Sucesos
El doctor que desenmascaró al «ángel de la muerte»
«Resultó desconcertante pinchar en la yugular a la paciente y ver cómo salía un chorro prolongado de aire y después la sangre».
«Resultó desconcertante pinchar en la yugular a la paciente y ver cómo salía un chorro prolongado de aire y después la sangre».
El hombre que destapó a la que puede ser la última asesina en serie de nuestro país se llama José Alberto Arranz. Cercano a los sesenta, ejerce de médico en el Hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares (Madrid) desde hace más de 25 años. Su descubrimiento no fue fruto de la investigación, sino de la casualidad mezclada con grandes dotes de perspicacia. El viernes 29 de julio, sobre las 9:10 de la mañana, el doctor Arranz recibió el aviso de que una paciente ingresada en la habitación 532 acaba de entrar en parada. LA RAZÓN ha tenido acceso en exclusiva al relato del facultativo. «Estaba con otra enferma cuando dieron la voz de alarma. Salí corriendo. Conmigo vinieron una enfermera, varios residentes que me acompañaban en la ronda y una auxiliar que se llama Beatriz. Nos encontramos a la paciente sentada en la cama. No respiraba. Estaba cianótica». A lo que se refiere el doctor es a que la piel de la enferma se había empezado a teñir de azul. Luisa, que es como se llamaba, caminaba hacia la muerte a zancadas. «Se nos iba, así que empezamos con las maniobras de reanimación. Mientras tratábamos de recuperarla, me encontré dándole vueltas a las razones que habían podido llevar a Luisa a entrar en parada cardiorrespiratoria. Había ingresado hacía más de una semana por un deterioro general y porque rechazaba comer, pero nada grave que nos hiciera temer por su vida. Incluso el día anterior la había visto con vida, en esa misma habitación, cuando pasé la consulta habitual. Evolucionaba muy bien. Hasta pensaba dejarla ir a casa en unos días. Por más vueltas que le daba no encontré ninguna explicación lógica».
Ese fue el punto de inflexión. El doctor Arranz, de enorme prestigio profesional y dilatada carrera, al tiempo que trataba de reanimarla ordenó a una enfermera que tomase una muestra de sangre que le sirviese después para realizar un examen de tóxicos. Quizá allí pudiese encontrar la clave del repentino empeoramiento de Luisa. La enfermera lo intentó en una vena del brazo, en otra y en otra más, pero parecía como si a Luisa le hubiesen robado la sangre. No conseguía sacar nada. «Fue entonces cuando ordené que pincharan directamente en la yugular. Salió un chorro prolongado de aire y ya después la sangre, aunque espumosa». El descubrimiento fue desconcertante. En la habitación se miraron unos a otros perplejos. Aún así siguieron con las maniobras de reanimación: «Al cabo del tiempo, como vimos que no hacían ningún efecto, decidimos suspenderlas». Luisa acababa de fallecer, pero el doctor Arranz no dio por concluido su trabajo. Quería averiguar la causa de la sorpresiva muerte de una paciente que evolucionaba bien y a la que pensaba dar el alta en unos días si su mejoría se mantenía. «Llamé a la familia de la paciente. Me atendió su hijo. Le expliqué lo que había ocurrido y le confesé que no encontraba explicación lógica a su fallecimiento. Le pedí que me autorizase a realizarle una autopsia, pero se negó en redondo. No quería oír hablar de ello. Entonces le ofrecí una alternativa menos invasiva. Un simple escáner. A su madre ni la tocaríamos».
Dos radiólogas se encargaron del proceso. «Observaron con claridad que se trataba de una embolia gaseosa masiva. Les pedí entonces que mirasen todo el cuerpo para intentar determinar si existía alguna patología que pudiera explicar cómo había entrado el aire en el torrente sanguíneo de Luisa. Se hizo un examen más amplio y así logramos confirmar que había gran cantidad de aire en el corazón, en los vasos cerebrales y en el brazo derecho, que es donde llevaba puesta la vía». Por más que revisaron, ni el doctor Arranz ni las radiólogas encontraron la razón de la presencia del aire. «Decidimos poner los hechos en conocimiento del médico forense de guardia. Le explicamos el caso y él resolvió que, como podía tratarse de un homicidio, había que realizarle la autopsia. A mi juicio, y por todos los datos que extrajimos, la única justificación para la presencia de tal nivel de aire era que alguien se la hubiese introducido a Luisa a presión». La conclusión es sencilla, alguien había asesinado a Luisa pinchándole con una jeringuilla aire en las venas. Ahora sólo quedaba averiguar quién.
Lo que nadie sabía es que de forma sigilosa el grupo VI de homicidios de la Jefatura Superior de Policía de Madrid estaba ya investigando varias muertes anteriores de similares características. Para ello, en noviembre de 2015 habían solicitado a la magistrada que instruía el caso que les autorizase a colocar una cámara oculta en los pasillos de la planta quinta donde también se habían producido los otros fallecimientos. Las imágenes revelaron que la auxiliar de enfermería Beatriz López Doncel fue la última en estar con Luisa antes de que entrara en parada cardiorrespiratoria. Los investigadores también trataron de hablar con la enferma que compartía habitación con la víctima, pero fue imposible. La mujer padecía una demencia avanzada y se encontraba en estado vegetativo. No se dio cuenta de nada de lo que ocurrió.
Beatriz fue detenida y acusada de dos asesinatos y una tentativa de homicidio, ya que Ana Josefa, otra enferma a la que también inyectaron aire en el torrente sanguíneo de forma masiva, consiguió sobrevivir. «Si me detienen ahora me van a chafar una cita con un chico que acabo de conocer», le dijo Beatriz a los agentes que le pusieron las esposas. Desde entonces esta en prisión preventiva, donde la enfermería sólo la visita como paciente.
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