Criminalidad

La venganza de Cáseda: «esto no va a quedar así»

La disputa entre dos clanes gitanos de navarra, unidos por el matrimonio de dos de sus miembros, se saldó con tres muertos de una misma familia. Ocurrió el 18 de septiembre.

Momento de la detención del acusado
Momento de la detención del acusadolarazon

La disputa entre dos clanes gitanos de navarra, unidos por el matrimonio de dos de sus miembros, se saldó con tres muertos de una misma familia. Ocurrió el 18 de septiembre.

Amparo se crió en un ambiente en el que las discusiones de pareja se resolvían a chillidos, se acompañaban de grandes aspavientos, dedos acusadores y ceño fruncido. Conoció pronto el amor y mientras las chicas de su edad llenaban la carpeta de fotos de sus ídolos musicales en el instituto, ella, a los 16, se vistió de blanco. Exhibió su honra intacta y, entre el jolgorio de los asistentes y la aprobación de los mayores, se desposó al estilo gitano con Julián, de 21 años. Fue un día de bulla y fiesta. Dos familias, los Jiménez y los Jiménez-Echavarría, unidas por el vínculo del santo matrimonio de sus hijos, que no tardaron en sumar un miembro más a la saga.

Desde el principio, la relación de Amparo y Julián tuvo un clima cambiante y podía pasar de calma chicha a ciclogénesis explosiva en un estornudo. No ayudaban nada las formas mamadas por Amparo desde la infancia. Cuentan los vecinos que con frecuencia Julián era el depositario de las formas arrabaleras de su esposa y que le humillaba a golpe de grito en cualquier esquina. En los primeros cuatro años de matrimonio se separaron en tres ocasiones. Amparo, irancunda, cogía sus cosas, al bebé en brazos, y se refugiaba en casa de su familia. Allí sacaba su cólera. Se desahogaba con sus padres y contaba uno tras otro los agravios de Julián. Cuando se vaciaba de rencor, recordaba lo que le amaba y regresaba a su lado. No se daba cuenta de que cada ofensa relatada, cada ultraje descrito, eran leños en la hoguera del odio que crecía en el interior de Juan Carlos, su padre. Solo faltaba la chispa. Y ocurrió. Saltó.

LA RAZÓN ha tenido acceso a una declaración trascendental para entender lo ocurrido en Cáseda, Navarra, el pasado 18 de septiembre. La de Julián. A su padre y a sus dos hermanos los asesinó su suegro de tres escopetazos. Él, que salvó la vida porque al asesino se le acabaron los cartuchos, no solo presenció cómo caían muertos al suelo uno tras otro, sino que participó en la brutal pelea previa. Así se lo confesó a la Guardia Civil: «Hace dos semanas, Amparo y yo nos peleamos. La culpa fue de mi mujer, que tiene mucho genio y me grita en público. A mí no me gusta que me humille, se lo dije, discutimos y ella se fue a vivir con su familia. Tras la ruptura, mi padre y el suyo se reunieron para negociar con quién estaría la niña. Acordaron que nuestra hija se quedara de lunes a viernes con su madre y los fines de semana me encargaba yo de cuidarla», relata el joven. «Con el paso de los días mi mujer me empezó a decir por WhatsApp que quería estar conmigo, que me amaba y que teníamos que estar de nuevo juntos, como un matrimonio. El día del crimen Amparo me anunció por mensaje que se iba de casa de sus padres y venía con nuestra hija a Cáseda para que volviésemos a vivir juntos. Llegó en taxi a las cinco de la tarde. Yo la estaba esperando. Hablamos y nos reconciliamos. Bien, sin problemas». Julián estaba preocupado porque no era ajeno a que su suegro le odiaba y podía haber represalias. Le preguntó a Amparo si había consensuado con sus padres el regreso y «ella me dijo que estaban de acuerdo y que no ocurriría nada. Sin embargo, de repente mi padre me llamó y me advirtió: “Cuidado, hijo, me acaba de llamar tu suegro. Amenaza con que va para tu casa para daros de ostias a Amparo y a ti. Se niega a que retoméis la relación”. Yo le quité hierro al asunto y le respondí que no se preocupara, que lo arreglaría con él hablando. Sin embargo, mi padre no se dio por satisfecho: “Voy ahora mismo para Cáseda. No voy a permitir que a ti te dé una paliza nadie”».

El padre estaba en la localidad navarra de Eslava, a tan solo un cuarto de hora en coche de Cáseda. No tardó en llegar. «Vino con mis hermanos José Antonio, de 29 años, y Cristian, que tiene solo 16. Yo mientras llamé a mi suegro para tranquilizarle, pero él me espetó: “Voy a ir a Cáseda a poneros a ti y a mi hija morados a ostias”. Amparo lo oyó y gritó: “¡A Julián no lo toques que no tiene culpa de nada!”».

