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«¡Lola, Lola...! ¡Ven aquí!»

Abuín trató de engañar a una joven utilizando casi las mismas palabras que asustaron a Diana Quer la noche de su desaparición. «Me quería raptar, me quería meter en el maletero», explicó entre sollozos

«¡Lola, Lola...! ¡Ven aquí!»
«¡Lola, Lola...! ¡Ven aquí!»larazon

Abuín trató de engañar a una joven utilizando casi las mismas palabras que asustaron a Diana Quer la noche de su desaparición. «Me quería raptar, me quería meter en el maletero», explicó entre sollozos.

Sólo un milagro evitó que la localidad de Boiro, de cerca de 20.000 habitantes, en la comarca de Barbanza, se convirtiera en un nuevo escenario precintado, bajo el reflejo azul de las luces de emergencia, de interrogatorios de puerta en puerta, invadido por la sospecha y, en definitiva, roto por el dolor. La efeméride habría sido difícilmente olvidable: el día 25 de diciembre. Hoy, una familia puede respirar aliviada. Y al menos otras dos, saben que en su casas acogen a auténticos héroes.

Ocurrió este pasado lunes. El escenario, la céntrica calle Bao. A poco más de seis kilómetros de la casa en la que vive José Enrique Abuín, alias «El Chicle». La víctima, una joven sudamericana de la edad que poco más o menos tendría Diana Quer. Según cuentan algunos comerciantes de la zona, «la chica no es de aquí, creemos que es de un pueblo de al lado». Al parecer, iba a visitar a una prima que vivía en la calle perpendicular a Bao, pasando un lavadero y junto a un taller mecánico.

Aproximadamente en ese punto, la joven escuchó unos gritos. «¡Lola, Lola...! ¿Dónde vas? ¡Ven aquí!». Presuntamente, se trataba de «El Chicle». La frase es muy significativa y nos retrocede a aquella madrugada del 22 de agosto de 2016, la noche de la desaparición de Diana Quer. A las 2:42, cuando la joven cruzaba el paseo marítimo, después de disfrutar de las fiestas de A Pobra, y a apenas un kilómetro de llegar a su casa, mandó un mensaje de WhatsApp a un amigo. «Me estoy acojonando, un gitano me está llamando». «¿Y qué te ha dicho?». Ella le respondió: «Morena, ven aquí». Su amigo le insistió en busca de más detalles. Diana no respondió, ni a ese mensaje, ni a ningún otro. Desde entonces, y hasta el día de hoy, su pista se perdió. Esa misma noche, una testigo afirmó que le dijeron esas mismas palabras, pero en su caso eran tres personas de origen extranjero. Además, según declaró, intentaron pegarle, rompiéndole el móvil.

Tras escuchar la fase, la joven de Boiro se giró. Su primera reacción fue responder: «Yo no me llamo Lola». En aquel momento no podía imaginarse hasta qué punto estaba corriendo peligro su vida. Al acercarse, el hombre fue poco a poco reflejando sus verdaderas intenciones. «Dame el móvil», dijo en tono intimidante. La chica todavía pensaba que estaba en un punto en el que podía negociar con su agresor. «Te doy dinero si quieres, pero el móvil, no, no te lo doy...». Su frase tuvo una respuesta violenta. El cazador tenía delante a su presa y parecía que estaba a su merced. La agarró de forma violenta. Ella comenzó a gritar, lanzando desesperados gritos de socorro. La amenazaba constantemente con un cuchillo. Se la llevó al coche, que tenía aparcado en ese cruce, un Alfa Romeo. Concretamente, se dirigió con ella a rastras a la parte de atrás del vehículo. Iba a meterla dentro del maletero.

Y el milagro se produjo en la noche de Navidad. Dos chicos bajaban por esa calle y vieron la siniestra escena. La joven estaba casi dentro del maletero. Fueron corriendo a rescatarla. «El Chicle» les vio. Posiblemente pensó que los chicos, bien podían reducirle, bien podían acercarse lo suficiente como para identificarle. Así, desistió de su macabro propósito, momento en el que la víctima vio la posibilidad de huir. El ahora detenido se subió de nuevo al coche, arrancó y se alejó de la zona.

Los siguientes minutos fueron de desconcierto. Los dos chicos acompañaron a la joven al bar Las Vegas, a apenas 10 metros de donde se produjo el intento de secuestro. Era un lugar de confianza –el padre de uno de ellos es «parroquiano» del lugar– y, además, estaba abierto en una fecha tan señalada. Todo fue tan rápido que María, la dueña del local, no se había percatado de nada hasta que vio a los tres cruzando la puerta. La joven estaba en «shock», sin parar de llorar, temblando. La acomodaron en una de las sillas. «¿Quieres algo? ¿Te preparo una tila?», le preguntó María. Ella negaba con la cabeza. No podía hablar.

Uno de los jóvenes llamó a la Guardia Civil. Llegaron al instante, muy pocos minutos después. Poco a poco, la chica iba relatando lo que había sucedido. Los chicos no se separaron de ella ni un solo instante. «Me han querido raptar en un coche. Me quería meter en el maletero. Me puse a gritar...», acertó a decir.

Si hoy podemos respirar tranquilos y decir que un presunto agresor sexual ya está entre rejas, es gracias a ella. Durante los minutos que estuvo relatando lo ocurrido a los guardias civiles que llegaron al bar, facilitó detalles más que de sobra para localizar a Abuín: su complexión, su altura, y detalles como el de su dentadura prominente. Los jóvenes también colaboraron. Al final, también aportaron el modelo del coche e incluso algunos números de la matrícula. Al día después, más tranquila, formalizó la denuncia. Con toda la información disponible, era cuestión de horas que «El Chicle» cayera. Y así fue.