Barcelona
«Hemos grabado que nos pidió matar a un familiar»
Una pitonisa estafó a una mujer a la que dijo que una piedra causaría cáncer a un familiar
El telefonillo de casa sonó estridente. Ana se sobresaltó. No esperaba visitas y tenía un mal presagio. Estaba nerviosa desde hacía días. Asustada, preguntó: «¿Quién es?». Una voz le respondió: «Soy el cartero, traigo un telegrama». Ana jamás había recibido un telegrama, era la primera vez. Rasgó el envoltorio y leyó: «Móviles cerrados. Póngase en contacto urgentemente. Asunto grave. Espero hoy mismo llamada. Si no recibo contestación, nos veremos obligados esta misma semana a personarnos en su domicilio y tomar medidas que no serán de su agrado. Sara».
Rompió a llorar desconsolada. No sabía qué hacer. Barajó la posibilidad de acudir a la Guardia Civil, pero tendría que contar todo. Tenía 45 años, era una mujer con recursos recibidos de una herencia y estaba soltera. En los siguientes días la presión sobre Ana no cesó. Se negaba a encender los teléfonos, así que Sara acudía a los sistemas de comunicación habituales para seguir atosigándola, por ejemplo, una carta: «Almería, 9 de octubre. Sra. Ana, le comunico que estoy aquí, no pienso irme sin cobrar, esto acaba de empezar. Un saludo». ¿Por qué la amenazaban? ¿Qué secreto escondía?
Aterrorizada, decidió pedir ayuda a la Guardia Civil. El 11 de octubre se presentó en la Comandancia de Almería. «Miren lo que me han enviado a casa», dijo nerviosa mientras agitaba en la mano el telegrama y la carta. Los agentes le pidieron que comenzase por el principio. «Tengo una horrenda relación con un familiar. Me siento atacada, ninguneada y por eso estaba bastante deprimida. No veía salida. Un día, leyendo una revista, vi el teléfono de una vidente que decía que podía armonizar relaciones», comenzó a explicar. Las conversaciones se prolongaron en el tiempo siempre de tarde noche o de madrugada. Ana se sentía escuchada por una amiga que la entendía y la aconsejaba. Al otro lado, la vidente-telefonista se frotaba las manos dando palique y prolongando el diálogo hasta límites insospechados. Cada segundo era más caro que la consulta de un psicólogo. Así llegó a sacarle 18.000 euros. Ana se fue abriendo y contándole su vida. Le habló de su herencia, le dijo dónde vivía, sus problemas con un miembro de su familia... La vidente hacía las preguntas adecuadas para sacar información y le seguía la corriente. Llegó incluso a convencerla de que todos sus males se debían a ese familiar. Según Ana, la pitonisa «me contó que ella trabajaba con unas hierbas que, si se usaban adecuadamente, tenían mucho poder. Era muy convincente y hablaba muy bien. Si yo le hacía caso, me prometió que se solucionarían mis problemas». Sin embargo, la Guardia Civil averiguó que de hierbas nada. En realidad, Ana había pagado porque la vidente trajese de Suramérica una especie de piedra, tipo uranio, para colocarla cerca de ese familiar y provocarle cáncer a través de las radiaciones. Incluso, podía causarle la muerte. «Me pidieron el nombre y la dirección del familiar para el que hacía el encargo y yo se lo di» confirmó. «¿Cuánto pagó usted?», preguntaron los agentes. «Una cantidad importante, pero no recuerdo exactamente cuánto».
Pasaron los días y Ana no veía que las cosas con su familiar mejorasen. De repente, recibió una llamada. Era una tal Sara, que decía ser abogada de la línea del tarot. «Me empezó a decir cosas muy raras. Que si yo había encargado un trabajo, que me había desentendido del mismo, que el encargo se encontraba dentro de una caja y que se había deteriorado. Según me contó, le había hecho daño a ella y había causado daños en un local. Yo tenía que pagar. Me dijo, además, que la vidente me había grabado unas conversaciones en las que yo encargaba una muerte y, si no pagaba, me iban a denunciar en un juzgado porque eso era un asesinato y que, además, se lo dirían a mi familiar».
Ana, horrorizada ante la posibilidad de que su secreto se hiciera público, decidió pagar. Primero 5.000 euros, luego otros 5.000. Siempre mediante transferencias bancarias. Cuando pensaba que todo se había acabado, llegaba una nueva llamada, un nuevo mensaje que le anunciaba que la grabación todavía no estaba destruida y que debía seguir acoquinando. «Los del tarot la han grabado a usted», le recordaba Sara, «y eso está en una cinta. ¡Por Dios bendito! ¡Por favor! Que lo hemos oído, por favor, señora. Si usted me dice: ''Mire, yo en un arranque de rabia, yo quise hacer algo y ahora me arrepiento de haberlo hecho''. Pues ¿sabe?, yo lo entiendo. Son errores que comete la gente, porque yo vivo de los errores que comete gente como usted. Lo único que quiero es cobrar los 8.450 euros de la del tarot, porque se ha gastado un dinero, ha tenido que pedir un crédito, y que el material de limpieza vale 2.350».
Cuanto más dinero sacaban, más querían. Ana entregó 28.100 euros en total, pero ni aún así logró que le entregaran las cintas para destruirlas. Cuando se atrevió a recriminárselo a Sara, ésta le respondió que había tenido que hacer frente a problemas imprevistos y que Ana debía hacer un pago de 35.000 euros más o la denunciaba en un juzgado. Ése fue el punto de inflexión en el que no la dejarían en paz. Había olvidado que en una de las muchas conversaciones nocturnas con la vidente le había dado la dirección de su casa. Así llegaron el telegrama y la carta.
Los investigadores de la Guardia Civil le pidieron los teléfonos y los encendieron. Un agente abrió uno de los sms y leyó: «Le doy un ultimátum: si para mañana no tengo respuesta suya antes de las 12 del medio día, su familiar sabrá toda la verdad. Además, se la denunciará por lo civil y lo penal. Si no se pone en contacto conmigo, tomaré otras medidas que no le van a gustar». Allí estaban las pruebas de las amenazas y el chantaje que venía sufriendo en los últimos meses. Desde el primer momento, la jueza del Juzgado de Instrucción nº 1 de Roquetas de Mar (Almería) ayudó a los agentes a que la investigación avanzara. Cursó órdenes para averiguar la titularidad de la línea del tarot y la del móvil desde donde se realizaban las amenazas. También la titularidad de las cuentas donde Ana hacía las transferencias y los agentes empezaron a cuadrar los datos. Descubrieron que era una banda organizada y que, al menos, había cuatro víctimas más en otras tantas provincias españolas. Incluso viajaron a Barcelona para pedir las imágenes de las cámaras de seguridad del banco al que iban a recoger el dinero que les mandaba Ana. Los detuvieron a todos acusados de estafa, entre ellos a una mujer de 69 años, con antecedentes. Ésta era la que atendía las llamadas del tarot. Otra era Sara, la supuesta abogada, de 60 años, el cerebro de la trama. Cada miembro de la organización proclamó su inocencia y echó la culpa a los que aguardaban en los calabozos.
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