Opinión
La DANA del poder
Cuando los mandatarios se quisieron dar cuenta del daño, la tragedia ya estaba sucediendo
Conmocionada por la tragedia de Levante, mi cabeza no atina a decir algo nuevo. Otra vez las luchas de poder, la incompetencia, la desidia… los trastornos de los que tienen que decidir y actuar han fallado. Tarde y mal siguen actuando nuestros gobernantes. Y otra vez, esa ineptitud ante los grandes problemas reales de la existencia, nos ha llevado a la pérdida de vidas, al trauma de tantos otros que han quedado desgarrados.
¿Qué hay que hacer cuando viene una DANA furiosa? ¿Evacuar a la gente que vive en zonas inundables? ¿Obligarles a que salgan de bajos y sótanos y corran a zonas altas? ¿Ordenar a empresas e instituciones a que hagan salir a todos sus trabajadores? ¿Recordar a los vecinos que se hagan cargo de las personas cercanas solas, mayores o con alguna discapacidad? ¿Obligar a cerrar garajes y puentes? ¿Enviar a los cuerpos de seguridad del Estado y al ejército? Pero nada de esto se hizo.
Porque cuando los mandatarios se quisieron dar cuenta del daño, la tragedia ya estaba sucediendo. Y la gente estaba con el agua al cuello. Morir ahogado, la muerte más horrible. Morir aferrado al volante de un coche, qué muerte más pavorosa. Dicen los técnicos que igualmente habría habido víctimas mortales. Pero, si todo lo dicho, y más, se hubiese hecho; si en vez de poner el propósito en el dominio y la economía se hubiese puesto en la humanidad, ¿cuántos menos hubiesen fallecido? Seguramente algunos no habrían hecho caso a una alarma a tiempo, ¿y saben por qué? Porque los ciudadanos corrientes hemos perdido la confianza en los políticos y sus instituciones.
Después del desastre de gestión de la pandemia y otras adversidades, después de verlos actuar en sus foros, ¿quién va a seguir confiando? ¡Y todavía con la Dana y su daño encima no está todo el ejercito necesario allí! ¡Un ejército para la paz! “Venid, venid”, piden desesperados las victimas a los voluntarios. Y estos, saltándose las ordenes de las autoridades, van. ¡Gracias, gente!
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