Villaverde

Mi boda la pagó Wallapop

Los ingresos que tenía Silvia por su trabajo «oficial» no le daban para sufragar su enlace nupcial, así que comenzó a comprar libros en tiendas de segunda mano y revenderlos en la famosa aplicación.

Fotos: Jesús G. Feria y Alberto R. Roldán
Fotos: Jesús G. Feria y Alberto R. Roldánlarazon

Los ingresos que tenía Silvia por su trabajo «oficial» no le daban para sufragar su enlace nupcial, así que comenzó a comprar libros en tiendas de segunda mano y revenderlos en la famosa aplicación.

Fueron seis meses de duro trabajo, un empleo en toda regla. Silvia tenía seis meses para financiar su boda. Una celebración que finalmente resultó ser doble porque quiso que coincidiera con el bautizo de su hijo. La fecha elegida era el 17 junio de 2017, pero según corrían los días esta madrileña de 27 años se percataba de que los ingresos que su marido y ella obtenían por sus respectivos trabajos no eran suficientes para financiar el compromiso nupcial. Así que Silvia, buena conocedora de las redes sociales y especialmente de las aplicaciones que facilitan la compraventa entre particulares, empezó a indagar. «Yo vendía muchas cosas mías a través de Wallapop, ropa que ya no usaba o algunas cosas del niño. Así que un día, navegando por esta aplicación descubrí que había perfiles de personas que ofrecían muchísimos discos y libros, es decir, que hacían negocio con ello. Pensé que quizá sería una buena forma de sacar dinero. Así que me puse manos a la obra y comencé a comprar ejemplares de segunda mano y a revenderlos», explica. La aventura no fue sencilla. Lo primero que tuvo que hacer fue localizar puntos de venta de libros de segunda mano, los cuales compraba a dos o tres euros y los revendía a unos seis u ocho a través de la citada aplicación. «Me recorrí todo Madrid», reconoce. Todo esto lo hacía en las horas libres que le dejaba su trabajo «oficial» (ella asegura que en aquellos meses tenía dos trabajos, ya que a la compraventa de libros empleaba el mismo tiempo que aquel con el que cotizaba a la Seguridad Social) y cuando su pequeño la dejase.

La elección de dedicarse en cuerpo y alma a esta labor no fue casual porque ella es una gran amante de la literatura. Su casa siempre ha estado llena de libros e, incluso, su madre le dio algunos de sus volúmenes para que los ofreciera en las aplicaciones de segunda mano. «Fue un poco locura, había días que hacía hasta tres ventas y en diferentes puntos de Madrid. Antes de entrar al trabajo o a la salida, quedaba con la gente y si yo no podía pues les pedía el favor a mi ahora marido o a mi madre», dice Silvia que lleva en el bolso un ejemplar de «Dime quién soy», de Julia Navarro. El resultado de esta colosal labor fue mucho mejor de lo esperado, en seis meses consiguió algo más de 1.000 euros, casi la mitad de lo que necesitaba para sufragar los gastos de la boda-bautizo. «También es cierto que la mía no fue una gran boda. Nos casamos en Villaverde, con unos ochenta invitados y todo muy discreto y humilde. Nos juntamos los amigos y los familiares, y toda la decoración de las mesas y regalitos los hicimos nosotros», subraya. Es más, su propio vestido de novia fue también de Wallapop. «Me costó 200 euros, más otros 200 de arreglo. Fui a casa de la chica que lo vendía, me lo probé y me decidí rápido», reconoce. «La mía bien podría ser llamada la boda de Wallapop», bromea Silvia, que llegó a tener 191 libros en su perfil de esta popular red de reventa. Con el paso de las semanas fue haciendo análisis del tipo de libros que más éxito tenían en la aplicación. La literatura infantil y erótica es la que mejor resultado le dio. Sobre todo las novelas de Megan Maxwell, todas ellas bastante subidas de tono. «Había quien a través del chat de la aplicación me empezaba a preguntar por el argumento del libro como intentando conseguir algo más que un ejemplar a buen precio. A más de uno tuve que decirle que se estaba equivocando...», relata quitando hierro al asunto. Anécdotas no le han faltado: desde personas que le dejaban tirada en el punto de encuentro después de realizar un largo desplazamiento hasta tener que pedir ayuda para cargar una entrega de 75 euros. «Imagínate la cantidad de libros que tuvimos que llevar encima ese día, evidentemente necesité a mi chico».