Todos sabían que los problemas se avecinaban, pero no en qué grado. «Mi padre, con mis dos hermanos, aparcó junto al domicilio y todos esperaron en el exterior a mi suegro. Yo estaba con ellos. De repente llegó él con sus hijos Juan Carlos y Emilio, aunque este último se quedó escondido dentro del coche. Mi suegro se bajó del vehículo y directamente nos dio un tortazo, primero a mí y luego a Amparo. “¡Eres un mierda!”, me gritó. “Y tú no deberías volver con este mierda!”, le chilló a su hija. Mi padre se interpuso y comenzó a discutir con mi suegro. “No te tengo miedo”, le espetó mi padre. Entonces, los dos se liaron a puñetazos. Yo, por mi parte, me enfrenté con mi cuñado a puño limpio. Mientras nos peleábamos nos fuimos desplazando hacía el coche de ellos. Entonces, Emilio, el hijo menor de mi suegro que estaba escondido, se bajó del vehículo con una escopeta en las manos. Nos apuntó y gritó: “¡Vale ya! ¡Me cago en Dios!”. En ese momento mi suegro le quitó la escopeta de las manos, disparó a mi padre, a mi hermano Cristian y luego a mi hermano José Antonio. Los tres cayeron muertos al suelo. Si yo no estoy muerto es porque se quedó sin cartuchos. Entonces mi suegro y mis dos cuñados, viendo lo que habían hecho, se dieron a la fuga», relata Julián.

«Estoy convencido de que vinieron a matarnos. Lo tenían planeado, si no no traen la escopeta. Amparo, mi mujer, está en el ajo. Está implicada. Ella formó parte del plan para matar a mi familia. Se fue dos minutos antes de que comenzasen los disparos con nuestra hija y se escondió. Ella lo sabía», concluye lleno de ira.

Ahora, Julián, al que las imágenes de lo ocurrido se le han anclado en la cabeza y el estruendo de los disparo todavía le llena los tímpanos, se debate entre el llanto y la rabia. Unas veces se culpa de la masacre: «Prefiero morirme, no soy capaz de vivir con las muertes de mi padre y mis hermanos a la espalda», y otras anuncia venganza: «Esto no va a quedar así».

Los hechos que precedieron a la sangre

En las horas previas, Amparo y uno de sus hermanos, Emilio, cruzaron una serie de mensajes que, vistos con distancia, pudieron anunciar que algo grave iba a ocurrir.

Emilio: ¿Dónde estás?

Amparo: ¿Por qué?

E: Porque no estás en el parque. Sin más. Por saber. Ha dicho el papa que bajes a la niña a merendar.

A: Pues me he ido. Me ha dicho el papa que me cogiera mis cosas y me fuera.

E: ¿Ahora dónde estás?

A: Me he ido y ya está.

E: ¿Te has ido con el Julián?

A: No te lo voy a decir. Me he ido y se acabó. Ahora olvidarme y «yasta». Yo hago mi vida. No os voy a molestar más. Quiero estar con él y no me voy a ir de mi casa.

E: No os marchéis de casa.

A: ¿Vais a venir? ¿Por dónde andáis?

E: A ti te lo voy a decir.

A: ¿Dónde estáis? Eeehh.

Los mensajes se cortan poco antes de que el padre y los hermanos de Amparo lleguen a Cáseda y se desencadene la tragedia. Tras los crímenes, el autor, el padre, y sus hijos, que no se esperaban que usase la escopeta, huyen juntos en el coche. Amparo les escribe pero no logra que le respondan.

E: Ehhhh. ¿Habéis llegado a casa?

A: Ehhhh.

A: Lo siento por todo. Os tenía que haber hecho caso.

La masacre de Puerto Hurraco

Cuando se habla de disputas entre clanes gitanos que se han saldado con varios muertos no se puede obviar la masacre de Puerto Hurraco. Ocurrió el 26 de agosto de 1990 en la pedanía de este municipio extremeño. Los hermanos Emilio y Antonio, de la familia Izquierdo asesinaron a tiros a nueve personas, la mayoría de la familia Cabanillas y dejaron otros doce heridos graves. Todo venía, como en el caso de Cáseda, de una historia de amor no correspondido. El juicio se celebró tres años y medio después y los autores fueron condenados a 684 años de cárcel y a pagar una indemnización de 300 millones de pesetas.

ACLARACIÓN DE JULIÁN JIMÉNEZ ECHEVARRÍA

En relación con la noticia publicada el pasado martes 30 de septiembre de 2018, bajo el titular “La venganza de Cáseda: “Esto no va a quedar así””, a petición del aludido Julián Jiménez Echeverría y del conjunto de la familia Jiménez Echeverría, se aclara que no existe enfrentamiento alguno entre clanes y que el Sr. Jiménez no busca venganza alguna, sino que dejará en manos de la Justicia el enjuiciamiento de los autores de la muerte de su padre y de sus dos hermanos.