Empleo
La cicatriz laboral de las personas con discapacidad
Juan Carlos iba a trabajar en una multinacional, pero la situación cambió cuando informó de su grado de minusvalía, del 59%.
Cuando tenía cinco años, a Juan Carlos Sánchez le detectaron una enfermedad congénita conocida como tetralogía de Fallot, una cardiopatía que obligó a intervenir a los médicos para quitarle una válvula obstruida. Tras esta intervención, Juan Carlos contaba con un grado de discapacidad del 59%. Pero él lo ha tenido siempre muy claro: quiere trabajar. El problema es que, en algunos casos, declarar una minusvalía puede pesar como una losa a la hora de ganarse la confianza de una empresa. Reconoce que sufrió un golpe duro que todavía no ha superado. «Puedo trabajar. Sólo tengo que someterme a revisiones periódicas», señala. Precisamente mañana se celebra el Día Internacional de la Discapacidad. Y las deficiencias en la inclusión laboral es uno de los problemas a los que se enfrenta este colectivo.
Juan Carlos, de 37 años y vecino de Zaragoza, hizo un cursillo de soldadura. Su tío podía ayudarle a la hora de encontrar una ocupación, porque a su vez trabajaba en un empresa multinacional del sector. «En principio, yo iba a entrar a prueba durante dos meses. Mi tío me iba a enseñar durante las noches y yo iba a trabajar por las mañanas», relata. Junto a su currículo también entregó los papeles que certificaban su discapacidad. Todo estaba en orden. Sin embargo, las trabas se multiplicaron cuando pasó el reconocimiento médico. «Me vieron la cicatriz de aquella operación y empezaron a poner pegas. Ellos me dijeron que no querían a gente así, con discapacidad. Además, me dijeron que les tenía que haber avisado de mi minusvalía, cuando lo sabían desde el principio porque les entregué los papeles». De hecho, sospecha que utilizaron su minusvalía como una excusa para rechazarlo, en favor de otro candidato. Aquello ocurrió en 2010. Ahora, su minusvalía es del 65% y, desde entonces, sólo ha trabajado seis meses tras un cursillo de auxiliar administrativo. «A raíz de ahí pasé por muchas depresiones». Afortunadamente, Juan Carlos contó con la ayuda de la asociación Plena Inclusión que, como a muchos otros en su situación, le ha ayudado a salir adelante.
Lamentablemente, la discriminación que sufrió Juan Carlos no es una excepción, como también constata el informe que ha elaborado el Grupo SIFU y que destaca que sólo una de cada cuatro personas con discapacidad trabaja. Es más, en los últimos años, el salario bruto anual de las personas con discapacidad ha disminuido 1.400 euros, mientras que el del resto de la población se ha reducido 40.
Marcos Santos tiene 36 años y poco después de nacer sufrió una parálisis cerebral por la que un lado de su cuerpo se le desarrolló más que el otro. Le afecta especialmente a su psicomotricidad, pero «de pequeño también me afectó al habla y a la escritura». Él no conoce otro cuerpo ni otra forma de moverse, pero reconoce que la gente por la calle sigue señalándole: «Anda raro», ha oído en alguna ocasión.
Tras finalizar sus estudios de COU decidió lanzarse al mercado laboral y «nunca lo pedí como una persona con discapacidad». Le contrataron en una cadena de comida rápida, donde se desarrolló profesionalmente durante siete años. «Pasé por diferentes puestos y me trasladaron a varios locales. Llegué a ser subgerente», afirma orgulloso. Hasta que llegó un nuevo jefe. «Dijo que yo no era la imagen que ella quería dar de su tienda, pero en ningún momento intentó hablar conmigo». Y añadió: «A éste te lo llevas». Estuvo aguantando esta situación durante más de ocho meses y por la presión «llegué a adelgazar 16 kilos». Le cambiaron los horarios y le obligaban a realizar tareas que «no me tocaban».
Cuando volvió a entrar en el mercado laboral, «vi las dificultades que tenemos las personas con discapacidad». Hasta que encontró al Grupo SIFU, un centro especial de empleo donde trabaja con otras personas con discapacidad. Marcos está contento en su puesto de trabajo, pero tiene claro que «nuestro futuro está en el emprendimiento».
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