Violencia de género

Del «doxing» a la «sextorsión»

Así es el cibermachismo que sufre el 19% de las mujeres españolas en internet

Cibercontrol, «sextorsión», «doxting» y «hacking» son las principales formas de violencia a través de la red
Cibercontrol, «sextorsión», «doxting» y «hacking» son las principales formas de violencia a través de la redlarazon

Así es el cibermachismo que sufre el 19% de las mujeres españolas en internet.

Del «sexting» a la «sextorsión» van unas pocas letras y mucho sufrimiento. Como sucede siempre que irrumpe algún fenómeno social nuevo, se multiplican las palabras para definir las acciones, conceptos o ideas asociados. De todo ello andan sobradas las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC), para lo bueno y para lo malo. También la violencia machista ha visto enriquecido su insidioso diccionario particular con la proyección digital de los comportamientos habituales que la generan y la incorporación de nuevos y sofisticados medios de ejercerla. sofisticados y multiplicadores. A diferencia de lo que ocurre en el mundo «offline» o físico, la violencia de género digital ya no es cosa de dos –víctima y victimario– ni se circunscribe al ámbito privado o familiar. De un lado, es muy frecuente que el agresor haga partícipe a comunidades enteras (círculo de amigos, compañeros de trabajo, usuarios de redes sociales y así casi hasta el infinito) de sus ataques machistas para mayor escarnio de su víctima o como amenaza para conseguir que esta haga o deje de hacer algo. De otro, las TIC facilitan que cualquier perfecto desconocido ejerza alegremente agresiones machistas contra mujeres a las que no une ni ha unido nunca absolutamente ninguna relación personal. Esto es muy frecuente en redes sociales, cuya naturaleza es precisamente la interacción entre personas que por lo general no se conocen de nada. Y se equivoca quien piense que si la agresión procede de un desconocido no afecta o afecta mucho menos que si es alguien cercano. Amnistía Internacional (AI) ha estudiado el impacto que tienen en las mujeres los abusos y el acoso en las redes sociales. Para ello, encargó a la agencia Ipsos Mori una encuesta en la que entrevistó a 4.000 de entre 18 y 55 años de Dinamarca, España, Estados Unidos, Italia, Nueva Zelanda, Polonia, Reino Unido y Suecia (500 por país). Y sus resultados son inquietantes.

De media, una de cada cuatro mujeres dijo haber sufrido acoso o abuso en redes sociales al menos una vez, situación que en España afectaba al 19 % de las encuestadas. De ellas, el 41 % afirmó que en ocasiones esas agresiones «online» la hicieron temer realmente por su integridad física. Las mujeres de los ocho países coincidieron en que, al menos una vez, esas agresiones machistas en redes les provocaron episodios de estrés, ansiedad, insomnio y ataques de pánico. Y lo que quizá sea más grave: como consecuencia de ello, el 76 % admitió que había modificado la forma en que usaban las redes sociales, especialmente evitando expresar sus opiniones sobre determinados temas.

Pero si hay un grupo de edad que vehicula sus relaciones sociales y de pareja a través de las TIC es el de los adolescentes, no incluidos en esta encuesta de AI. Y aunque es sabido que las agresiones machistas físicas a estas edades crecen de forma alarmante, los padres no deberían esperar a ver un ojo morado, una fractura o algo peor para sospechar que su hija puede ser una víctima. Por lo general, la violencia de género se ejerce con la sutilidad que permiten las TIC, sin que ello minimice sus efectos sobre la víctima. Entre las más frecuentes está el cibercontrol, que consiste en acosar a la chica con preguntas sobre dónde está, con quién, qué está haciendo o dónde va a ir después. También la «sextorsión», que suele ocurrir cuando la relación de pareja se ha roto y en el camino han quedado fotos de índole sexual previa y libremente intercambiadas (lo que se denomina «sexting», apócope inglés de «sex» y «texting»). La pareja despechada amenaza con difundirlas si ella no hace o lo que le pida.

El «doxing» consiste en publicar en internet datos personales de la víctima como número de teléfono, dirección postal o email para provocar angustia o alarma, y, por supuesto, el «hacking», que es el acceso al teléfono móvil, al ordenador o tableta o al correo electrónico de la pareja para espiarla.