Salud
En el huerto curativo de Fray Valentí
Los frailes capuchinos han sabido entender el lenguaje de las plantas para las afecciones leves. En una sociedad marcada por la intolerancia al dolor se usan cada vez más hierbas y ungüentos libres de químicos
Los frailes capuchinos han sabido entender el lenguaje de las plantas para las afecciones leves. En una sociedad marcada por la intolerancia al dolor se usan cada vez más hierbas y ungüentos libres de químicos.
El interés por lo natural ha rebrotado en los últimos años. El mercado está inundado de productos «bio», la cosmética ya puede ser vegana y hasta la ropa se etiqueta «eco-friendly». Y por mucho que sea tendencia en Instagram, en este campo, los «influencers» son los monjes capuchinos.
A finales del siglo XIX, entre algunos frailes surgió la idea de divulgar sus tradiciones hortícolas y terapéuticas y, en 1950, fray Hilario de Arenys de Mar empezó a editar un recetario. La tradición la ha continuado fray Valentí Serra de Manresa, con la publicación de «El huerto medicinal. Sabiduría capuchina de la A a la Z» (Mediterrània), una especie de guía que recoge el saber capuchino y popular del uso medicinal de las plantas para que las presentes y futuras generaciones puedan reconocerlas y aplicarlas. Pero , ¡ojo!, advierte fray Valentí, sólo para afecciones de carácter leve, «para las enfermedades graves están los médicos y el uso racional de la farmacia», aclara.
Por ejemplo, para eliminar las toxinas del organismo –con permiso de Elsa Pataky y sus zumos «detox»– los capuchinos le recomiendan la siguiente receta: «Tome de seis a ocho hojas de saúco y, picándolas como el tabaco, hágalas hervir en agua y cuélelo». Y para el buen funcionamiento del riñón, nada mejor que un zumo de cebolla. «Son buenas para afecciones urinarias, es una planta antiquísima que aparece incluso en las Sagradas Escrituras. Si se toma su zumo, o hervida, contribuye a que se disuelvan las piedras y las arenillas del riñón». Y en tiempos de gripe, añade fray Valentí, «descongestiona las mucosidades y te ayuda a respirar bien».
Este monje hijo de «palleses», explica que las plantas tienen un lenguaje propio. «Si cortas la zanahoria por la mitad ves que la base se parece al iris del ojo y, en efecto, es buena para la vista. Y si pelas una nuez, se observa que se parece a un cerebro, y ciertamente, es un fruto muy bueno para la microcirculación cerebral».
Del poder terapéutico de las plantas, dice fray Valentí, ya se tuvo constancia en la Edad de Piedra. En yacimientos arqueológicos, asegura, se han encontrado referencias al lentisco, que «usaban los primitivos para enfermedades bucales y de la piel, y todavía la odontología usa su resina, llamada almáciga». Y también la artemisia la «mater herbarium», nombre que proviene de una de las deidades griegas más veneradas. Dice el monje, que la artemisia tiene infinidad de usos, pero que es excepcionalmente buena para «regularizar los ritmos femeninos mensuales». «También es digestiva y favorece el apetito, de hecho en Alemania se le llama vermut», apostilla.
Su popularidad, no obstante, se debe, en primer término, a santa Hildegarda de Bingen, una monja de clausura alemana fallecida en 1179. Esta religiosa instruía a los estamentos más bajos sobre el poder medicinal de las plantas, lo que los franciscanos denominaron después «tesoro de los pobres». Pero la sabiduría herborística de santa Hildegarda, explica fray Valentí, «era regalada por Dios, ella no podía saberlo de ningún modo, era una mujer de siglo XII sin laboratorios ni químicos».
Con el paso de los años, la tradición hortícola no ha evolucionado, pero sí se ha certificado su poder terapéutico. Por eso, este capuchino apuesta por recuperarla en esta sociedad tan «marcada por la inmediatez e intolerante al dolor». «Debemos aprender a convivir con él y atenderlo de forma natural y no paliarlo rápidamente con aspirinas «que, si bien son necesarias en algunos casos, en otros puede ser sustituidas «por infusiones de hierbas y ungüentos libres de químicos». «Para expulsar las mucosidades, una infusión de ortiga; para el dolor de muelas, un colutorio hecho a base de hojas de romero y vino; y para las molestias de la menstruación una infusión de ruda», son algunos de los ejemplos propuestos.
El tan venerado elixir de la vida eterna «sólo lo puede dar la Eucaristía», repara fray Valentí. «Pero sí hay uno de la larga vida». Pero para eso, hay que comprar la guía escrita por el fraile de Manresa. Sólo cede a dar algunas pistas de su elaboración. «No suelen faltar los granos de la granada, un potente antioxidante», apunta. Para los que creen que es mejor tener una vida feliz que longeva, recomienda algunas de las cervezas elaboradas en el convento porque «activan la circulación y da tono jovial». Pero, advierte, «tomada con mesura».
Para combatir la tristeza, nada mejor que el hipérico, pero avisa de que no debe tomarse a la ligera.
Entre las hierbas medicinales más empleadas por los capuchinos, Valentí Serra destaca los ajos que favorecen la digestión y también son buenos contra las lombrices; plantas que usamos a menudo a la hora de cocinar, como la albahaca, el perejil o los berros, son buenos diuréticos y recomienda una tacita de manzanilla para los dolores de tripa. El tomillo con miel es perfecto cuando se tienen problemas respiratorios, mientras que el orégano alivia la hinchazón. La hierbabuena, no sólo se usa en ensaladas y guisos. Es digestiva, calma cualquier malestar de estómago e intestino (diarréas, náuseas y vómitos). Es buena hasta para las mujeres que tienen una regla dolorosa. Una infusión proporciona alivio inmediato. Y como este fraile tiene soluciones para todo, se atreve a descubrir al mundo un remedio para la paz: «Recomendaría que Trump duerma mucho, con una almohada elaborada con cápsulas de lavanda y lúpulo, porque su olor contribuye a relajar, a mejorar la calidad del suelo y a tener mejores deseos».
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