Lotería de navidad

Madrid

El Gordo no les saca de sus porterías

A Mariano y a Ángel les tocó el primer premio de la Lotería el año pasado, pero «no nos hemos vuelto locos» y cada día siguen trabajando para sus vecinos

Sus portales son vecinos. Llevan años cuidándolos con esmero. «No toques el dorado que lo acabo de limpiar», bromea Ángel
Sus portales son vecinos. Llevan años cuidándolos con esmero. «No toques el dorado que lo acabo de limpiar», bromea Ángellarazon

A Mariano y a Ángel les tocó el primer premio de la Lotería el año pasado, pero «no nos hemos vuelto locos» y cada día siguen trabajando para sus vecinos

«Esperamos volver a verte por aquí el próximo martes». Con esta frase se despide la mujer de Ángel, uno de los cuatro porteros a los que el 22 de diciembre de 2014 les cambió la vida. «No nos hemos vuelto locos, pero ahora vivimos sin agobios», aclara Ángel, que, acto seguido, saca sus llaves del bolsillo. «Mira si es importante el 13.437 que lo llevo siempre conmigo». Enseña un llavero de madera en el que está grabado el número del Gordo del año pasado. En la administración de la madrileña calle de Zurbano que repartió el primer premio de la Lotería de Navidad se repartieron 476 millones de euros entre vecinos y trabajadores de los diferentes negocios que se agrupan en esta calle de un barrio acomodado. «Del número que nos tocó el año pasado ya no queda ni un décimo», cuenta el portero que, a pesar de embolsarse 160.000 euros, no se le ha pasado por la cabeza abandonar su portería. Le gusta su trabajo, es querido por los vecinos. «¿Por qué me iba a ir? Si hubiera sido el décimo entero tal vez me lo pensaba», cuenta Ángel, que compartía el número ganador. Pero en su casa aún recuerdan aquel lunes 22 de diciembre. Viven en su piso de la parte de atrás del portal y aquel día descorcharon varias botellas de cava porque la suerte llegó por partida doble.

Su hija pequeña, Elena, de 18 años, también jugaba al mismo número. Y, al igual que sus padres, compartía el décimo. En su caso, con una compañera de trabajo que, tras recibir su parte, dejó España para volver a su país, Ecuador. «Ella lo tenía claro», explica el portero. A su hija, a pesar de su juventud, la importante cuantía no le ha hecho tirar la casa por la ventana. Hasta hace unos meses seguía trabajando en el mismo restaurante en el que lo hacía antes de convertirse en una de las afortunadas del Gordo, pero «veía que promocionaban a todos sus compañeros menos a ella y lo ha dejado. Van a ser las primeras navidades que estemos todos juntos. Antes, con todas las cenas no la veíamos», cuenta feliz su madre.

Son pocos o ninguno los caprichos que se ha dado el matrimonio. Estaban ahogados con una deuda que contrajeron al inicio de la crisis al comprarse una casa en su pueblo natal Colmenar de Oreja, en Salamanca. Y ahora, por fin, pueden disfrutarla sin agobios. «Y con una nieta más», dicen orgullosos.

Sólo dos portales más arriba, Mariano, de 61 años, no duda: «¿Dejar mi portería?¿Por qué? Me gusta y sólo me quedan cuatro años para jubilarme». Lleva exactamente el mismo traje con el que atendió a LA RAZÓN hace un año. «Creo que, incluso, ésta es la misma camisa». Mariano también compró el décimo «a pachas» con una amiga y lo que más rabia le da «es el pico que se llevó Hacienda». A él tampoco le ha cambiado la vida, aunque gracias al dinero sí que ha podido darles algún que otro caprichito a sus hijos. Ayudó a la mayor a terminar de pagarse su piso y el pequeño tiene coche nuevo. «Le he comprado un Golf automático, aunque a mí eso de que no sea manual no me gusta». ¿Y usted? ¿No quería un BMW? Sonríe. «Sí, pero de segunda mano y aún no me he decido porque mi Civic funciona muy bien».

No se ha hecho un gran viaje, pero su casa de Coslada es otro. «La señora la ha cambiado entera: cocina, baños... todo». Una buena parte del premio se ha ido a esta reforma, pero nada estrafalario. Mariano y Ángel siguen siendo los mismos, eso sí, ahora la sonrisa les sale más fácil. «¿Qué creías, que me iba a comprar uno de los pisos de la finca?», bromea el primero. Y es que en su edificio cada piso es una vivienda. Casi todas superan los 200 metros cuadrados. Él sigue siendo fiel a sus vecinos y cada día limpia y pule su portal sin importarle la cuantía de su cuenta corriente. Ahora son los porteros de la suerte y, por eso, se les ha arrimado más de un «nuevo amigo», aunque la mayoría lo que quieren es «compartir décimos con nosotros. Creen que damos suerte», cuenta Ángel. Pero ninguno de los dos ha dado su brazo a torcer. Ambos han comprado décimos. ¿Cuántos?, ¿Qué números juega? Sonríen. Prefieren no decirlo. Eso sí, sus chepas se han convertido en los amuletos de la suerte de sus vecinos y parientes. «No sé cuántos décimos me han pasado», bromea Ángel. «Y por todas las partes del cuerpo», añade entre risas Mariano.

Al padre de Elena le han llegado varias ofertas de inversión para su premio, pero él las ha rechazado todas. «Querían que me metiera en la compra de un piso y en la de un garaje, pero yo no me fío». Él prefiere seguir ahorrando por si vuelven a llegar las vacas flacas. Tiene 47 años y «en ningún momento me he planteado dejar mi portería». Se nota que le quieren. Los vecinos le preguntan por su salud y, como cada Navidad, siempre cae algún aguinaldo.

A Ángel y Mariano les separa un portal, el número 10. A su portero no le tocó y aún rabia por no haber escogido el 13.437. Mejor suerte corrieron los dos portales con los que comparte escalera la administración de lotería 79. José y Juan Carlos ayudan a su deño a sacar la basura cada noche y, por eso, el dueño de la «ventanilla», Lino, les repartió un décimo a cada uno, con dos números distintos y ellos los comparten. Al igual que hacen con Justino, los trabajadores de la Fábrica de Maniquíes.