cambio de tu biografía». Esa mítica crisis de la mediana edad ha dado lugar a mucha literatura, argumentos para comedias sin fin y millones de chascarrillos entre amigos. También a algo de ciencia. ¿Realmente nuestro cuerpo y nuestra mente experimentan cambios tan sustanciales a esa edad? ¿El abismo de los 40 es real, tiene origen biológico alguno o es un simple constructo social? Hay que tener en cuenta que llegar a esa década en plenitud de condiciones físicas es una novedad evolutiva. Durante la mayor parte de la historia humana, la quinta década de la peripecia vital era ya prácticamente el último periodo antes de la ancianidad. ¿Qué tiene entonces de cierto la famosa creencia?
Un estudio publicado en la revista «Nature Aging» esta semana, y avalado por científicos de la Universidad de Stanford, da algunas pistas sobre el asunto. En concreto, ha demostrado por primera vez que los seres humanos experimentamos un drástico cambio a nivel fisiológico precisamente en la década de los 40, una modificación brutal de nuestros registros bioquímicos sin precedentes a lo largo de nuestra vida previa –más importante por ejemplo que la que se sufre durante la pubertad– y que luego tiene una segunda entrega similar al llegar a los 60 años de vida.
Así que, efectivamente, la crisis de los 40 tiene una explicación y aquellos que piensen que ya la han pasado sin estragos han de prepararse para la segunda crisis bioquímica 20 años después.
Los investigadores han estudiado el comportamiento de miles de moléculas estudiadas a partir de muestras sanguíneas y tejidos de personas de entre 25 y 75 años de edad. Se han analizado también bacterias, virus, hongos y todos los organismos que componen el microbioma humano. Se ha descubierto que la abundancia y distribución de estos elementos no varía de forma gradual a lo largo de la vida. No existe una tendencia al aumento o disminución paulatinos de cada una de estas sustancias. Más bien, existen dos momentos críticos en los que los valores se disparan o descienden dramáticamente. El primero, como media, a los 44 años edad. El segundo, pasados los 60.
«Nuestro cuerpo no cambia gradualmente» –ha explicado el autor principal del estudio y genetista de Stanford Michael Snyder–. «Hay una revolución biológica pasados los 40 y atañe a todas las moléculas y microorganismos que estudies».
Obviamente, esta revolución tiene que afectar de algún modo a nuestras vidas. Un cambio de estas características ha de dejar alguna huella evidente. Lo más obvio es que puede condicionar nuestra salud: muchas moléculas están involucradas en el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, en el aumento de los problemas metabólicos, en cambios en nuestro sistema inmunitario… Pero también es probable que estas modificaciones afecten a nuestro estado de salud mental. Quizás la tendencia mayor a la depresión o la ansiedad tantas veces glosada en la mítica «crisis de los 40» tenga un sustrato bioquímico en esta danza molecular ahora descubierta.
Los autores de este estudio comenzaron a analizar miles de muestras de sangre de pacientes de todas las edades con la intención de buscar una explicación a un dato estadístico que conocen muy bien los epidemiólogos: el riesgo de padecer cualquier enfermedad no crece gradualmente con el paso de los años. Por ejemplo, la predisposición al infarto no es un poco mayor a los 30 que a los 20 o el doble a los 60 que a los 30. Hay momentos en nuestra vida en los que el riesgo de padecer una crisis cardiaca, diabetes, infecciones, etcétera, se multiplica por factores muy superiores al del aumento de la edad.
A los 40 es mucho mayor que a los 30 a pesar de que solo han pasado 10 años –lo que puede ser solamente algo más del 10 por 100 de nuestra vida–.
Tras analizar miles de muestras, los expertos han detectado cuatro ageotipos diferentes. Un ageotipo es el modo particular en el que los órganos de una persona envejecen. Es decir, han hallado que la manera en la que los riñones, los ojos, los pulmones o el corazón de un ser humano pierden actividad puede agruparse en cuatro tipos demográficos distintos.
En los cuatro ageotipos, sin embargo, se apreciaron tendencias moleculares similares. El 81 por 100 de las moléculas estudiadas, desde el colesterol a las vitaminas o el hierro, las bacterias que protegen la piel o los hongos del aparato digestivo, mostraron tendencias no lineales en su evolución. Es decir, aumentaron o disminuyeron más en determinadas edades. Cuando analizaron en qué fase de la vida se concentran los mayores grupos de cambios el resultado fue evidente: al cumplir los 40 y al cumplir los 60.
Según los expertos, que exista tal cantidad de cambios dramáticos al entrar en la séptima década de vida no es extraño. Todos los estudios epidemiológicos muestran que es a partir de entonces cuando el riesgo de padecer casi cualquier enfermedad se dispara. Pero los cambios en la década de los 40 parecen más sorprendentes. Se sabe que en el caso de las mujeres la entrada en la fase de menopausia o premenopausia supone una revolución molecular intensa. La investigación ha demostrado que en los varones el batacazo biológico es similar. Por ejemplo, se aprecia una fluctuación dramática en moléculas relacionadas con la salud cardiovascular, la protección de la piel, de desarrollo muscular y el metabolismo de ciertos alimentos.
Es curioso el cambio experimentado a partir de los 40 en la cantidad de moléculas que se encargan de metabolizar el alcohol y el tabaco. Se sabe que en la mediana edad se tiene a tener una menor tolerancia digestiva a estas sustancias. Pero hasta ahora no estaba claro si esto se debía a un aumento del consumo –los 40 son años de mayor actividad social, estrés laboral, cambios emocionales…– o a un fenómeno fisiológico.
También se han hallado modificaciones drásticas en moléculas como la dopamina o la melatonina que intervienen directamente en factores como el estado de ánimo o la salud del sueño.
En definitiva, el estudio demuestra que los 40 y los 60 son edades críticas en las que nuestro cuerpo está cambiando por dentro más que en ninguna otra etapa de la vida. Más allá de confirmar el mito de la crisis de la media edad, el trabajo marca interesantes líneas de actuación para la creación de políticas de salud preventivas orientadas a estos dos momentos tan cruciales de nuestro periplo por el mundo.
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