Pornografía

Los peligros del porno: así viven los jóvenes el sexo

El consumo de porno se adelanta a los ocho años y los adolescentes dedican más de tres horas a estos contenidos en los que se exhibe una sexualidad deformada que, según los expertos, provoca una «desconexión moral»: «el porno ahora es mucho más duro que antes», reconoce el actor de cine de adultos Emilio Ardana

El sevillano Emilio Ardana, de 35 años, fue militar antes de actor porno
El sevillano Emilio Ardana, de 35 años, fue militar antes de actor pornolarazon

El consumo de porno se adelanta a los ocho años y los adolescentes dedican más de tres horas a estos contenidos en los que se exhibe una sexualidad deformada que, según los expertos, provoca una «desconexión moral»: «el porno ahora es mucho más duro que antes», reconoce el actor de cine de adultos Emilio Ardana

Hasta hace unos años, ver un pecho o unos genitales al descubierto escandalizaba. El sexo era un tema tabú, que unas veces ruborizaba y otras se ocultaba. Ahí estaban los dos rombos que anunciaban el contenido solo para adultos y en el que no aparecía ni la mitad de lo que hoy en día se difunde por la red. Aquello era pornografía «light» si se puede llegar a catalogar de algún modo. Un contacto tímido con la sexualidad siempre casto y clandestino. Una película que nada tiene que ver con las actuales, en las que más que hacer el amor, los actores copulan salvajemente, encadenando unos comportamientos muy alejados de la realidad. Cada día resulta más habitual ver cómo, por ejemplo, varios hombres se acuestan a la vez a una mujer a la que someten, escupen, abofetean, azotan; a la que le aprietan el cuello en distintas posturas que la denigran y cosifican.

Pues bien, este tipo de pornografía, es uno de los factores que explica el incremento del sexo violento en grupo. El caso de Benidorm ha sido uno de los últimos exponentes de la plaga de «manadas». Y es que desde que en 2016 cinco hombres violaran a una joven en las fiestas de San Fermín, en España se ha disparado el número de violaciones grupales.

Hay niños que consumen sexo en las pantallas de sus móviles antes, incluso, de dar su primer beso. Y jóvenes depredadores que quieren emular el sexo en grupo que han visto en cientos de vídeos diferentes. Filmes porno que, en demasiadas ocasiones, establecen unos patrones patriarcales peligrosos y absolutamente desviados de los deseos y expectativas sexuales de la mayoría de la sociedad.

Para comprender esta alarmante tendencia nos citamos con Emilio Ardana, un actor de 35 años que lleva siete en la profesión, y que reconoce que «el porno es ahora mucho más duro que antes». Cada vez se piden escenas más extremas, acciones que ellos jamás harían, ni propondrían hacer, en la vida real. Porno «hardcore» que, directa o indirectamente, repercute en las relaciones de pareja. De hecho, Ardana admite que chicas de 20 años le sorprenden más que mujeres mayores a la hora de comportarse en la cama fuera del foco de las cámaras. En cualquier caso, este actor de moda no cree que el auge de «manadas» esté relacionado con el consumo de pornografía a edades tan tempranas, sino con la eclosión de los smartphones entre los más pequeños. Y remarca que en la industria del porno «solo se hace lo que quieren las mujeres».

Efectos extremos

España es uno de los países con mayor presencia de smartphones, también entre niños y adolescentes. Y ello tiene su reflejo en el acceso a la pornografía según se desprende de «Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales», una investigación llevada a cabo por la Red Jóvenes e Inclusión. Uno de sus autores, Lluís Ballester, doctor en Sociología y en Filosofía y profesor de la Universidad de Islas Baleares, afirma que se pueden identificar relaciones estadísticas entre el incremento de la frecuentación de la pornografía y el aumento de la violencia sexual en grupo.

Ballester considera que resulta posible «educar para ver críticamente la pornografía, pero ésta nunca es inocente. Produce cambios en la manera de excitarse, incrementa las prácticas de riesgo...». Además, agrega otros efectos extremos, como el estímulo de conductas delictivas (pornografía infantil, mujeres forzadas a participar en filmaciones de violencia extrema e, incluso, divulgadas sin permiso) o la normalización de relaciones muy machistas.

