Sevilla
La Manada: Ni Boycott ni Linch viven en el barrio
Los miembros de «La Manada» vuelven a sus casas entre la expectación y la sensación entre sus vecinos de que son víctimas de un linchamiento. Es la otra cara de un caso más que mediático.
Los miembros de «La Manada» vuelven a sus casas entre la expectación y la sensación entre sus vecinos de que son víctimas de un linchamiento. Es la otra cara de un caso más que mediático.
Sevilla amaneció este sábado como capital mundial de la apariencia, con una bandada en busca de hechos que ilustren el pregonado vacío social en torno a cinco famosos abusadores sexuales en libertad provisional. Querrían rememorar la santa ira del Condado de Mayo (Irlanda) contra el capitán Charles Cunningham Boycott, recaudador de impuestos real cuyo apellido ha permanecido en los diccionarios. Pero aunque se ha manifestado un rechazo social, no hay nada de eso, más allá de cuatro campañas inanes en el vertedero de las redes sociales. Esta es la realidad. Los barrios de donde proceden los miembros de «La manada» sobrevuelan la basura con alas de normalidad, a pesar del ruido generado por colectivos de toda laya que protestaron contra su excarcelación.
En la avenida de Hytasa, arteria que conduce hacia los barrios degradados del sudeste de Sevilla, queda algún resto de la manifestación de la víspera: algunas pancartas hechas sobre cartulinas moradas y una pintaba todavía fresca en el muro de la Consejería de Igualdad y Bienestar Social que reza «violadores» y que unos operarios se apresuran a borrar. Si se escudriña el ambiente con lupa, se terminará hallando algún testimonio de rechazo a la vuelta de «La Manada» a vecindarios en los que abunda la población que algún día fue reclusa. Bueno, es la moda del momento. Todos conocen el guión de las televisoras y nadie le amarga un plano. La realidad es que no pasa nada, o nada distinto a lo que sucedía hace 48 horas. Es lo que se percibe a pie de calle.
El barrio del «Prenda», entre Amate y Rochelambert, es una zona de nadie sin alma ni gracia, una plazoleta destartalada que no justifica su aparición en el viario hispalense como calle Francisco Escudero, donde vive el considerado líder de «La Manada». La barriada Amate es una de las zonas más pobres de España según el INE, junto a Los Pajaritos, con una renta media 13.180 euros. No alcanza ni de lejos la conflictividad de la collación aledaña, pero seguro que no es errónea la calificación de deprimida. Su abogado, Agustín Martínez, sale de la casita baja, una vivienda unifamiliar de una planta, para confirmar al filo del mediodía que «los cinco están ya en Sevilla».
El letrado relató que para José Ángel Prenda, alias Joselito el Gordo, «ha llegado el momento de los besos y los abrazos. Se tiene que poner al día con su familia, sobre todo con sus padres, a los que no ve desde hace dos años porque están impedidos y no han podido ir a verlo a Pamplona». Se supo que el «Prenda» festejó hasta tarde su puesta en libertad. A saber cómo sería la madrugada en esa casa. Lo cierto es que no se esconde. Ya hay imágenes a cara descubierta saliendo de un coche.
Sobre su progenitor, un ruego de Martínez, quien advierte que «sufrió un ictus y se agobia en la casa, así que va a salir a tomar el aire un poco. Pido respeto». En su silla de ruedas, el hombre departe durante una hora con varios vecinos a la vista de los reporteros, una banal charla sabatina que concluye con abrazos y la proclamación de uno de los contertulios: «Conozco a ese niño desde chico y es imposible que haya hecho nada malo». Lo de siempre cuando uno descubre que un delincuente vive en el descansillo de al lado.
