
Entrevista
«La familia puede ser un refugio seguro o una fuente de sufrimiento transgeneracional»
La psicóloga Mercedes Bermejo alerta de la falta de «perspectiva de infancia» en la sociedad y ahonda en los legados invisibles que arrastramos desde niños

La psicóloga Mercedes Bermejo lleva toda su vida dedicada a las relaciones familiares, por lo que le toca en lo personal (como a cada uno de nosotros) así como en lo profesional. Escucha. Orienta. Sana. Los vínculos que se establecen en la infancia, el ambiente que los menores ven en casa, incluso el manejo de los silencios son clave a la hora de forjar nuestra personalidad y la manera de relacionarnos con con propios y extraños. Lo vivido en el hogar influye pero no determina. Menos mal. Y es precisamente en esa brecha entre lo aprendido y lo deseado donde Bermejo interviene para reconducir y abrir fallas. «Vivimos una orfandad emocional: vínculos frágiles, rutinas caóticas, falta de conciencia en la parentalidad», apunta la experta que ahora presenta «Emociones familiares» (Editorial Sentir), donde ahonda en cómo aprender a manejar y mejorar las relaciones familiares en un mundo en constante cambio. Además, advierte: «Los niños viven hiperestimulados, con menos vínculos seguros y más desconexión emocional». ¿Las consecuencias? Sigan leyendo.
¿Puede la familia ser tanto salvación como condena emocional de una persona?
Absolutamente. La familia es el primer entorno emocional del ser humano y puede ser tanto un refugio seguro como una fuente de transmisión de patrones de aprendizaje desde los mandatos y legados familiares, incluso a nivel transgerenracional. En consulta veo que los vínculos familiares tienen el poder de sostener o de herir. A través de la psicoterapia, trabajamos para que las familias puedan reconectar con su parte sana, aprender nuevas formas de vincularse y transformar el sufrimiento en oportunidad de crecimiento.
¿Cómo ha evolucionado la educación emocional dentro del seno familiar a lo largo de las generaciones?
Tradicionalmente, las emociones fueron invisibles en la crianza: se priorizaba el control, la obediencia, el sustento. Hoy, vivimos una revolución emocional: se habla más de emociones, pero muchas familias no saben cómo gestionarlas. Existe una saturación de información contradictoria, lo que provoca inseguridad en un contexto de cambios constante, juicios, y padres/madres que no somos nativos digitales, con la revolución que ha supuesto la tecnología en nuestras vidas en los últimos años. El reto actual es integrar lo emocional desde el respeto, la presencia y la coherencia, no desde la sobreprotección o la permisividad compensatoria.
¿Están realmente más preparados emocionalmente los niños y niñas de hoy en día que sus progenitores?
Tienen más herramientas a su alcance, pero no necesariamente más preparación. Viven hiperestimulados, con menos vínculos seguros y más desconexión emocional. Tienen más juguetes y pantallas, pero menos tiempo de juego libre, menos conversaciones familiares y menos disponibilidad emocional de sus cuidadores. La clave no está en cuántas emociones conocen, sino en cómo aprenden a transitarlas acompañados.
¿Cuáles son los motivos más frecuentes por los que las familias acuden a su consulta?
Frecuentemente llegan por síntomas como ansiedad, dificultades conductuales o escolares, baja autoestima, duelos no resueltos o separaciones. Sin embargo, detrás suele haber una orfandad emocional: vínculos frágiles, rutinas caóticas, falta de conciencia en la parentalidad. Uno de los retos más complejos es trabajar con familias multiproblemáticas, donde el niño ha interiorizado tensiones familiares profundas, incluso transgeneracionales.
¿Qué papel juegan las experiencias de la infancia en la construcción emocional dentro del sistema familiar? ¿Pueden resultar determinantes?
Influyen, no determinan. Lo que vivimos en la infancia conforma nuestras creencias, estilos vinculares y estrategias de afrontamiento. La infancia deja huella, y es en la familia donde se aprende o no a confiar, a nombrar lo que sentimos y a establecer relaciones sanas. La historia emocional de la infancia es la base del adulto que seremos, pero la psicoterapia emocional sistémica es la oportunidad para poder aprender e incorporar lo que no pudimos hacer en nuestra infancia, o adolescencia.
¿Cómo influye la historia emocional de nuestros padres y abuelos en nosotros? ¿Dónde podemos hallar su huella?
Mucho más de lo que imaginamos. Hay legados invisibles que se transmiten generación tras generación: silencios, miedos, estilos educativos, duelos no elaborados… Sin darnos cuenta, repetimos patrones emocionales heredados. El trabajo terapéutico permite hacerlos conscientes, cuestionarlos y transformarlos. Solo lo que se nombra puede cambiarse.
