Brote de ébola
«El suero del padre Miguel no llegó a tiempo»
LA RAZÓN reconstruye el trabajo del equipo médico que luchó por salvar la vida del misionero fallecido por Ébola: «Hicimos guardias de más de 30 horas»
«Cuatro médicos de Tropicales desde el día 7 hemos dedicado cada minuto a estudiar, buscar soluciones, innovar siempre dentro del marco ético y del respeto, trabajar codo con codo...». Así relata uno de los médicos que estuvo pegado a la cama del misionero Miguel Pajares desde que entró en el Hospital Carlos III de Madrid, hasta que su cuerpo, muy debilitado por la edad y por sus enfermedades previas, no pudo luchar más contra el ébola. Un virus que ya ha matado a más de mil personas en África occidental y que ha infectado casi al doble. Un virus que intentó combatir el padre Pajares desde su hospital de Monrovia (Liberia) y que terminó con su vida sólo cuatro días después de pisar suelo español tras una repatriación de película, en la que el personal militar demostró que nuestros profesionales, cuando las cosas se ponen feas, son capaces de reaccionar, de jugarse la vida por traerse a un compatriota enfermo de vuelta a casa.
Pero no sólo el Ejército demostró su capacidad de reacción, como refleja la felicitación que el Centro de Control de Enfermedades (CDC) hizo a nuestro militares. «Se quedaron muy sorprendidos con el dispositivo», aseguró el teniente coronel Zacarías-Galo Sánchez a este diario; además, como recuerda el mismo doctor en la red social, autor de las líneas que abren el presente artículo, hemos sido «los primeros europeos en tratar esta patología (en referencia al ébola) en nuestro continente y nos ha hecho crecer como tropicalistas, pero más aún como personas». Y es que la llegada de Pajares no sólo supuso un reto profesional, sino que también lo era personal. Tratar con un virus de la cepa ébola-Zaire, con una mortalidad del 90%, también planteaba un desafío psicológico para este equipo de expertos en enfermedades tropicales compuesto por el doctor Fernando de la Calle, la doctora Marta Arsuaga, el doctor Germán Ramírez y la doctora Mar Lago. «Llegamos a hacer guardias de más de 30 horas para salvarle», asegura el personal del Carlos III.
Todos ellos, junto a los cuatro enfermeros y a los dos auxiliares, se enfundaban por primera vez el equipo de protección en el que había sido su hospital hasta hacía unos meses, pues la Comunidad de Madrid decidió desmantelarlo y trasladar a todo el equipo al Hospital La Paz unos meses antes. Los nervios por lo desconocido no les hizo perder la atención ni un ápice de la que era su misión: salvar la vida de Miguel Pajares y, si daba positivo, también de la hermana Juliana. Como afirmó Antonio Alemany, responsable de Atención Primaria de la Consejería de Sanidad de Madrid, a su llegada: «El paciente está estable, no sufre hemorragias. Tiene posibilidades». Con este parte, optimista, el equipo del que siempre ha sido el hospital de referencia de infecciosos se puso manos a la obra y, como relata el doctor, buscaron «vías de comunicación con otros expertos». Así, intercambiaron información permanentemente con expertos de la Organización Mundial de la Salud, con miembros del CDC de Atlanta (EE UU) donde permanecen ingresados dos cooperantes infectados también en Liberia: Kent Brantly y Nancy Writebol; seguían directrices marcadas por el protocolo y no dejaron de informarse sobre cada ensayo clínico puesto en marcha o de cada nueva publicación que podía arrojarles un nuevo dato, una nueva evidencia a la que aferrarse ellos y gracias a la cual, Miguel saliera adelante.
Negociación fluida
Así fue como dos días después de su ingreso, las negociaciones del Ministerio de Sanidad con el Gobierno estadounidense consiguieron traer a España una de las diez dosis que la empresa BioMapp Pharmaceuticals había elaborado del suero ZMApp, un tratamiento experimental. Los expertos habían puesto sus esperanzas en él porque estaba dando buenos resultados en Brantly y Writebol..., pero no sabían cómo podría responder el misionero. A ellos se les había administrado apenas unos días después de haber sido infectados, pero el sacerdote de la Orden de San Juan de Dios llevaba muchos más días con el virus atacando sus defensas.
El domingo por la noche, a pesar de contar con todas las medidas sanitarias de una UCI, de haber puesto todos los medios posibles, los órganos del padre Pajares no aguantaron las embestidas del virus. La patología de base que tenía –sufría un problema cardiaco–, la edad –75 años– y la debilidad acumulada no le permitieron luchar. «El suero se administró tarde, no fue suficiente, no llegó a tiempo», reconocen los que le trataron. Su endeble corazón aceleró el proceso. La insuficiencia cardiaca no permitió que llegara oxígeno a los tejidos. Se produjo un fallo generalizado cardiaco-renal-hepático. Todo dejó de funcionar. «Muchas esperanzas e ilusiones... pero no ha sido posible».
«Miguel, deseo tu merecido descanso. Valiente». Con el recuerdo a Pajares terminaban las líneas de uno de los cuatro tropicalistas que se desvivieron por un misionero que había dado toda su vida por los otros, los más desfavorecidos.
El equipo que le trató
- Fernando de la Calle. Es doctor especializado en enfermedades tropicales del hospital madrileño.
- Marta Arsuaga. Es doctora de la Unidad del Viajero del Carlos III y una autoridad en enfermedades tropicales.
- Mar Lago. Especialista de la Sección de Medicina Tropical y del Viajero. Parte de su trabajo la ha centrado en el estudio de la malaria.
- Germán Ramírez. Trabaja en la Sección de Medicina Tropical y en la de Enfermedades Infecciosas como médico adjunto. Ha trabajado también en la prevención de la malaria.
✕
Accede a tu cuenta para comentar