Abusos a menores
Los renglones torcidos del abuso sexual
Una de cada cuatro niñas y uno de cada seis niños sufren estas agresiones. Una realidad que sigue siendo un tabú. Son pocos los centros que tratan a estos menores. LA RAZÓN accede a uno de ellos para analizar con un psicólogo forense las técnicas que utilizan. Todo empieza con una pregunta: ¿te ha pasado algo malo?
Una de cada cuatro niñas y uno de cada seis niños sufren estas agresiones. Una realidad que sigue siendo un tabú. Son pocos los centros que tratan a estos menores. LA RAZÓN accede a uno de ellos para analizar con un psicólogo forense las técnicas que utilizan. Todo empieza con una pregunta: ¿te ha pasado algo malo?
Una de cada cuatro niñas y uno de cada seis niños sufren abusos sexuales, por lo que estos casos se dan en muchas familias españolas, pero en la mayor parte de los casos este tipo de maltrato se desconoce. Permanece oculto, es un tabú porque muchos de los agresores son parientes. De acuerdo con un estudio reciente que ha hecho el Grupo de Investigación en Victimización Infantil y Adolescente (GReVIA), de la Universidad de Barcelona, por el que entrevistaron a menores, de entre 12 y 17 años, sobre sus experiencias de abuso se dan «porcentajes que se sitúan en un 10 por ciento en los dos sexos», apunta su principal investigadora, Noemí Pereda.
Son pocos, pero existen centros donde se aborda este problema y se trabaja con menores para determinar si han sufrido algún tipo de abuso. LA RAZÓN se ha reunido con uno de los psicólogos forenses que trabaja en un centro de la capital y que explica el abordaje que se da. La confidencialidad es una de las claves de este tipo de centroS, por eso no se puede dar datos de cuántos menores acuden cada año. «Son muchos más de los que se creen», sostiene su director que, al igual que el resto de trabajadores, también guarda su anonimato. Una frase que confirma la «vergüenza» social que existe en lo referente a este tema y por lo que no hay datos actualizados.
A este centro, los casos les llegan derivados de la comunidad autónoma. «Nos llegan casos desde colegios, centros de salud que detectan enrojecimientos en las zonas genitales, a través de los Servicios Sociales que perciben algo sospechoso en la familia...». Son muchos los ámbitos desde los que se pueden detectar una sospecha de abuso. De esta forma, al centro llegan «menores de hasta 18 años que sean capaces de hablar y comunicarse con nosotros», puntualiza el responsable. Una vez allí, la valoración del posible riesgo se aborda desde diferentes puntos, porque «por un lado, debemos valorar la credibilidad de su testimonio y, por otro lado, está el aspecto clínico», explica el forense.
Determinar la veracidad de su relato es vital a la hora de seguir un proceso judicial. Por ello, se entrevista tanto a los padres o tutores como a los menores, a los que se graba en vídeo para poder transcribir «la literalidad de sus palabras». Los especialistas «no sugerimos ni inducimos a nada, sino que les hacemos preguntas abiertas» de las que van tirando: ¿sabes qué haces aquí?, ¿te ha pasado algo malo? Y así, poco a poco, van dando detalles, narrando lo ocurrido. «Algunos, que vienen muy presionados, por temor, tardan en hablar». Y es que sus agresores saben que hay amenazas que pesan mucho: «Para un niño de seis o siete años que le digan que si habla matará a su perro es muy grave. Para él, su mascota lo es todo». Sin embargo, también hay otros que han vivido la situación de abuso con mucha angustia para los que «dar con alguien que les escucha y les hace caso, les sirve de desahogo», sostiene el psicólogo forense. Por todo ello, se hacen dos entrevistas con una semana o más entre una y otra, para comprobar que el relato no cambia «y no están fabulando».
Es en el análisis clínico donde se incorporan nuevas herramientas. Las llamadas proyectivas gráficas, de las que forman parte los dibujos. «Son pruebas auxiliares que exploran la parte inconsciente del menor». Pero tanto el forense como el director del centro dejan claro que «estas técnicas son mucho más específicas de lo que se entiende y dan una pista sobre los síntomas que sufre el menor». Son sólo la punta del iceberg. Es por ello que nunca se hace una sola prueba, ni un solo dibujo, sino que hace una batería de ellos.
Además de sus propios trazos, el forense le plantea otra serie de pruebas como un conjunto de imágenes preestablecidas que ellos deben interpretar o del tipo desiderativo por el que los menores deben terminar frases o contar algún tipo de historia. Los dibujos, en sí, los realizan a partir de una serie de indicaciones precisas. Una de las más comunes es la técnica PBLL (Persona Bajo La Lluvia) con la que se intenta reflejar la seguridad que muestra el niño. De este modo, un estudio de 2005 determina que los indicadores de abuso serían: una sonrisa maníaca, la ausencia de suelo, cabeza grande o brazos cortos. En otro análisis sobre la prueba HTP (Casa, Árbol, Persona, en sus siglas en inglés) por la que cada menor interpreta estas figuras, indicadores de abusos podrían ser uso de corazones como parte del cuerpo, estilización de la persona o cabezas sin cuerpo. Pero todos estos indicadores, como recalca el psicólogo forense, «no están consensuados, porque los diferentes estudios los rebaten».
Así, de acuerdo con un análisis realizado en el año 2000 en Argentina a un grupo de niños de entre ocho a 11 años, destacaban indicadores como la ausencia de entorno, incluir elementos fálicos, rayos, un cinturón, la ausencia de manos, ojos vacíos e, incluso, borrar o repasar en exceso las líneas.
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