Madrid

El parricida de Ubrique: «Pegadme un tiro; mis hijos me tenían harto»

El parricida de Ubrique: «Pegadme un tiro; mis hijos me tenían harto»
El parricida de Ubrique: «Pegadme un tiro; mis hijos me tenían harto»larazon

El parricida de Ubrique mató a sus dos hijos porque se oponían a su nueva relación.

No es muy comunicativo, pero en los casi quince días que lleva en la prisión Puerto II de Cádiz Juan Márquez ya ha confesado que más allá de los muros le espera su amor: Fatia, una chica de 24 años, treinta más joven que él. Elogia su belleza y confiesa, entre susurros, que ella le ha devuelto a la vida. «Está enamorado como un cachorrillo», comentan fuentes penitenciarias. Sin embargo, cuando se le menciona a sus hijos la mirada se le oscurece y se encierra en un profundo silencio. Mientras, en Ubrique, son muchos los que todavía no entienden cómo pudo acuchillar hasta la muerte a Laura, de 20 años, y a Juan Pablo, de 16, sangre de su sangre. «Soy amiga suya y para mí él no es agresivo; si prácticamente no habla», apunta desconcertada María Teresa.

La Guardia Civil lo detuvo pocas horas después del doble crimen. El agente que lo localizó lo identificó inmediatamente: «Lo vi sentado, descansando. Tenía una herida en la pierna y se había hecho un torniquete. Di la alarma a mis compañeros y lo detuvimos. Mientras lo hacíamos, no paraba de repetir: “Pegadme un tiro, pegadme un tiro. Mis hijos me tenían harto”». Una vez que los médicos limpiaron y cosieron las heridas fue interrogado. Cuando le preguntaron qué había ocurrido, comenzó a hablar sin parar, sin complejos, colocándose él como la víctima de la incomprensión de su hija y buscando con su verborrea la complicidad de los agentes que lo escuchaban.

«Tengo una nueva pareja, Fatia. Discutía mucho con mi hija por ella. Laura era insoportable y mi hijo últimamente se estaba volviendo como ella», comienza a relatar Juan ante la Guardia Civil, una declaración a la que ha tenido acceso LA RAZÓN. «La noche del crimen Laura llegó a casa a las once de la noche. Nos pusimos a discutir en cuanto cerró la puerta. Luego nos fuimos a dormir. Me levanté sobre las cinco de la mañana. No podía conciliar el sueño. Cogí un cuchillo. Lo usaba para la matanza de los cerdos. No aguantaba más la actitud chulesca de mi hija. Fui a su habitación y le clavé el cuchillo. Comenzamos a luchar y forcejeando salimos al pasillo. Mi hijo apareció de repente. Supongo que le alarmó el ruido. Le apuñalé sin querer. Fue un accidente. A él no lo quería matar, no tenía nada contra él. Yo también me lesioné en la pierna». A pesar de estar malherida, Laura consiguió abrir la puerta de casa y salir a pedir ayuda. Juan la persiguió. Quería asegurarse de que acababa con su vida. «Salí de la casa y, junto al portón del vecino, le di una última puñalada». Después cerró la puerta de su casa con llave y huyó. «Crucé el río y fui callejeando hasta los depósitos de agua. Casi no podía andar, iba mareado. Me bajé los pantalones. Sangraba mucho. Me hice un torniquete para evitar desangrarme. Pensé en suicidarme, quería quitarme la vida. Vi a guardias civiles por allí, supuse que me estaban buscando. Intenté llamarlos pero no tenía fuerza para gritar, ya que no me salía la voz». De sus palabras se desprende un infinito odio a su hija. Hasta el punto de reconocer que quiso matarla y lo hizo, porque se oponía a su nueva relación con Fatia.

Con la confesión en la mano, los investigadores trasladaron al detenido ante el juez instructor. No fue fácil. Un centenar de ciudadanos se arremolinaban alterados a las puertas del cuartel de Ubrique y con ganas de tomarse la justicia por su mano. Lo recibieron al grito de «asesino» y alguno incluso golpeó con ira el coche en el que lo trasladaban. Quizá fue consciente del reproche social o, a lo mejor, se dio cuenta de que su confesión lo iba a tener años alejado de Fatia, lo cierto es que, ante su señoría, Juan se desdijo. «Quiero rectificar. Yo nunca quise matar a mis hijos Eso no lo reconozco», aseveró con rotundidad. «Es verdad que me levanté, cogí un cuchillo y me fui al cuarto de mi hija, pero yo sólo quería hablar con ella, asustarla, porque me tenía amargada la vida. No soy consciente de haber apuñalado a mis hijos. Como el cuarto estaba tan oscuro, pudo ocurrir algo». Su declaración está trufada de contradicciones e incongruencias. Juan miente pero, de memoria escasa para la fabulación, la verdad se escapa por las rendijas de su torpeza: «Abrí con el pomo y mi hija se despertó. Se levantó de la cama y forcejeando le clavé el cuchillo», acabó reconociendo.

Desatendió a su mujer

Laura y Juan Pablo quedaron huérfanos hace poco más de un año. Mientras su madre estuvo ingresada en el hospital, su marido se desentendió de ella. Así lo explicó José, primo de las víctimas y portavoz de la familia, en «Espejo Público»: «Una persona que no es capaz de estar tres noches con su mujer en el hospital, después de que la hayan operado a vida o muerte de un cáncer de estómago, y que deja a su hijo, menor de edad, durmiendo allí para cuidarla, dice muy poco de su nivel emocional y de su empatía».

No existió el luto. Juan se enamoró pronto de una muchacha de origen marroquí treinta años más joven que él y con antecedes policiales, entre ellos, abandono de familia y malos tratos psíquicos y degradantes. Tan centrado estaba en ella que Juan se olvidó de atender a su hijo. «Laura, que estaba estudiando en Sevilla, tuvo que dejarlo todo y volver a Ubrique a cuidar de su hermano cuando se enteró de que su padre lo tenía abandonado», explicó el portavoz. Allí se encontró a una desconocida que había tomado posesión de la casa. Antes de preguntarle quién era, Laura recorrió el salón con la mirada y echo en falta las fotos y las cosas de su madre. Cuando la joven, que casi tenía su edad, le explicó con gran desparpajo que era la nueva novia de su padre, Laura la echó de allí.