Sucesos

Crimen de Godella: Los gritos esotéricos de la «casa del terror»

La pareja que mató a sus hijos en Godella organizaba encuentros chamánicos en la vivienda okupada. Los vecinos no distinguían si los chillidos eran de las «sesiones de curación» o discusiones.

María y Gabriel en una imagen junto a sus hijos, Amiel y Rachel
María y Gabriel en una imagen junto a sus hijos, Amiel y Rachellarazon

La pareja que mató a sus hijos en Godella organizaba encuentros chamánicos en la vivienda okupada. Los vecinos no distinguían si los chillidos eran de las «sesiones de curación» o discusiones.

Todo el mundo en Rocafort, una pequeña localidad de 7.000 habitantes situada a 15 minutos de Valencia, conocía a aquella atípica pareja de hippies que vivía aislada del mundo. María Gombau Mensúa (28 años) y Gabriel Salvador Carvajal (32) llevaban unos seis años de relación sentimental y tras andar un tiempo de nómadas por Europa –vivieron bastante tiempo en Bruselas, de donde es él– decidieron instalarse en Godella.

Alquilaron un pequeño pisito cerca de la gasolinera pero acabaron siendo desahuciados por impago del alquiler. Así, apostaron de lleno por la vida alternativa y encontraron una vivienda abandonada a las afueras de la localidad, situada en un paraje boscoso frente a la urbanización Santa Bárbara y Campolivar, residencia de familias acomodadas como políticos y futbolistas del Valencia. Tan solo una pequeña rotonda separa Rocafort de Godella y, aunque la vivienda de los hechos pertenece al término municipal de Godella, está mucho más cerca de Rocafort, donde la «bohemia» familia hacía vida: allí compraban, allí trabajó durante un par de meses Gabriel, y al colegio municipal, el CEIP San Sebastián, llevaban al pequeño Amiel. Tenía tres años y medio, era el primer hijo de la pareja y decidieron darle una hermanita hace unos siete meses, Rachel, a la que llamaban «Ichel». Los cuatro formaban una familia aparentemente feliz, que había decidido romper con el sistema sólo en algunos aspectos. Por ejemplo, no es obligatorio que Amiel estuviera escolarizado al ser aún menor de seis años.

La finca donde crearon su particular hogar parece sacada del atrezzo de una película de terror. Situada en un descampado, está semioculta entre maleza bastante alta. Tras la verja trasera, la única que permanece sin cordón policial, se adivina una edificación en ruinas, pero la familia hacía vida en una casita anexa, donde habían instalado placas solares y que se encontraba en mejores condiciones que esa especie de almacén. Paredes tiradas, todo tipo de cachibaches almacenados y una pintada en rojo: «Vais a moror todiz» (Vais a morir todos). En la parcela, enorme, además de sillas de plástico o trozos de madera, María y Gabriel habían montado un auténtico parque infantil para Amiel con varios toboganes de plástico y montones de juegos por todas partes similares a los del patio de una guardería. El contraste es perturbador. Sobre todo ahora, cuando han trascendido las condiciones en las que vivían los menores.

Aunque Servicios Sociales y Policía Local consideraron en una visita reciente que los niños se encontraban nutridos y en un ambiente saludable, lo peor no eran las condiciones en las que vivían, sino el estado de quienes estaban a cargo de ellos.

La enfermedad mental de María deberá ser valorada en profundidad por un forense y podría suponer su inimputabilidad de cara al proceso judicial que hay abierto si se aceptase una eximente completa por trastorno mental. De hecho, mientras Gabriel pasó ayer disposición judicial –el juez decretó su ingreso en prisión provisional–, la joven se encontraba en calidad de detenida ingresada en la unidad de Psiquiatría del Hospital de Lliria (Valencia), hasta donde el juez iba a desplazarse para tratar de tomarle declaración y desde donde sería trasladada, con toda probabilidad, a una penitenciaría psiquiátrica.

Ahora se ha conocido que el padre organizaba extrañas sesiones de esoterismo en la finca. Ambos creían en varias corrientes relacionadas con las ciencias paranormales. Eran seguidores de los Iluminati, una «sociedad secreta», con miembros conocidos por todo el mundo, que lucha por oponerse a los «abusos de poder del Estado» y a la religión. Su simbología, un triángulo con un ojo en medio y rodeado de un círculo, estaría presente –según esta corriente– en películas Disney, en los dólares americanos, en videoclips de influyentes cantantes y en multitud de teorías conspiranoicas.

María creía que les perseguían para quitarle a sus hijos y, al parecer, era el motivo por el que había decidido dejar de llevar a Amiel al colegio desde hace un mes y por lo que hacían guardia por las noches para que uno de los dos vigilara que nadie fuera a llevarse a los niños.

