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David Ruipérez: «En YouTube, por cada idiota hay un genio»

«Mi vida por un like» analiza el impacto de los influencers, instagramers, youtubers y otros «-ers» sobre los menores.

Foto: Alberto R. Roldán
Foto: Alberto R. Roldánlarazon

«Mi vida por un like» analiza el impacto de los influencers, instagramers, youtubers y otros «-ers» sobre los menores.

Twitter te hace pensar que eres sabio, Instagram que eres fotógrafo y Facebook que tienes amigos. El despertar va a ser duro». La frase podría atribuirse, aunque no sea suya, a David Ruipérez, quien derriba la fachada de las redes sociales y arremete contra el postureo, el egocentrismo y la felicidad artificial de aquellos que viven inmersos en la pantalla. En «Mi vida por un like» (Arcopress) analiza el impacto de los influencers, instagramers, youtubers –y otros -«ers»– sobre los menores, quienes les imitan como se imitaba antes a futbolistas o artistas. «Son los nuevos Superman», asegura el periodista. A él le preocupa que sus hijos un día se encadenen a un mundo utópico y frívolo, que vivan una mentira y se olviden de la verdad. Por eso, y porque lleva el oficio en el ADN, Ruipérez ha querido adentrarse en una «burbuja que pinchará».

–¿Las redes sociales han cambiado el mundo?

–Lo han hecho utópico, como si viviéramos en una especie de orbe feliz. Aunque tampoco debemos ponernos apocalípticos, ya que por cada idiota en YouTube hay un genio. Además, permiten compartir el conocimiento y el talento de una manera impensable hace años. Están cambiando la forma, no el fondo.

–La estupidez tiene cada vez más oferta y demanda. ¿Cómo contribuyen los influencers a ese comercio?

–Hay más estupidez porque no tenemos preocupaciones básicas, como la de comer. Antes en la cola del súper le dábamos al coco. Ahora necesitamos estar permanentemente entretenidos. La actual fijación con las redes sociales es insana.

–Como periodista, ¿qué preguntaría a quienes dan su vida por un «like»?

–Que si se van a arrepentir en unos años. Y creo que me responderían que no.

–¿De qué deberíamos hablar en esta entrevista para conseguir muchos «me gusta»?

–De sexo. Por desgracia, la forma más rápida de conseguir «likes» es enseñar carne. Cuanta menos ropa, más «likes».

–¿Compartir en redes es dejar de vivir?

–Hay quienes han hipotecado su vida al compartir demasiado y luego se han arrepentido. Pero cuando se abre la puerta de la sobreexposición pública es difícil dar marcha atrás.

–Pues ahora la moda es salirse de ellas, por modernas que sean.

–No sé hasta dónde llegarán, pero habrá un momento en el que no será interesante ver a tanta gente haciendo lo mismo y regresaremos a la cordura. En el futuro no triunfarán los Dulceida o Rubius de turno, sino los microinfluencers que hablen de algo muy concreto.

–¿Por qué gustan los «likes»?

–A todos nos gusta gustar. Necesitamos ser aceptados y los «likes» refuerzan nuestra autoestima. Son una especie de droga.

–¿Cuánto cuestan?

–Algunos salen muy caros, pero la factura suele llegar pasado un tiempo. Una foto puede ser un éxito en el momento y al cabo de unos años volverse en nuestra contra.

–Eso es porque pesan. ¿También saben o huelen?

–No lo sé, pero dan gusto (risas). En cualquier caso, hay que querer gustar con naturalidad, sin forzar el éxito social ni caer en una depresión por no tener esa aceptación. No se puede juzgar por el número de seguidores y habrá quien tenga que ir al psicólogo por hacer un mal uso de las redes sociales.

–¿O antisociales?

–Sí, nos pueden hacer antisociales. Nos alejan de lo cercano, acercándonos a lo lejano. Sin embargo, a veces todo es falso. Y eso aterra. Las risas, las poses... Es una vida de mentira, de plástico, de cartón-piedra. Cuando verdaderamente se disfruta y se es feliz se tienen unas sensaciones que no te dan las redes sociales. No podemos perdernos la vida por vivirla en la pantalla del móvil, hay que salir fuera.

–Los algoritmos están desplazando a las ideas. ¿Son las redes antihumanistas?

–Por una parte, van en contra de la naturaleza humana. Por otra, reflejan nuestras grandezas y miserias. Pero las ideas siempre se abren camino.

–¿Cervantes tendría Twitter y Goya, Instagram?

–(Risas) Supongo... Valle-Inclán seguro, para tocar las narices.

–¿Se está «asalvajando» la jungla digital?

–Sí, está todo muy desmadrado. Y no hay reglas. Además, si las hubiera irían por detrás de la realidad. Pero creo en una teoría darwinista. Solo sobrevivirán los que aporten algo.

–¿Tienen esclavos?

–Totalmente. Quienes alcanzan cierto status y condicionan su nivel de vida a su éxito en redes no pueden salir de ellas. Sería como huir de Matrix. Hay personas presas, realmente encadenadas, porque el que tiene éxito quiere más.

–¿Nuestras redes sociales somos nosotros?

–En absoluto. Son una máscara que ocultan nuestros defectos, una versión idealizada. Todo es apariencia, fachada.