¿Qué tipos de patrones emocionales se heredan sin ser conscientes? ¿Cómo se detectan y transforman?
Se heredan mandatos como «no muestres debilidad», «los niños no lloran», «hay que aguantar», «no te enfades que te pones feo», «llorar es de débiles», discursos con los que hemos crecido. También roles familiares rígidos o dinámicas de sacrificio. Se detectan observando los síntomas en los niños o niñas, que muchas veces hablan por el sistema familiar. Desde la psicoterapia emocional sistémica, un enfoque cada vez más contrastado, que cuenta ya con más de 20 años de trayectoria profesional, usamos herramientas como la línea emocional familiar, el genograma afectivo o preguntas circulares para traer a la conciencia esos patrones. Y desde ahí, abrir nuevos caminos de interacción.
Cómo se construye un vínculo emocional seguro durante la infancia?
El vínculo seguro nace de la presencia, la coherencia y el afecto. No se trata de ser perfectos, sino de ser suficientemente buenos: disponibles emocionalmente, sensibles a las necesidades del niño, y capaces de reparar tras el conflicto. La familia es el primer espejo en el que el niño aprende quién es y cómo es el mundo. En un mundo adultocrático, donde cada vez más hay menos espacio para la infancia, donde cada vez más nos encontramos con zonas «adults only», nos falta «perspectiva de infancia» como sociedad, como comunidad, donde toda la responsabilidad no debe caer únicamente en la familia nuclear, donde todos somos responsables, y parte de la solución. Tenemos la obligación de brindar a la infancia un mundo seguro, pero un mundo donde hay guerras, pandemias, apagones, crisis, inestabilidad política, donde ni los adultos nos sentimos en un mundo seguro, es complejo asegurar esa base segura fundamental para construir ese vínculo emocional seguro tan necesario.
¿Cómo nace el modelo SER y en qué se diferencia de otros enfoques?
El modelo SER (Sistémico-Emocional-Relacional) nace de la necesidad de integrar el trabajo con las emociones dentro del enfoque sistémico. Parte de la premisa de que no solo hay que comprender las dinámicas familiares, sino también sentirlas, habitarlas, transformarlas desde lo afectivo. Es un modelo vivencial, con enfoque humanista, que sitúa el vínculo en el centro de la intervención y promueve el desarrollo de competencias emocionales desde lo simbólico, lúdico, desde el respeto al sufrimiento humano, donde las personas que recurren a nosotros son grandes valientes y resilientes.
¿Qué elementos se integran en este modelo?
El modelo SER integra tres ejes clave: el sistémico, que entiende que el síntoma del niño/a es expresión de un malestarfamiliar compartido. Por eso, se trabaja teniendo en cuenta los los miembros del sistema a los que nuestro paciente pertenece (familia nuclear, familia extensa, escuela…), analizando las dinámicas relacionales, los legados transgeneracionales y los contextos de pertenencia. El emocional, que incorpora las emociones como motor de cambio terapéutico. Se validan, se nombran y se trabajan con herramientas creativas adaptadas a la etapa evolutiva del niño/a, promoviendo la expresión emocional como vía de transformación profunda. Y el relacional que pone el foco en la calidad del vínculo, tanto dentro de la familia como con el psicoterapeuta.
¿Cómo se combinan y desarrollan en la práctica clínica?
Se crea un entorno seguro donde todos los miembros puedan expresarse sin miedo, favoreciendo vínculos más coherentes, afectivos y reparadores. En la práctica clínica, estos tres elementos se combinan en fases (evaluación, devolución, intervención y cierre), integrando sesiones individuales, familiares y vinculares, con un enfoque respetuoso, flexible y centrado en la infancia o adolescencia, como sujeto activo de derecho y transformación.
¿Cómo afecta la situación social actual a las dinámicas emocionales familiares?
La salud mental representa hoy un desafío global urgente. Cifras como que alrededor de 1000 millones de personas en el mundo viven con algún trastorno mental, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) , el aumento del 25% de estos durante la pandemia, la prevalencia creciente en adolescencia, y el impacto protector o destructivo de la soledad social, subrayan la necesidad de una respuesta integral.
¿Dónde radica el origen de estos trastornos?
La incertidumbre, el estrés constante, la falta de conciliación, la hiperconectividad o el aislamiento emocional están erosionando los vínculos. Las familias viven a contrarreloj, con un exceso de exigencia y una carencia de tiempo de calidad. Como sociedad, necesitamos reconectar con lo esencial: la presencia, la ternura, el juego, el silencio compartido. La salud emocional familiar es un bien colectivo.
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