En la vivienda, al parecer, se habían organizado «constelaciones energéticas» y todo tipo de liturgias caseras que se alargaban durante horas. Y es que, a pesar de estar separados del resto del vecindario, al estar situados en un descampado, los vecinos de una hilera de chalés no muy lejanos, oían de vez en cuando «de todo», según explica una mujer que vive cerca de L’escoleta, la escuela infantil de Rocafort, zona donde se centraron las labores de búsqueda de los menores la mañana del miércoles. «Ya no sé si eran discusiones o gritaban por otra cosa. Un día, eran como aullidos, no sabía si era llanto o que estaban flipando con algo que se habían tomado». Un joven allegado a la pareja asegura que en la vivienda del crimen se organizaban sesiones chamánicas conducidas por el propio Gabriel, que creía en los beneficios de estos rituales «purificadores». En una de las paredes de la vivienda colgaba el cráneo de un animal muerto para ahuyentar las energías negativas. Los problemas mentales de la pareja (confirmado el de María y por valorar el de Gabriel) se veían empeorados por el consumo de estupefacientes. La pareja era consumidora habitual de marihuana y ocasional (o frecuente, dependiendo de la cosecha del suministrador, según este allegado) de hongos alucinógenos o incluso ayahuasca, la conocida como «droga de la selva amazónica», una especie de pócima empleada por tribus indígenas que «contribuye al crecimiento personal y a superar traumas». Los expertos aseguran que su consumo conduce a estados de «ansiedad y pánico» y pueden desarrollar cuadros de esquizofrenia.

Gabriel cantaba y tocaba la guitarra, que había arreglado con esparadrapo. Tenía un canal de Youtube donde compartía canciones e inquietudes, como vídeos sobre la abducción de extraterrestres o cómo producir «Gans», «gas en estado nano sólido». A través de un proceso artesanal llenando cubos con agua y distintas materias, se «altera la energía del plasma» y se obtienen beneficios para el sistema nervioso o el linfático.

A Gabriel era más fácil verlo por Rocafort. Todo el mundo le recuerda porque es muy rubio y se le veía llevando al colegio al niño con una sillita adaptada a la bici y trabajó durante dos meses en el bar Saladá, de donde le despidieron por impuntual. «Era buen pinche de cocina pero sólo tenía que venir de 10 a 12 y llegaba siempre a y diez o y cuarto», explica el encargado. Compraba en la frutería de al lado, todo sin plásticos, lo echaba directamente a la cesta, y tabaco de liar en el estanco. Poca más vida social hacía. A María la veían menos pero en la misma frutería la recuerdan como «con la mirada perdida. Si tienes a alguien cerca con esquizofrenia sabes cómo es esa mirada». Otro grupo de chicas del pueblo la recuerdan de cuando estuvo trabajando en la biblioteca de la casa de la cultura de Rocafort. Lo hizo como parte de la condena por haber sido arrestada en los disturbios de junio de 2011, cuando el movimiento 15-M protestaba contra la toma de posesión de Camps. Fue muy activa en este movimiento, incluso dicen que por aquel entonces era pareja de uno de sus impulsores en Valencia, Juan Bordera Romá. Sus allegados aseguran que era una chica «muy maja, muy cariñosa con los niños» pero algo se le torció el miércoles cuando decidió acabar con los pequeños y enterrarlos en la parcela. A Rachel, muy cerca del jardín. Una fosa de apenas 30 centímetros. Amiel estaba un poco más lejos, a unos 10 metros, fuera de la finca. Los primeros datos de la autopsia apuntan a traumatismos craneales con un objeto contundente. Sobre las 7:30, ensangrentada y desnuda, salió corriendo y se metió dentro de un bidón, donde la encontró un perro de la Guardia Civil. Había discutido con Gabriel, aunque su participación en los hechos aún está por concretarse. Ella decía que los niños estaban poseídos y debía matarlos para reencarnarse en ellos. Él, que la agredió tras enterarse de que había matado a sus hijos. El magistrado del Juzgado de Instrucción 4 de Paterna tratará de determinar qué ocurrió y si falló algún protocolo en Servicios Sociales que hubiera podido evitar esta tragedia.

El último corte de pelo del pequeño Amiel

La peluquería de Juan Aguilar es una de las más antiguas de Rocafort y de ella son clientes habituales los tíos de María Gombau, hermanos de la abuela de los menores asesinados. Hará menos de un mes que Noemí debió de convencer a María de que llevara a Amiel a cortarle el pelo y allí se presentaron los tres. El pequeño, muy risueño, salió contento con su «sesión de belleza» y su abuela Noemí pagó los 10 euros del corte. La tragedia que ha ocurrido ahora en esta familia debió intuirla hace tiempo esta mujer. A veces discutía con su hija porque ésta sentía que no respetaba el modo de vida que había elegido vivir pero esta mujer temía por la salud de ella y por sus nietos, a los que sentía que debía cuidar ella. Ahora ha salido a la luz que la mujer llamó este lunes a la Policía Local de Godella tras una discusión con su hija y ver que no estaban en casa. Los agentes acudieron más tarde y comprobaron que todo estaba en orden y relegaron el incidente a un «conflicto relacional con la familia extensa». Es decir, como si hubiera sido porque simplemente madre e hija se llevaban mal. El miércoles la mujer recibió un inquietante mensaje por parte de su hija: «Me he ido con el creador». Conocedora de la situación, se temió lo peor. Llamó al teléfono del Menor y éstos derivaron a Asuntos Sociales, que iniciaron el expediente. Debían entrevistarse con la madre, el colegio, el centro de salud... Pero no dio tiempo a nada de eso porque esa misma noche cometió el crimen.