Historia

Cuando el Rey es ella: no es fácil ser el consorte de Isabel II

Un estudio analiza el papel de Francisco de Asís

Los reyes Isabel II y Francisco de Asís
Los reyes Isabel II y Francisco de AsísWikipedia

El papel de consorte real sigue siendo incluso hoy en día un privilegio reservado, en la mayoría de los casos, a la mujer. De hecho, solo una Monarquía, la de Dinamarca, tiene al frente a una mujer, en este caso Margarita II. El papel de consorte real tiene indudablemente sus peculiaridades, pero no resulta tan llamativo en una sociedad en la que los hombres y las mujeres tienen un papel equiparable.

Otra cosa muy distinta es lo que ocurría en el siglo XIX. En aquel momento, ser el consorte de una reina -en una sociedad como aquella en la que la mujer estaba subordinada al marido en todos los estratos sociales- no era desde luego tarea fácil.

El único que se vio en esta tesitura fue Francisco de Asís de Borbón, el marido de Isabel II, para quien no resultó sencillo ejercer su papel en una pareja en la que estaban invertidos los roles.

Esta particularidad la ha investigado el historiador de la Universidad Complutense de Madrid David San Narciso en un artículo titulado “La invención del consorte real. La figura de Francisco de Asís de Borbón en el contexto de la Europa liberal”, publicado por la revista Ayer, y en el que sostiene que el liberalismo se vio en la necesidad de “pensar a un hombre emasculado, privado de las cualidades públicas y políticas que atribuía a la masculinidad”.

“La figura del consorte vivió en el siglo XIX una completa reinvención. Aunque con algunos precedentes, el liberalismo postrevolucionario tuvo que buscarle un lugar político y simbólico inédito dentro del sistema”, algo para lo que no había textos legales que marcaran el camino.

“Colocados en la tesitura de encuadrar su figura, tuvieron que definirla sobre la marcha de los acontecimientos”, añade. Para ello, se marcaron una serie de pautas que ayudaran a ubicar a ese elemento extraño en el sistema.

La primera era la de perder «su propia existencia individual en la de su esposa», lo que implicaba no desear «ningún poder para sí mismo», evitar «toda disputa» y nunca asumir «ninguna responsabilidad propia».

El jefe natural de la Familia

Además, explica el historiador, debía llenar «todos los huecos que, como mujer, dejaría naturalmente en el ejercicio de sus funciones». Pero esta condición política discreta chocaba con su concepción de “jefe natural de su familia». Es decir, lo que supuestamente debía mandar en el hogar, como hombre, se transformaba en subordinación en la esfera pública.

El verdadero problema, sin embargo, estaría en que aquel era a todas luces un matrimonio de intereses en el que cada uno atendía a sus propias necesidades… en todos los ámbitos.

“Es innegable que Francisco no se identificó con las opiniones e intereses de la reina Isabel. Su mutua repulsión instaló desde el principio la desconfianza como elemento estructurante de su relación, torpedeando el fundamento básico que debía fundar su unión”, explica el historiador.

“Francisco sintió coartado su papel como hombre y esposo desde antes, incluso, del matrimonio. En primer lugar, por parte de la misma Isabel. Al principio por egoísmo, después por temor y recelo, la reina no cedió espacio alguno a su consorte, añade San Narciso, que concluye: “Por miedo, por mantener su independencia o por presiones externas, lo cierto es que Isabel se impuso en el espacio doméstico. En esta decisión la reina contó con el apoyo de los políticos".

En las sucesivas crisis de Gobierno, unos y otros intentaron instrumentalizar a Francisco, pero “cuando en las crisis de 1847 y 1849 comprobaron que Francisco perseguía sus propios objetivos, y que estos no convergían necesariamente con los suyos, optaron directamente por criticarle y contenerle”.

La conclusión del autor es clara y nada condescendiente con el rey consorte: “Gobiernos de todo signo no dudaron —por su estabilidad y la seguridad del sistema liberal— en utilizar la autoridad soberana de la reina para imponerse sobre la marital de Francisco. Por eso mismo, durante su exilio en París, no tendría reparos en decir complacientemente «a cuantos le quieren oír que aquí es amo, mientras

en Madrid no era más que consorte»”.