Investigación científica

La dieta nos hará jóvenes

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No somos conscientes, pero la lucha contra el envejecimiento empieza en el vientre materno y la alimentación es una de las claves para que nuestro cuerpo y nuestra mente resistan mejor el paso del tiempo. El bombardeo constante de mensajes sobre cómo mejorar nuestra dieta nos confunde. El aguacate reduce el colesterol, el café contiene propiedades antioxidantes, la leche de soja mantiene las arterias limpias y, así, un largo etcétera de consejos que, si los siguiéramos, acabaríamos saturados y seguro que superaríamos, con creces, las cinco comidas que recomiendan todos los expertos –éste es uno de los pocos puntos en los que nutricionistas y dietistas coinciden–.

Cada etapa vital exige un régimen diferente. No obstante, como apunta Ascensión Marcos, directora del Grupo de Inmunonutrición del Departamento de Metabolismo y Nutrición del Instituto de Ciencia y Tecnología de los Alimentos y Nutrición (Ictan) del CSIC, «desde el embarazo se programa la salud futura del niño. Si a la madre le falta hierro, ácido fólico o vitamina B12, el bebé puede sufrir problemas de calcio», que, a la larga, pueden traducirse en problemas óseos, un signo inequívoco de envejecimiento. Así, retrasar la vejez es una carrera de fondo en la que debemos ser conscientes de qué alimento es más necesario en cada momento. Mientras que la leche entera ayuda a los menores a crecer porque absorbe minerales y vitaminas, los adultos deben evitarla; la grasa que contiene sólo incrementa nuestros índices de colesterol. Así que a partir de los 40, si no antes, debemos decir adiós a los productos enteros y llenar el frigorífico de desnatados.

Pero ¿qué es el envejecimiento? Y una cuestión aún más difícil de responder, ¿nuestra dieta puede hacernos eternamente jóvenes? Mari Paz de Peña, profesora de Nutrición y Bromotología de la Universidad de Navarra, responde a la primera: «Envejecemos cuando nuestro organismo se oxida; las células comienzan a generar una serie de sustancias –entre ellas los radicales libres– que se destruyen y no se regeneran». Este proceso también se traduce en obesidad, diabetes y cáncer. Una vez descubierto que nuestro cuerpo, sí o sí, va a alcanzar un tope de maduración para luego decaer, lo más importante es retrasarlo lo máximo posible porque, como apunta Giusseppe Russolillo, presidente de la Fundación Española de Dietistas y Nutricionistas, «entre los 20 y los 30 años vivimos la etapa de esplendor corporal, pero una vez superada esta barrera la vejez empieza a aparecer y sólo diez años más tarde se agudiza. Nuestro cuerpo empieza a quemarse». Es cierto que normalmente la caída se produce escalón tras escalón hasta que un día nos damos cuenta de que no encontramos las llaves del coche.

La lucha del ser humano por evitar lo inevitable como cumplir años o hacerse viejo se traduce en la introducción de alimentos como los cítricos –las naranjas y los kiwis tienen mucha vitamina C–, que retrasan la pérdida de células; el café, los frutos secos, el pan integral, el brócoli o verduras como la remolacha o la zanahoria. Todos contienen beneficios que retrasan nuestro deterioro orgánico, pero, dependiendo de la edad, el cuerpo nos pide diferentes alimentos. Son los denominados productos antioxidantes, que, en realidad, como apunta la investigadora del CSIC, deberíamos introducir en nuestra dieta desde que somos pequeños. «El consumo de fibra, por ejemplo, se debe incrementar con la edad». Verduras y frutas son imprescindibles para adquirir la fibra que nuestras células necesitan. Por otro lado, «los niños no deben acostumbrarse a la sal y al azúcar porque cuando sean algo mayores los reclamarán», insiste Russolillo. Un error dietético que solemos cometer todos es igualar los quesos a los lácteos y, a pesar de que ambos contienen leche, la grasa de los primeros no es recomendable en la alimentación de los niños que están creciendo. Ese exceso de calorías no haría más que incrementar los riesgos de obesidad, y es que, «a pesar de lo que creen muchos padres, sus hijos crecen a lo ancho y no a lo largo y esto puede acarrear enfermedades futuras», insiste Marcos. Las proteínas de origen animal ayudan a nuestro desarrollo temprano, pero superada la época dorada de los 30, son perjudiciales, nuestro metabolismo no es capaz de asimilarlas, de ahí que los expertos prioricen el consumo de frutas y verduras frente a las carnes y los quesos. Y es que de las 2.000-2.500 calorías que necesitamos durante la infancia, se reducen a cerca de 1.500 cuando somos ancianos. Las enfermedades que pueden derivar del mal consumo de alimentos no es más que otro reflejo del envejecimiento. La falta de actividad es la que obliga a reducir las raciones de comida, mientras que productos como las nueces, avellanas y almendras mejoran el rendimiento intelectual de los mayores. Un estudio realizado en perros hace unos años en la Universidad de California-Irvine reafirma esta idea: «Descubrimos que los perros viejos que siguieron una dieta basada en antioxidantes realizaban mejor las pruebas de memoria que los que no la tuvieron. Es más, su cerebro funcionaba igual de bien que la de los canes jóvenes», afirmó Dwight Tapp, coautor del estudio. Repito, no podemos evitarlo, pero sí se puede retrasar la llegada de la temida arruga.