Caso Marta del Castillo
La maestra que no pudo ser
Aquella noche de enero truncó los sueños de una joven que hoy tendría 21 años
Cuesta imaginarse el futuro. Porque duele. Sobre todo cuando alguien lo trunca. Sin permiso. Un módulo de Educación Infantil le esperaba a Marta. O quizá uno especializado en tratar a menores con algún tipo de dificultad de aprendizaje. Quién sabe. Aunque le costaba estudiar, lograba sacar cada curso adelante. No llegó a terminar 4º de Secundaria. Sin dudarlo, esa pasión que tenía por los niños habría hecho de ella una maestra ejemplar. «Bastaba verla con su primita pequeña, a la que quería con locura», explica Alejandra, su mejor amiga, que es incapaz de borrar a Marta del presente. «Se le notaba cierta mano izquierda con los niños, tenía alma de profesora», dice una vecina. «Habría terminado sus estudios seguro, no era de dejar cosa a medias, pero aquello nos rompió a todos», insiste su «prima». Porque Alejandra y Marta se consideraban de la familia. Pasaban todo el día juntas en el barrio. Y cuando no lo estaban físicamente, el móvil y las redes sociales hacían el resto. A buen seguro que hoy por hoy seguirían conectadas al minuto por «Whatsapp». «Si algo echo de menos, porque no fallaba nunca, es su felicitación de cumpleaños. Siempre era la primera en cuanto marcaban las doce cada 27 de septiembre». Pero aquel 24 de enero de 2009 truncó todos sus planes. Acudir a algún concierto de Andy&Lucas. Dejarse llevar por la música de Fondo Flamenco. Disfrutar de la Feria. Con traje de flamenca incluido. Y vivir la Semana Santa. «No habría faltado a la última procesión del Cristo de los Gitanos. Somos muy "capillitas"», comenta otro de los amigos de Marta que no logra borrar de su buen carácter, su bondad, su fidelidad y sus ganas de vivir.
Conociéndola, seguro que a estas alturas del año ya habría hecho una escapada a Chipiona. Todos los veranos, idéntico destino. En la localidad gaditana–como «medio» Sevilla–, sus abuelos tienen una casa. Allí Marta encontraba el descanso, la playa. Marta seguiría viendo a sus amigos de toda la vida, esos que cada viernes acuden a casa de Antonio y Eva para merendar y ayudarles a llevar la carga de haber perdido a una hija y no poder ir a ningún lugar a llorarla. Los mismos con los que quedaba de forma habitual para ir a la hamburguesería o para retratarse en el fotomatón, otro de esos guiños adolescentes, que luego uno guarda como los mayores tesoros.
Y aunque ahora Marta tendría 21 años y aquello de casarse quedaría algo lejos, su entorno no duda en que le esperaba una familia por delante. «Sería una madraza. Segurísimo. Si hay algo que valoraba era a sus padres, a sus abuelos. Les tenía como un referente y se notaba que les tenía como modelo a seguir», insiste Alejandra. Tanto apego tenían que ninguno de sus amigos y vecinos de Tartessos, su barrio, cree que se hubiera marchado fuera de Sevilla en busca de aventuras o de trabajo. «¿Una Erasmus? Ni loca, para nada. Tenía claro que éste era su sitio. Nunca se marcharía lejos de sus padres. No entra dentro de una persona tan prudente como ella», comenta otro compañero y confidente.
Maestra. Madre. Cofrade. Futuro imposible. Lo truncó un pálpito de Eva, su madre.: «A Marta le ha pasado algo, no coge el teléfono». Un sentimiento así sólo lo puede tener una madre, la misma que recogió la casa, hizo las camas y ayudó a su hija a rizarse el pelo minutos antes de las cinco de la tarde, momento en el que bajó a la calle para encontrarse con Carcaño, a bordo de su moto. A partir de ahí toda España comienza a ser partícipe de la historia de Marta. A echarla de menos.
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