«Hay grupos de jóvenes, deseducados por el porno, que se expresan en las redes sociales y consideran fascinante el sexo en grupo como el que ven habitualmente. Fuerzan y humillan a su víctima, y encima filman su ''hazaña''», añade. El profesor estudia la «desconexión moral» y la anulación temporal de la empatía que se produce en estas situaciones. «La distorsión perceptiva es tan intensa que han cosificado a la mujer a la que violan. Hay que replantearse muchas cosas sobre esta relación, tanto desde el punto de vista educativo, como legal y, también social y cultural», apostilla.

Por su parte, Carlos San Martín Blanco, director del Observatorio de Salud Sexual (ONSEX), alerta de que el porno hace que muchos jóvenes normalicen y busquen en sus relaciones las referencias que este tipo de cine ofrece, lo que (en el mejor de los casos) genera frustración y (en el peor) disfunciones sexuales o conductas violentas. Al margen del alarmante incremento de las agresiones sexuales en grupo, otra consecuencia sería «el aumento de la disfunción eréctil en menores de 35 años, fruto de la ansiedad y del miedo al fracaso».

Altas expectativas

La educación sexual, como derecho recogido en la Declaración Universal de los Derechos Sexuales, no se cumple en nuestro país más allá de ciertas actuaciones anecdóticas. San Martín denuncia que no exista un compromiso institucional, ni político, firme para poner en marcha, de forma transversal, iniciativas integrales para toda la población –y no solo para los jóvenes–, lo cual tiene efectos «tangibles como la violencia sexual o el incremento de las infecciones de transmisión sexual».

El director del ONSEX defiende que la educación en salud sexual es un derecho esencial que consigue la gestión saludable de las emociones y de las relaciones de pareja, suponiendo «el principal elemento preventivo de situaciones como la violencia sexual y de género». Y en su opinión, este preocupante suspenso evita el aprendizaje, la información veraz, la generación de expectativas realistas, la gestión de las emociones, las referencias sanas en las relaciones de pareja o el sexo seguro. Ballester, por su parte, piensa que una buena educación afectivo-sexual permite mejorar la capacidad de comunicarse, de expresar emociones, de entender el propio deseo, de mejorar las relaciones con uno mismo y con los demás «Dicha educación debe servir para ser más felices y no depender de un producto como el porno».

El autor de «Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales» destaca las distorsiones perceptivas que puede provocar la pornografía entre los jóvenes, quienes acceden a ella de forma aislada, sin adultos que puedan servir de referencia. De igual modo, señala que la narrativa que define las filmaciones se caracteriza por la descontextualización: casi no hay palabras. La misma pornografía es distribuida, con la eficacia comunicativa de las imágenes, en todo el mundo.

Herramientas peligrosas

Paralelamente, cree que uno de los peores efectos es la formación o deformación de actitudes. En especial, en chicos y chicas que pasan más de tres horas a la semana viendo pornografía, sin tener la maduración valorativa y emocional requerida para procesar las imágenes.

Las expectativas de los llamados «pornonativos» se han desfigurado. El sexo ya no se percibe entre muchos menores como un acto de amor, sino como una ficción. Y ello es por culpa, entre otros factores, de la pornografía, que se ha convertido en una de las más importantes y peligrosas herramientas para la educación sexual de este siglo.

De ahí que el principal reto para la educación afectivo-sexual sea hacer frente a los cambios que se han producido en el acceso a esta información. Otro desafío, no obstante, es la reforma de los enfoques educativos. En este sentido, Ballester opina que se debe incorporar a padres y madres en los procesos formativos. Máxime teniendo en cuenta que, tal y como señalan algunos estudios, nueve de cada diez padres ignoran que sus hijos menores consumen porno.

San Martín resalta la necesidad de pedir a todas las personas que forman parte del mundo del cine porno (productores, actores y actrices, directores, distribuidores...) que asuman su responsabilidad, que contribuyan a generar contenidos en los que se recojan los derechos sexuales de las mujeres y que, aunque lo que producen sea ficción, intenten que ésta respete a las personas. Con este objetivo ha nacido recientemente lo que se denomina el «porno feminista», una corriente en la que mujeres dirigen filmes de sexo para adultos en los que se destierran las conductas machistas y dominantes sobre las féminas y establecen una serie de contenidos igualitarios, eso sí, sin dejar de lado la cara más comercial del porno.