Enfermedades

«Mi madre quería que fuese una niña autónoma»

«Mi madre quería que fuese una niña autónoma»
«Mi madre quería que fuese una niña autónoma»larazon

Conchi es una mujer de hoy con una enfermedad de otro siglo: tiene 37 años y polio desde que nació

Conchi tenía tan solo un año cuando le detectaron la polio. Llegó en mitad de la epidemia que asolaba España en los 80 y lo hizo con toda la virulencia que caracterizó a esta época. Entonces, sus padres vivían en Villanueva y Geltrú, pendientes de cualquier brote en el barrio. Vacunaron a su hija de la primera dosis, con la mala suerte de que la reacción que le produjo casi acaba con su vida. «Por eso, decidieron no administrarme la segunda», relata esta joven de ahora 37 años. Ella es una de las últimas supervivientes españolas de este virus. Tiene la incapacidad permanente y se maneja en silla de ruedas tan bien como explica su historia. Vivió las inclemencias de la enfermedad desde bien pequeña, pero eso le ha hecho aún más fuerte. «Al final, me contagié y empezamos un periplo por médicos. Dimos con un especialista en Tarragona, pero no me pudo tratar porque únicamente se dedicaba a esta zona. Sin embargo, como mi diagnóstico era tan extremo, hizo un escrito para que me ingresaran de urgencia en el Hospital Vall d’Hebron».

Ni siquiera consiguieron curarla allí, por lo que le derivaron al Hospital del Mar, que contaba con un «pulmón de acero». Este ventilador de presión negativa era una gran máquina que permitía a los afectados respirar cuando perdían el control de sus músculos o el trabajo de respiración excedía su habilidad. «Estuve pocos días, pero los suficientes para empezar a recuperarme». De todo esto guarda pequeños recuerdos. La mayoría de ellos se los contaron sus padres conforme crecía y se enfrentaba a su adolescencia. La polio dejó sus extremidades y su espalda limitadas, así como la parte baja del pulmón afectada, lo que hizo que necesitara una silla de ruedas y bastones para desplazarse. «Mi vida estaba condicionada. Cuando iba al colegio, me tenían que acompañar y llevarme los libros», explica. «Durante estos años también hubo una crisis económica y mi familia se agarró a un clavo ardiendo para que yo estuviera lo mejor posible». De hecho, sus padres compraron un piso adaptado y buscaron un colegio especializado. «Querían que fuese una niña autónoma».

Con el paso de los años, empezó a trabajar. Y, aunque tuviese que depender de una silla de ruedas, transpiraba alegría por los cuatro costados. «No hay que obsesionarse con caminar, sino con hacer una vida normal», dice. Y no le falta razón: es posible que no vuelva a trabajar jamás y que no pueda seguir el ritmo de sus amigos, pero cada una de esas trabas le ha hecho darse cuenta de las prioridades de la vida. «Empecé con episodios de fatiga y pérdida de fuerzas; después, con dolores en la espalda. Y así hasta que no pude volver al trabajo. Para mí, ha sido una pérdida. Yo hubiera seguido, pero no podía más». A día de hoy, esos males prácticamente han sido controlados y únicamente quedan aquellos que persisten en su memoria. «El estrés y el esfuerzo no nos viene bien, nos sobrecarga», reconoce. Así que a partir de ahora se dejará llevar en una silla de ruedas. Eso sí, con la misma filosofía de vida.