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Fahim, la vida en un tablero

Con 11 años, en situación irregular, sin techo y con una orden de expulsión, fue campeón de Francia de ajedrez. Aquella victoria cambió su vida. «Nunca tiré la toalla»

Fahim estuvo ayer en Madrid para dar a conocer su historia, que se recoge en el libro titulado «El rey de Bengala»
Fahim estuvo ayer en Madrid para dar a conocer su historia, que se recoge en el libro titulado «El rey de Bengala»larazon

Con 11 años, en situación irregular, sin techo y con una orden de expulsión, fue campeón de Francia de ajedrez. Aquella victoria cambió su vida. «Nunca tiré la toalla»

La historia de Fahim, el joven bengalí que conquistó Francia con el ajedrez, está repleta de claroscuros. Como la vida misma; como el ajedrez. A los ocho años tuvo que abandonar su país natal, Bangladesh, por las amenazas de las que era objeto su padre y que se extendieron hasta él. Entonces, ya ganaba torneos de esa gran pasión para él que se llama ajedrez y que le ha salvado la vida. Aunque su destino inicial era España, varios amigos de su padre le convencieron de que se quedara en Francia. «Es el país de los derechos», le decían.

Sin embargo, pronto descubrieron que las cosas no serían tan fáciles: eran sin papeles. El primer año en el país galo fue relativamente tranquilo, pero todo se fue torciendo poco a poco. Las peticiones de asilo resultaron, una tras otra, rechazadas. Tuvieron que acudir a los recursos que Francia tiene previstos para la atención de los demandantes de asilo. Es decir, hoteles, albergues y centros de acogida. La situación llegó a ser crítica: «No teníamos dónde cobijarnos, ni dinero; nos moríamos de hambre y de frío».

Fahim seguía jugando al ajedrez a pesar de todo, y aunque no se divertía como antaño, «era lo único que le quedaba». A ello se aferró y gracias a Xavier Parmentier, su maestro en Francia, alcanzó la gloria al ganar el campeonato nacional de ajedrez. Lo hizo sin papeles, sin casa y con una amenaza de expulsión que se hacía, por momentos, insoportable.

El caso alcanzó una dimensión mediática tan grande que el primer ministro de entonces –mayo de 2012– prometió examinar el caso y resolverlo en pocos días. Fahim consiguió a través del ajedrez aquello que había buscado sin descanso, pero recuerda también a los niños que, como él, no han tenido la suerte de tener algo a lo que aferrarse y que siguen en la clandestinidad: «Es injusto. No sé qué se podría hacer por ellos... Se les podría ayudar, pero nadie toma la iniciativa». Añade que, con junto a su entrenador, quiere, algún día, crear una fundación para ayudar a chicos que puedan estar pasando por la situación que él vivió.

Ahora, Fahim vive feliz en Francia, «el mejor país del mundo». Sólo volvería a Bangladesh para ver a la familia o hacer turismo. Sigue compitiendo en torneos y sumando títulos como el de campeón del mundo escolar de ajedrez. El campeonato francés no lo ha vuelto a ganar, aunque estuvo a punto. Este año está entre los grandes favoritos.

De otra de las cosas que puede presumir Fahim es de haberse enfrentado a maestros mundiales de ajedrez. A uno de ello le ganó: «Lo doy todo en estas partidas y suelo jugar bien contra ellos. Digamos que no he acabado nada mal. Sí me cuesta jugar bien contra los que son peores que yo». Pero su mérito no está sólo en la victoria, sino también en el modo, pues rechazó terminar en tablas: «Yo sólo juego para ganar. Hay mucha gente que se habría lanzado a las tablas, porque es un resultado increíble contra un maestro, pero las tablas no son suficientes. Prefiero perder a quedar en tablas».

Detrás de ese cuerpo menudo de adolescente –tiene 15 años– se esconde un pequeño sabio. Quizás haya sido la experiencia tan dura que ha vivido; quizás haya sido el ajedrez, quizás las dos cosas y no haya diferencia. «En el ajedrez tengo la misma actitud que en la vida real. Cuando voy perdiendo en una partida, nunca tiro la toalla, que es lo que hice para obtener mis papeles. No tirar la toalla, seguir aguantando. En el ajedrez hay que proterger al rey. El rey tiene que ser protegido y tengo la impresión de que yo mismo era ese rey en una partida de ajedrez. Me enfrentaba al Gobierno, mi contrincante, que me quería hacer jaque mate. Mis piezas, que respresentaban a mi entrenador, a la gente que nos acogió y ayudó, me defendieron hasta que finalmente el Gobierno fue el que cayó». Así de simple y de complicado, tal y como recoge «El rey de Bengala» (Grijalbo), el libro que cuenta su historia, que acaba de aterrizar en nuestro país.