El día de las familias

El peligro real

La Razón
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Hacer visible a la familia en la plaza pública una vez al año es un acto positivo en sí mismo y tiene un valor innegable. El propio acto ya tiene valor. Por un lado, desde la fe, una convocatoria centrada en la Eucaristía es intrínsecamente buena. Por otro lado, la movilización, las actividades previas y la organización también son beneficiosas. Cuando se inició, algunos lo vieron como una simple bandera «contra» algo. Por eso es bueno que se mantenga y no debería perderse la tensión organizativa ni dejar que muera lentamente. La realidad es que las condiciones de la familia en España no han mejorado con el cambio de gobierno. Prácticamente ninguna de las leyes sustanciales de la etapa Zapatero que eran contrarias a la antropología cristiana han sido modificadas. Con o sin crisis, la familia sigue siendo la gran olvidada de las políticas públicas españolas. Hay quien pueda argumentar que no hay dinero, pero la realidad es que pueden tomarse medidas positivas que no exigen dinero, especialmente las relacionadas con conciliar la vida profesional y la laboral. Es un problema de voluntad política, no de gasto público. España es hoy, lamentablemente, una sociedad desvinculada, dominada por el individualismo y una cultura que sólo propone satisfacer el deseo inmediato. Nadie pone los medios para atajar problemas muy graves que en realidad sólo la familia puede resolver. Uno es la natalidad: España está en una brutal caída demográfica. La destrucción real de España no vendrá ni de la crisis económica ni de las declaraciones de independencia de políticos. Vendrá por la demografía: pronto no habrá jóvenes en edad de trabajar para sostener el sistema. Hoy nacen tantos bebés como nacían a mediados del s.XIX, aunque entonces la población era un 65% menor. Los 118.000 abortos al año dañan gravemente la natalidad del país. Este problema será irresoluble pronto. Si no actuamos ya, entre 2040 y 2050 habrá sólo un trabajador por cada pensionista. Eso es insostenible y desaparecerán las pensiones. Pero antes sufriremos las consecuencias de otra crisis brutal, la de la educación, con características casi únicas en Europa. Un tercio de nuestros jóvenes no pueden articularse bien ni en el mercado de trabajo ni en la sociedad. Sabemos que la capacidad educadora depende más de la familia que de la escuela, y a la familia no se la ayuda. La sociedad española no vibra con estos problemas, natalidad y fracaso educativo, que son de esencial importancia. Son dos hechos ligados que, o los resuelve la familia, o nadie.