Desprotección

«Merezco saber quién fue el donante de esperma, es parte de mi identidad»

Miquel Roura lucha por abolir la ley del silencio que rodea a la reproducción asistida en España

Miquel Roura, de la Asociación de Hijos e Hijas de Donantes (AHID)
Miquel Roura, de la Asociación de Hijos e Hijas de Donantes (AHID)La Razón

A Miquel Roura nunca se le va a olvidar aquella escena ni aquella conversación. Tuvo lugar en el coche, él tenía 15 años y volvía de visitar a la que él creía su abuela biológica. Su supuesto padre había fallecido víctima de una enfermedad neurodegenerativa hereditaria y se le ocurrió preguntar a su madre si él también estaba amenazado. La respuesta fue un "no" tajante, estaba salvado porque había sido concebido con el esperma de un donante. Miquel, que hoy tiene 41 años y es padre de dos hijos, recuerda que sintió alivio al saberse libre de la espada de Damocles, pero, al mismo tiempo, la revelación abrió una grieta en su identidad que aún no ha conseguido coser.

«En aquel momento, aún menor de edad, pensé que había sido un acto de amor y no quise saber mucho más. Pero la pregunta de cuál era mi origen genético estaba siempre ahí y afectó a todo mi desarrollo psicosocial, algo de lo que me di cuenta después. A los 25 años empecé una terapia sistémica y pude entender que había una pieza descolocada», cuenta en conversación telefónica desde Blanes (Girona).

Pasaron los años y la irrupción de Internet abrió un mundo de posibilidades a personas que, como él, tenían una parte de su biografía biológica en blanco. Miquel descubrió comunidades en EE UU y Australia de descendientes de esperma y óvulo donados que lograban encontrar a sus hermanos a través del número de registro del donante y el nombre de la clínica. También se dio cuenta de que aquí en España ese camino era intransitable y siempre terminaba en un enorme muro. No existía un registro oficial y el anonimato estaba garantizado.

Todavía hoy, tantos años después, nuestro país es, junto a Grecia e Italia, de los pocos de la Unión Europea donde aún rige esta ley del silencio que, según Miquel, es «injusta, cruel y opresiva» porque no tiene en cuenta los derechos de los niños a conocer cuál es su origen. En 2020 nacieron en España 4030 bebés de semen donado y 748 de óvulos del mismo origen, según los datos del sector. De acuerdo a la Ley de Reproducción Asistida de 2006, ninguno de ellos tiene derecho a saber nada de una de las dos personas que hicieron posible que llegaran a este mundo. Esta es la realidad que Miquel y otros en su mismo limbo quieren cambiar y para ello acaban de constituir la Asociación de Hijas e Hijos de Donantes (AHID). Quieren que termine el «agravio comparativo» con los hijos adoptados, a los que desde 2015 se les garantiza lo que a ellos, de momento, se les niega: saber de dónde vienen.

No solo el sentido común apoya esta reivindicación, también la Comisión de Bioética ha sido cristalina. En julio se van a cumplir tres años desde que este órgano consultivo recomendara en un informe público al Ministerio de Sanidad que se levante el anonimato en la donación de gametos basándose en el «derecho superior del menor a conocer su origen y, por tanto, una parte importante de su identidad».

El reciente caso de Ana Obregón, y antes el de tantas figuras públicas, ha devuelto a la actualidad un debate intrincado. Para Miquel, «la cuestión principal que debemos resolver es si consideramos la reproducción humana un producto o no». En este lío que nos hemos hecho entre deseos y derechos el caso de Obregón es paradigmático: «Esa niña ha nacido de una gestante que no es la madre biológica y aquí nadie se ha planteado que nunca va a poder conocer a ninguna de las dos. La confusión genealógica para ella va a ser máxima y todo por el deseo de una persona a tener un bebé que haga más llevadero el duelo que está pasando».

El origen del problema es, según Miquel, multifactorial, aunque el hecho de que la reproducción asistida sea un enorme negocio tiene parte importante de la culpa. «España se lleva el 60% del turismo reproductivo de toda la Unión Europea. Hay una auténtica locura por los óvulos españoles, que viajan a todas partes». Miquel, que ahora compagina su trabajo en el área de Juventud de un Ayuntamiento con la carrera de Humanidades, creció con una figura paterna clara, la del segundo marido de su madre. Sin embargo, eso no rellena el agujero emocional que supone saber que «vengo de un señor que se masturbó con material pornográfico en una clínica a cambio de dinero». Esto le indigna especialmente, la narrativa que trata de edulcorar un acto totalmente prosaico. «Ahora hasta se escriben cuentos para explicar a los niños que vienen de un donante de esperma».

Esta «sensación de abandono, de olvido» que suscita un padre biológico ausente tiene profundas implicaciones emocionales. Según Paula Gutiérrez, psicoterapeuta en Dovela Psicología, «se trata de un tema complejo y, aunque a menudo se ha afirmado que no existen consecuencias psicológicas, la realidad de la clínica nos muestra otra cara. La información sobre nuestros orígenes es importante en la construcción de la identidad. Será fundamental una comunicación adecuada, sin secretismos pero eligiendo cuidadosamente la manera de informar a los menores».

Lo cierto es que ni siquiera es posible hacer un estudio en condiciones sobre las consecuencias psicológicas porque la condición de «hijo de donante» no figura en ningún sitio. Desde el punto de vista de la salud física, también hay un gran vacío que impide cuadrar el historial médico a los descendientes. «Creo que entenderíamos muchas cosas... Se ha demostrado que hasta 400 aspectos de la personalidad vienen dados por la genética. Y luego algunos comparan nuestra situación con la donación de un riñón o de sangre... ¡es una deshumanización total de la persona!».

Por el momento, y gracias al análisis de su ADN, Miquel ha logrado ubicar a su progenitor en Cataluña. Incluso ha llegado a mandar un mensaje a quien podría ser su primo hermano, pero se ha encontrado con una negativa como respuesta, lo que le ha impedido seguir avanzando. De todos modos, no se resigna: «Conocer a mi padre biológico sería el final de un camino, como un regalo para mí mismo. Cuando llegue ese momento sabré que se ha hecho justicia, que se ha restablecido totalmente mi dignidad».