¿Con impuestos o sin ellos?

Ahora, y tras haber conseguido su objetivo, Silvia asegura que va a darse un tiempo porque aunque le salió bien, «acabé agotada», reconoce. Además, desde que el ex ministro de Hacienda Cristóbal Montoro aseguró que las ventas que se producían en aplicaciones de segunda mano también estaban sometidas al pago de impuestos, esta madrileña cogió miedo. «¿Por qué tendría que pagar yo un impuesto sobre un producto por el que ya se pagó en la compra inicial?», reflexiona. Esta es una pregunta también se la han hecho varios usuarios de la red. Ya no solo en relación a la cuantía sino al modo de seguimiento ya que la mayoría de estos «intercambios» se producen de manera física y con dinero en metálico. Vamos, que no queda ningún rastro de la transacción. «En general, podemos decir que el comprador pagará el Impuesto sobre Transmisiones Patrimoniales, mientras que el vendedor, puede que tenga que pagar IRPF por variaciones de patrimonio; si es una ganancia, sin duda; si la variación de patrimonio es una pérdida, también la declarará en el IRPF», asegura Idoya Zabaleta Arregui, profesora de Economía en la Universidad Pública de Navarra. «La razón subyacente es el cambio de titularidad en la posesión del bien y la circulación de riqueza. La justificación vendría a ser a que detrás, en parte, está el Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones (ISD). Así lo establecen varios artículos de la Ley del Impuesto sobre Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados (ITPAJD, en adelante). El ITPAJD es un impuesto indirecto y real que grava cuestiones muy diversas, tales como los alquileres, las operaciones societarias y los documentos que se firman ante notario, además de las transmisiones que no se encuentran sujetas al IVA. Cada Comunidad Autónoma establece su propio tipo impositivo; en el caso de la transmisión de bienes muebles o semovientes y, de no fijarse un tipo autonómico propio, se aplica el 4%», añade Miguel Angoita Grijalba, del departamento de Economía y Hacienda Pública Universidad Autónoma de Madrid. En relación al control de la tributación de estas plataformas, apuntan ambos expertos, lo tiene la Agencia Tributaria del Estado (AEAT). «En principio, las inspecciones tributarias se suelen realizar por sectores de actividad y tienden a focalizarse sobre operaciones de cierto volumen. Con la aparición y difusión de internet y del comercio electrónico y de las plataformas de venta entre particulares se han generado transacciones inexistentes en el pasado. A priori el control es difícil, sobre todo en plataformas como Wallapop, ya que es un portal que lo único que hace es poner en contacto a compradores y vendedores, pero no se encarga de hacer efectiva la transacción», afirma Angoita . «Al realizarse las entregas de bienes entre particulares, en el lugar que ambos determinen, aflora la posibilidad de pagarse en efectivo, puede que ''dinero negro'' y que no haya constancia del intercambio más que una llamada telefónica del potencial cliente al vendedor. Si el pago se realiza vía transferencia bancaria, la operación sí que quedaría registrada y podría ser un justificante para la AEAT de que ha habido un pago entre particulares. Lógicamente, el control sobre este tipo de operaciones es, por ahora, relativamente reducido, principalmente porque los bienes que se transmiten tienden a ser bienes de un valor pequeño», añade Zabaleta.

Silvia, por si acaso, ha decidido echar el freno. No únicamente por el miedo a que fiscalicen sus ganancias sino porque ya acabó exhausta de tanta compraventa. Eso sí, no descarta volver a hacerlo si la necesidad aprieta. «Una paga extra nunca viene mal», confiesa.