Cónica de un desalojo
Compludo: vamos a volver
El pueblo de Compludo fue uno de los desalojados el sábado por el fuego que está arrasando El Bierzo este verano
Todo el mundo sabe que Compludo es el lugar donde más estrellas se ven en el mundo. Se ven todas. Pero este verano, entre la luna menguante y el humo que llegaba del fuego que ya arrasaba Las Médulas y La Cabrera no fue un buen año para pedir deseos a las perseidas. Aún así los chavales fueron varias noches a tumbarse a la era para verlas y los mayores también estuvimos dejándonos el cuello desde el "hogar del pensionista", un pequeño banco algo apartado del pueblo con vistas a Chanillos, una de las zonas del valle de Compludo que hemos oído toda la vida a nuestros padres y que ahora, como tantos otros nombres que a "los de fuera" nos resultan familiares, de fincas, de praos, de peñas y picos, suenan unidos a peligro de ser devorados por las llamas. Y lo lees en teletipos y en digitales y no das crédito a que nuestro refugio sagrado, ese tan escondido, sea protagonista en esta historia. El fuego llega al Morredero. Y qué pasa con el Cueto, el Raposo, la Collada, el Jardonal... ¿Aquí no llega nadie? ¿Van a dejar arder Compludo? Sí, sí, hay muchos pueblos, no dan abasto, pero... ¿En serio nadie va a echar un mísero tanque de agua en este valle, "remanso de paz" del rey Chindasvinto?
Aunque llevábamos toda la semana oliendo a humo y ya caía ceniza sobre la pantalla de este portátil mientras teletrabajaba desde el pueblo, parecía que la cosa no iba a más. Los parroquianos estaban tranquilos y nada grave, por tanto, podía pasar. Los pájaros, decían, estaban tranquilos. Precisamente el jueves la asociación ornitológica Tyto Alba de Palacios de Compludo (donde se acercaban las llamas el sábado y ni un triste retén parecía asomarse) dio una charla para hablar de las especies que toda la vida han revoloteado estos valles, como las lavanderas o los ratoneros, y que hoy vete a saber ya hacia dónde habrán volado escapando del infierno. Como los corzos, los jabalíes y hasta los topillos o las culebras ¿Qué será de ellos? ¿A dónde bajarán a beber agua? A la mañana siguiente, cuando anillamos y echamos a volar algunos pájaros en un acto que, visto hoy, parecía simbólico, había incluso menos humo que otros días. Pero por la noche todo se complicó.
Llegaron noticias de que el fuego había cruzado al otro lado de la carretera del Morredero, algo que no esperaban que pasara. Bajar al valle la noche del viernes ya daba respeto. Las imágenes parecían del volcán de La Palma: a lo lejos, una inmensa lengua de fuego roja parecia derretirse ladera abajo. Esos montes que tanto anduvieron nuestros abuelos con las ovejas y con la becera. Esos castaños centenarios. Abajo, en el pueblo, las caras ya habían mudado. Las mismas que otros días transmitían serenidad ahora eran serias, pálidas.
El alboroto y las risas de cada noche en el bodegón de Candi (¡No sabes!?) dejó paso a conversaciones bajitas, a moverse por el pueblo para pillar cobertura y mirar el móvil de forma compulsiva para ver si llegaban noticias. En la mesa de al lado los veteranos planeaban cómo desbrozar los alrededores del pueblo y limpiar de maleza y encinas lo más posible por si las llamas llegaban cerca, no tuvieran combustible para devorar nuestras casas. También hubo silencios que decían "esto se tenía que haber hecho antes", pero había un sentir general de que algo había que hacer. Así que a las 7 todos abajo, con desbrozadora de hilo el que tenga (no de cuchilla, que puede echar chispas) con guantes y ropa de trabajo. Porque en Compludo no solo nos organizamos para ir de bodegas subiendo a Edilberto al carro y comer y beber y cantarle a la virgen de la Encina, patrona del Bierzo, a quien hoy también invocamos para pedirle que llueva. No para que no se sequen los pimientos, como dice la canción, sino para que salve la tierra que tanto amamos. Sí, en Compludo también nos organizamos para intentar evitar la tragedia, aunque lo duro lo hicieron los que se quedaron después.
Fue una mañana de trabajo en equipo, de ver a chavales con guantes de trabajo arrastrando encinas pero también de cerrar casas en un par de horas porque el desalojo era inminente. De hacer maletas corriendo, de cargar los coches y esperar a ver qué van diciendo. De malas noticias, de que la cosa no pinta nada bien y de escenas que te desgarran el corazón. Maruja, no llores, que en un par de días estamos aquí, que solo es el humo. Ay, Paco, para qué coges las fotos de tus padres, que no hombre, que vamos a volver. Y, sin embargo, de hacer yo lo mismo. De buscar las notas de la escuela de mamá porque tiene la foto de ella de más niña que tenemos. ¿Cómo se cierra una casa? Demasiados recuerdos, muchas generaciones sintiendo una conexión especial con la tierra elegida por San Fructuoso para fundar el primer monasterio y que, junto a su corzo, también nos está protegiendo, como los niños, los santines Justo y Pastor. Porque solo podemos encomendarnos a ellos, porque aquí no parece que llegue nadie, ni brigadas ni UME ni absolutamente nadie.
Hay muchos pueblos, si, sí... Lo sé. Pero me pongo a buscar en mis teléfonos a ver quién puede conocer a alguien que conozca a alguien con otro alguien en el Cecopi o en algún puesto de decisión. Como si fuera un familiar ingresado: muevo cielo y tierra para que vengan aquí. No sirve de nada, evidentemente. Pero por favor. Estamos todos en shock. Impotencia. Miedo. Pena infinita.
Un poco después del zigzag de Carracedo me cruzo con la Policía, que viene a decirnos que desalojemos, y arriba, en El Acebo, me hago la despistada y pregunto a un guardia civil si la carretera ya va a quedar cortada. Necesito escuchar de forma oficial lo que veo. Desde arriba, ya no se ve el valle. La cantidad de humo que hay por todas partes bajando a Ponferrada te pone en tu sitio y eres consciente de que no somos, desgraciadamente, los únicos.
No quiero irme de la casa que construyó mi bisabuelo con el dinero que trabajó en Cuba. Las tripas piden quedarse y ayudar. La cabeza no duda en que me vaya largando. Pero ¿van a ser unos días o es para siempre? Y surgen dudas absurdas ¿Qué hacemos con toda la comida de la nevera? ¿La dejamos ahí? Claro, si vamos a volver. Y Manuela volverá a mojarse en el reguero, idearemos otra parrillada de panceta y butifarra mientras tomamos el fresco bajo la sombra de la nogal de la iglesia y volveremos a cantar ramín de flores y a pañar castañas para el magosto. Y el yunque de la herrería volverá a retumbar en todo el valle como hizo toda la vida. Y tocarán las campanas para que vayamos a la chocolatada y Tomás volverá a preguntarnos si tuvimos bicicleta.
Prepararemos otra queimada para invitar a tomarla con nosotros a los que ya no están y probaremos las cortezas de trigo con ensaladilla. Y volveremos a ganar, como cada año, el torneo de bolos intervalles porque Compludo manda!! Pero el de este año no cuenta, y no porque fuéramos perdiendo... Pues claro que vamos a volver, aunque sea con el suelo negro. No vamos a quedar aquí como unos mostos.