Mariló Montero
Mariló Montero: "Cuando whisky olió a su compañera muerta entendió que no volvería"
La mascota de la periodista es pequeña, le sigue allá donde va y le protege cuando se siente mal.
La mascota de la periodista es pequeña, le sigue allá donde va y le protege cuando se siente mal.
«Cuando este bichón maltés toy llegó a casa, mi hija Rocío (Crusset) quiso llamarlo Pepito, pero yo me empeñé en Whisky. Después, Alberto dijo que tenía cara de Dexter y por último un amigo aseguró que debía ser Jean. Por tanto, se llama Whisky Pepito Dexter Jean», resume una sincera, inteligente y bellísima Mariló Montero. Su amor por los perros le viene de niña: «En casa teníamos pastores alemanes, perros de caza, guardianes. El primero que fue mío era un labrador negro al que no me dio tiempo ni a ponerle nombre. Recién parido lo atropelló un coche y mi padre, con sabia intuición, esperó a que yo le viera como dormido para que asimilara la pérdida». Cuando se casó con Carlos Herrera querían tener un perro, pero se resistía. «Pese a todo, tuvimos a Jack Daniels, un pastor con trazas de campeón. Corría conmigo hasta que un día le detectaron un problema de hígado y murió. Pero no le vi muerto (se le llenan los ojos de lágrimas), ¿ves la importancia de lo que hizo mi padre? He preferido pensar que me lo han robado o que está ganando campeonatos». Entonces, llegó a casa Whisky, «como es chiquitito, puede estar en un piso. Camina conmigo aunque es muy perezoso, no se sube a ningún mueble. Cuando me acuesto, se pone en la puerta mirando hacia afuera para que nadie me haga daño. Si tengo gripe o un esguince, no deja que nadie se me acerque. Es muy protector». Tiene epilepsia, pero no es problema para la periodista pues «le doy dos pastillas al día y está fenomenal». Lo más emotivo que le ocurrió con él fue cuando ella estaba en Nueva York. Les dejó en Madrid para que les hicieran limpieza de dientes y revisiones. Fue cuando Lolita murió por culpa de la anestesia. «La noche que me enteré, además de darme un ataque de ansiedad, me contaron que estaba a pie de la puerta, esperando que volviera. Leí que los expertos aconsejan que debe ver a su compañero muerto. Cuando le llevaron a verla –me dijeron que estaba con las coletitas que yo le hacía– la olió, lo entendió y dejó de esperarla». Cuando le dieron las cenizas, las hizo enterrar en su jardín. Antes de irnos, reivindica algo en lo que tiene razón: «En EEUU puedes entrar en todas partes con tu mascota, e incluso hay un cuenco para el agua. Aquí: ni en restaurantes, ni en cafeterías, ni en supermercados, ¿qué hago si quiero comprar pimientos después de pasearlo? Habría que revisar la ley que rige los derechos de las mascotas, que es decimonónica». Se calza su abrigo y su gorra de neoyorkina y, cuando le preguntamos por sus nuevos proyectos, sonríe: «De momento, sigo siendo consejera del grupo Joly, escribo mi columna y... vivo». .
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