Juan es un vecino del Cerro del Águila, donde Alfonso Cabezuelo, padre del homónimo miembro de «La Manada», regenta un taller mecánico. El Cerro posee una gran conciencia barrial y allí han hecho piña alrededor de una «familia destrozada». La presencia de unidades móviles genera una sorda hostilidad y, pese a que siempre existe alguien encantado de ponerse a hablar en cuanto le plantan una alcachofa delante, la palabra que más se oye en los veladores del bar «Jamoncito» es «circo». Los Cabezuelo, cuenta Juan, «claro que tienen cierto sentimiento de culpa porque un padre también se pregunta cómo es posible que su hijo haya hecho algo así. Están seguros de que es inocente del delito de violación pero lo otro también es muy grave, una ruina que les ha entrado por la puerta. Era un chaval con su trabajo fijo –es militar profesional–, con su novia, económicamente independiente... Han tenido que vender su casa para pagar los gastos del juicio». Se rebela, eso sí, contra quienes «quieren que los castiguen más que a un asesino. Les han caído nueve años, que no es poco tiempo».
Porque el otro gran enemigo de estos barrios sevillanos, otrora trabajadores y hoy depauperados por la crisis, es Charles Lynch, el esclavista virginiano que instauró los tribunales irregulares donde, como hoy en ciertos platós, se ejecutaba a los reos sin posibilidad de defensa. Un funcionario que no quiere dar su nombre «por miedo» se define como «amigo íntimo» de una de las familias de los condenados y advierte sobre la «tremenda gravedad de lo que estamos viviendo. Existe un linchamiento mediático, pero no sólo mediático, contra ''La Manada'' y también contra todo juez que se atreva a aplicar un criterio que no concuerde con lo que pretenden los linchadores».
«Hay cuestiones que son obvias pero no puedes decir en público porque te arriesgas a que te revienten. Estas cinco personas están en libertad provisional y es terrible que se vulneren sus derechos con la complicidad de todos los partidos políticos. En Alsasua, miles de vecinos han salido a defender a unos energúmenos que han apaleado a dos hombres y a dos mujeres. Ahí sí existen unos partes de lesiones elocuentes. Se tienen que pudrir en la cárcel porque sí, porque la gente lo dice. Pero, ¿quién es la gente? ¿Los programas de la tele? ¿Los partidos de extrema izquierda? En España, aunque todos seamos iguales ante la Ley, la Justicia no es igual para todos». Suena políticamente incorrecto, pero es lo que salió de su boca. Lo que usted diga, oiga.
Aunque los miembros de «La Manada» eran todos forofos del fútbol, Jesús Escudero era el único practicante de cierto nivel, pues jugó en el Ciudad Jardín y el Nervión, dos clubes emblemáticos de las categorías modestas andaluzas. Barbero de profesión, trabajaba en el negocio de su tío en Triana, una peluquería de caballeros en la confluencia de las calles Pagés del Corro y Evangelista, en cuyas inmediaciones alguien colgó el viernes unos carteles con su cara, al modo de los «Wanted» del salvaje Oeste. Otra vez la querencia al código Lynch. «El servicio de limpieza municipal los arrancó enseguida», informa la dependienta de una confitería.
Escudero, como cualquier empleado con un contrato fijo que salga de la cárcel, tiene derecho a reincorporarse de inmediato a su puesto de trabajo. «A lo mejor, su tío, que es el dueño de la peluquería, llega a un acuerdo con él para quitarse de líos, aunque no veo por qué. Hasta los peores criminales tienen derecho a reinsertarse», aventura un viandante que confirma que «lo mejor es no hablar del tema para no hacerle más daño a la familia, que no tiene culpa de nada. Pero yo tengo dos hijas y también me pongo en el lugar de la chica, ¿eh? Si lo han hecho, te comes el marrón». Lo que están haciendo.
Los Biris, único apoyo para «La Manada»
El mayor apoyo a los condenados llega desde las peñas radicales del Sevilla, club del que son hinchas. Hace dos semanas, amanecieron colgadas en puentes de la autovía de circunvalación de la ciudad, pancartas que pedían la absolución para «La Manada» uno de cuyos abogados, Agustín Martínez, es un socio sevillista tan pugnaz que ha llevado a los tribunales al presidente, José Castro. Un antiguo líder del grupo ultra Biris, Fabrizio, se las ha tenido tiesas con grupos feministas y de extrema izquierda en las redes sociales: «A Diana Quer posiblemente la violaron y la mataron, y los cínicos de Podemos no quieren que su asesino esté toda su vida en la cárcel. Vaya cacao que tenéis», fue una de sus perlas.
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