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De las «fake news» a los derechos de autor

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No es extraño que una empresa con un precio de mercado cercano al billón de euros y una «masa» capaz de inclinar el planeta haya gravitado hacia el lado del mal, por decirlo de algún modo. Uno de los casos más sonados fue la multa de 5.000 millones de dólares de la Unión Europea, el pasado verano, por presuntas violaciones antimonopolio de Android.

El organismo regulador de la UE, la Comisión Europea, determinó que Google estaba priorizando su propio servicio de compras en los anuncios que se muestran en el navegador Chrome, preinstalado por defecto en la mayoría de los teléfonos inteligentes Android. Apenas un mes después de esta bofetada, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, acusó a Google de manipular los resultados de búsqueda para censurar a los medios conservadores.

También ha vivido problemas por discriminación de género, renuncias de empleados por colaborar con el Departamento de Defensa de Estados Unidos en el desarrollo de drones para la guerra (Project Maven), pero el mayor desafío que enfrenta ahora mismo está vinculado a los derechos de autor. Cuando este mes el Parlamento Europeo aprobó una ley para proteger a los creadores de contenidos en internet, obligó a las principales plataformas en línea a filtrar todo el contenido para cribar e identificar aquellos que no están pagando los debidos derechos. El desafío de realizar un filtro de este calibre es algo solo accesible a los gigantes tecnológicos y muchos pequeños proveedores se quejaban porque no tendrán acceso a esta potencia de procesamiento y deberán pagar multas constantes o dejar de prestar servicio si quieren cumplir con las normas. La otra opción es contratar a los «grandes» para que hagan este trabajo: Google o Facebook, entre otros. Que tendrían otro monopolio más entre manos. En su descargo, Google ha enviado un comunicado a los medios que señala que ya llevan tiempo, antes de que la ley fuera aprobada, pagando derechos de autor. Solo en 2017 y por contenido subido a YouTube, han pagado más de mil millones de euros a la industria de la música, mientras que en el mismo periodo pagaron una cifra superior a los 12.000 millones a los medios de comunicación en concepto de publicidad.

A esto se le han unido los escándalos de noticias falsas, los problemas de saboteo del Google chino y los problemas de privacidad denunciados en una investigación del «The Wall Street Journal». De acuerdo con lo revelado por dicho periódico, cientos de desarrolladores de aplicaciones cuentan con el permiso de Google para investigar en los correos de aquellos con cuentas en Gmail.

Precisamente este es uno de los lados más oscuros del gigante: la privacidad. Google obtiene decenas de datos diarios de los usuarios de sus servicios, ya sea del correo electrónico, del sistema operativo Android o de los asistentes de voz: sabe con quién nos conectamos, qué buscamos con mayor frecuencia en la red, los productos que nos interesan...Y toda esa información es vital para que puedan hacerla efectiva vendiéndola a los anunciantes. Ya todos sabemos esto y lo hemos aceptado en mayor o menor medida. Pero hay un paso más allá. Unas semanas atrás, el sitio web «The Verge» tuvo acceso a un video que circuló internamente en Google en 2016: «The Selfish Ledger». En él se habla, en términos hipotéticos, de un futuro en el que Google no solo recopila datos sobre los usuarios, sino que utiliza la inteligencia artificial y el conocimiento que tiene sobre nosotros para guiar nuestro comportamiento. A cambio les contestaron: «Es un experimento mental de nuestro equipo que utiliza para explorar ideas y conceptos incómodos con el fin de provocar la discusión y el debate.

Pero el mayor patinazo o éxito de este motor llegará en breve, cuando se convierta en uno de los ejes centrales del papel de la inteligencia artificial. De las decisiones que tomen en los comités de ética dependerá qué buscaremos en el futuro.