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La partícula de Dios y del Nobel
El Nobel de Física concedido ayer era como el propio bosón de Higgs: escurridizo y nadie hasta ahora lo había visto, pero se daba por hecho. Puede decirse que tenía ganadores desde hace más de un año. Concretamente, desde el 7 de julio de 2013, cuando los investigadores de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN) dieron con el «ingrediente» secreto que ponía la guinda a nuestro universo. Esta partícula había sido teorizada, pero jamás se había obtenido evidencia de su existencia. Medio siglo antes –en 1964–, había sido teorizada–y bautizada– por el británico Peter Higgs, mientras que los belgas François Englert y Robert Brout la formularon de manera independiente. La Real Academia Sueca de las Ciencias de Estocolmo despejó ayer unas dudas que pocos tuvieron: Higgs y Englert –Brout falleció en 2011 y jamás pudo ver el hallazgo– han sido distinguidos porque, gracias a su desarrollo del modelo estándar de la física elemental, han «descrito cómo está construido el mundo», según afirmó la institución en un comunicado.
Eso es precisamente lo que supusieron sus teorías. Poco después del Big Bang, la irrupción del bosón de Higgs posibilitó que el resto de partículas adquirieran masa, constituyendo así la materia y, por tanto, el universo que hoy conocemos –o desconocemos–. Hasta tal punto radica su importancia que el descubrimiento se ganó el apelativo de «divino». Para lamento de los físicos, eso sí, a los que nunca acabó de convencer. Pero la ecuación no alberga dudas: sin este «pegamento» de la materia no existiría la masa; el universo sería muy diferente al que conocemos; los conceptos de química y biología no existirían, y, por tanto, podría concluirse que, directamente, no existiríamos.
«Me gustaría felicitar a todos aquellos que han contribuido al descubrimiento de esta nueva partícula, y dar las gracias a mi familia, amigos y colegas por su apoyo», aseguró ayer Higgs, «abrumado», a través de un comunicado de la Universidad de Edimburgo. El físico, de 84 años, tardó varias horas en dar señales de vida; no es precisamente amigo de las nuevas tecnologías. «Espero que este reconocimiento en la ciencia fundamental contribuya a aumentar la atención en la ciencia brillante», añadió. Englert, de 81 años, fue aún más escueto. Desde la Universidad Libre de Bruselas dijo sentirse «muy, muy feliz de ser reconocido» por este «premio extraordinario». Hay que recordar que ambos, junto al CERN, fueron distinguidos también este años con el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica.
Tanto el «premier» británico, David Cameron, como el primer ministro belga, Elio Di Rupo así como el rey Felipe de Bélgica felicitaron ayer a Higgs y Englert respectivamente. La Comisión Europea también aprovechó la oportunidad: «Esto es un reconocimiento de la contribución hecha a la Física moderna por parte de François Englert y Peter Higgs».
Sin embargo, los elogios que a buen seguro mejor valoran los nuevos nobeles son los de la propia comunidad científica. Empezando por los de los investigadores españoles. No en vano, de los 900 científicos de nuestro país que trabajan en el laboratorio europeo de física de partículas, cerca de 200 tuvieron el privilegio de participar en el histórico hallazgo del CERN.
«Estaba ''cantado''», afirmó ayer Antonio Pich, coordinador del CPAN (Centro Nacional de Física de Partículas, Astropartículas y Nuclear). «Por una vez, la contribución española a un gran descubrimiento ha sido muy importante», añadió. Mientras, Javier Cuevas, de la Universidad de Oviedo e investigador en el CMS –uno de los experimentos clave– reconoció que esta distinción estaba «muy bien dada». El propio director del CERN, Rolf Heuer, profesó su admiración por ambos. «Hubiese sido fantástico que el premio fuera para nosotros, pero de alguna manera, es también un reconocimiento a nuestro trabajo», señaló a Efe.
Precisamente el CERN tiene ante ahora un nuevo «bosón» que descubrir: la materia oscura, que representa un cuarto de la masa de la energía del universo pero que hasta ahora ha permanecido indetectable. Poco o práticamente nada se sabe de ella. Con todo, no es difícil predecir que los investigadores que indagan hoy sobre ella serán los Nobel del mañana.
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