Asuntos sociales
El arte de maquillar la muerte
Juan Miguel Aglio es tanatopractor, una profesión que trata de borrar del rostro de los difuntos los signos de la muerte para hacer más llevadero el duelo a los familiares. Pide eliminar el tabú que aún hoy rodea a las pompas fúnebres.
Juan Miguel Aglio es tanatopractor, una profesión que trata de borrar del rostro de los difuntos los signos de la muerte para hacer más llevadero el duelo a los familiares. Pide eliminar el tabú que aún hoy rodea a las pompas fúnebres.
- n España, la muerte sigue siendo un tema tabú, pero no ocurre lo mismo en otros países del mundo. En México, el Día de los Muertos es una de las celebraciones más importantes del año y la gente sale a las calles con la cara pintada y disfraces de colores alegres. La cultura también es distinta en Irlanda, donde los funerales tienen carácter festivo y acaban con ríos de cerveza en las barras de los pubs. «Aquí hablas de un cadáver y la gente da dos pasos para atrás». Y lo dice una persona que trabaja con esta «cara b» de la vida día tras día. No es enterrador ni forense, pero la labor de Juan Miguel Aglio es igual de necesaria: es tanatopractor. Es decir, se dedica a «adecentar» cadáveres –dice que lo hacen intentando «retrasar los estados de putrefacción, que es nuestra principal enemiga»–, todo con el objetivo de hacer a las familias más llevaderos los duros momentos de duelo.
Lavar, peinar, afeitar, vestir y maquillar a los cadáveres es solo una parte del oficio de un tanatopractor. «Nuestro trabajo no es embellecer la muerte, sino dar una imagen lo más veraz posible», recuerda, siempre teniendo presente que el suyo es un oficio que no pierde de vista a los seres queridos de la persona fallecida: «Queremos que cuando la familia vaya a despedirse tenga la sensación de que está dormidito y así les dé una sensación de paz y tranquilidad». En algunas ocasiones se valen de fotografías para que esta «recreación» sea lo más fidedigna posible.
¿Cómo se consigue? Depende del caso. No es lo mismo un fallecimiento natural que un accidente de tráfico o una muerte violenta. Pero, para profesionales como Aglio, no existe caso imposible. «Se emplean técnicas de reconstrucción cadavérica con materiales como la silicona». Este tanatopractor recibe a LA RAZÓN en su despacho en el centro de Tanatos Formación en una de las principales calles de Madrid, donde es gerente. En su estantería, además de libros y folletos explicativos, se encuentran ejemplos de réplicas de dedos y narices: «Nos centramos en las manos y en el rostro porque el resto del cuerpo está tapado». Además, también juegan con la intensidad de luz de las salas del tanatorio para disimular las imperfecciones de los cadáveres.
Ante todo, en la profesión escuchan los deseos de la familia. Si quieren despedir a su ser querido con un conjunto en concreto, no tienen más que entregarlo para que lo vistan con él. Lo mismo si su seña de identidad era una laca de uñas en concreto o un pintalabios muy particular. En otros casos, también se valen de sus propias impresiones. «El cadáver nos habla. Se sabe perfectamente si a una señora le gustaba cuidarse». Si no, siempre hay opciones generales. Por ejemplo, Aglio cuenta que en todas las funerarias hay trajes grises tanto para hombres como para mujeres. «Y si quieren que estén desnudos les ponemos una sabanita, pero hay que tener muy presentes las creencias religiosas. No le vamos a poner un cruz cristiana a un judío».
En cuanto al maquillaje, Aglio subraya que se trata de los mismos productos que se utilizan en vida. De hecho, él mismo compra cremas, bases de maquillaje y correctores en una conocida cadena de perfumerías. «Cuando les digo a las dependientas que es para uso funerario, su cara es un poema. Es una muestra más de la falta de educación que hay en España en lo que respecta a la muerte», cuenta. Gasta mucho en correctores para intentar dotar a la piel de los difuntos de un color lo más natural posible. «Por ejemplo, los que tuvieron problemas en el hígado llegan con un tono amarillo y lo contrarrestamos con un corrector verde», explica. Eso sí, tampoco se va a marcas de lujo: «No nos gastamos una fortuna. Un tanatorio no es un salón de belleza ni un parque temático».
Pero también se encargan de la recogida del cadáver –que puede ser de la morgue de un hospital, de una residencia de ancianos o, incluso, de la calle–, de su traslado al tanatorio y también de embalsamarlo, si se da el caso. «Para ello introducimos formol reducido con agua en las arterias para su conservación», subraya.
El «estigma» que rodea a todo lo que tiene que ver con las pompas fúnebres lo sufre también en el centro de formación que regenta. «Muchos padres llegan con recelo porque sus hijos quieren estudiar aquí, pero es una profesión como cualquier otra. Alguien tiene que hacerlo y nos ha tocado a nosotros». Aglio recuerda que ellos tienen muchas menos bajas por enfermedad profesional que otros sectores, en concreto, los que conforman los servicios de emergencias. «Nosotros llegamos cuando ya no hay nada que hacer».
Él mismo sufre en sus carnes el tabú de la muerte, tanto que en muchas ocasiones no menciona su profesión para evitar tener que responder a preguntas incómodas que solo están movidas por el morbo. «Somos un sector muy desconocido y la sociedad no quiere tener nada que ver con nosotros», lamenta. En su caso, optó por ese camino al no poder formarse como forense, su primera opción.
Pero también hay partes buenas en su profesión. Juan Miguel Aglio asegura que los que conviven con la muerte valoran más la vida. Por eso le da un beso a su mujer cada día antes de salir de su casa, no importa si antes habían tenido una riña tonta. «Porque las cosas hay que decirlas en vida».
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