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Cuadros que diagnostican enfermedades
Un estudio de la Universidad de Liverpool revela que es posible identificar trastornos como el párkinson que sufría Dalí o el alzhéimer que padecía De Kooning a través de los trazos de sus obras.
Un estudio de la Universidad de Liverpool revela que es posible identificar trastornos como el párkinson que sufría Dalí o el alzhéimer que padecía De Kooning a través de los trazos de sus obras.
Algunas enfermedades neurodegenerativas sólo empiezan a detectarse cuando es demasiado tarde, cuando los síntomas son evidentes y hay ya poco que hacer. Uno de los retos de la neurología contemporánea es hallar marcadores que permitan anticipar la llegada del mal no ya con la intención de curarlo (cosa que en algunos casos es todavía imposible) sino, al menos, para preparar al paciente y a su familia para el trance.
Eso ocurre en todos los seres humanos. O al menos, ocurría. Porque una nueva investigación publicada ayer por la revista «Neuropsychology» sugiere que es posible detectar los incipientes signos prematuros de una enfermedad mental en los trazos que dejan los pintores en sus cuadros. Algunos artistas, antes de que el mal se apodere de sus cerebros, podrían experimentar cambios en el pulso con el que pintan y dibujan anticipando la patología que se está desarrollando en su organismo.
La autora de esta teoría, que ha sido recibida con cierta polémica entre la comunidad científica, es Alex Forsythe, psicóloga de la Universidad de Liverpool, que ha estudiado la obra de renombrados artistas contemporáneos, desde Monet a Willem de Kooning. Algunos de ellos padecieron distintas enfermedades neurodegenerativas. De Kooning, sin ir más lejos, fue diagnosticado de alzhéimer diez años antes de su muerte, en 1997.
Forsythe ha analizado en profundidad más de 2.000 obras de siete artistas y cree haber encontrado en sus evoluciones pictóricas sutiles cambios relacionados con el desarrollo de una enfermedad neuronal. Todos los cambios empiezan a experimentarse a partir de los 40 años de edad de los artistas. Los pintores estudiados son Monet, Chagall, Picasso, Dalí, Morrisseau, James Brooks y De Kooning.
El equipo de Forsythe ha analizado los cuadros de estos genios mediante una tecnología digital de procesamiento de imagen que permite comparar lo que los técnicos llaman «densidad fractal» en los trazos.
Cada pintor tiene su modo especial de pintar. La posición del pincel, la presión ejercida por la mano, la cantidad de pintura que se aplica en cada trazo, la dirección de los movimientos sobre el lienzo... todo es único. Podría decirse que la relación entre la mano, el pincel y el lienzo es una señal de identidad tan intransferible como el ADN, como la huella dactilar. Pero no es fácil detectar esa huella. Algunos de los patrones distintivos del modo de pintar son minúsculos y están ocultos en la maraña de información visual de un cuadro.
Los científicos saben que, incluso en estructuras aparentemente caóticas, pueden encontrarse patrones cíclicos, ordenados, aunque sean invisibles. A estos patrones geométricos se les llama fractales y se repiten a diferentes escalas. Ocurre a menudo en la naturaleza. Por ejemplo, si observamos el crecimiento de las ramas de los árboles de un bosque, a simple vista no encontraremos ningún patrón regular: parece que cada rama crece en una dirección arbitraria. Pero aumentando la escala podrán contemplarse algunas normas que se repiten de árbol en árbol.
Desde los años 90 del pasado siglo, algunos expertos utilizan estas estructuras invisibles para analizar obras de arte. En 1999 se descubrió por ejemplo que los cuadros de Jackson Pollock (tan aparentemente caóticos) encierran en realidad leves patrones que se repiten y que, además, son más evidentes a medida que el artista madura. En abril de 2007 incluso se publicó un sistema matemático basado en esas repeticiones fractales que permitía autentificar sin lugar a dudas cualquier obra de Pollock.
Forsythe y su equipo han logrado identificar la evolución fractal de los artistas estudiados, y eso les ha permitido establecer algunas curiosas conclusiones.
Por ejemplo, se ve claramente que Picasso, Chagall y Monet mantienen una estabilidad sorprendente en sus trazos. Los patrones de repetición de estos tres genios son menos evidentes en la juventud y más sólidos en la edad madura. Pero siguen una dinámica estable. No en vano, los tres fueron muy longevos y no padecieron deterioros cognitivos en su vejez.
En el caso de Dalí y de Norval Morrisseau, la dinámica es diferente. En ellos se aprecia una evolución de idas y venidas. La aparición de patrones aumenta poco a poco con la edad pero, en mitad de sus carreras, cae de nuevo y se vuelve menos estable. Curiosamente ambos pintores padecieron el mismo mal, párkinson, que, según este estudio, dejó su impronta en sus obras incluso una década antes de que les fuera diagnosticado.
Los casos más dramáticos son los de Willem de Kooning y James Brooks, ambos aquejados de alzhéimer. En sus cuadros se aprecia un descenso radical de la densidad fractar a partir de los 40 años de edad. Visto con los ojos de la matemática, su obra parece sufrir una revolución repentina en esos años, aunque a simple vista no es apreciable.
Otros estudios anteriores han tratado de encontrar las señales precursoras de la demencia en la actividad intelectual de los futuros enfermos. Varias investigaciones hallaron cambios en el lenguaje utilizado en los discursos de Ronald Reagan y en los textos del escritor Iris Murdoch antes de que se les detectara alzhéimer. Pero nunca antes se había aplicado este tipo de «diagnóstico» a la pintura.
El trabajo no llega a ser tan sólido como para que pueda usarse terapéuticamente. Quizás, en el futuro, el análisis del modo en el que dibujamos pueda alertar a los médicos. De momento, sí que puede ser una herramienta poderosa para ayudar a los críticos de arte, historiadores y coleccionistas. La identificación de un cuadro tendrá que tener en cuenta, también, el historial médico conocido de un autor y la huella que deja en la naturaleza fractal de sus pinceladas.
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