Religión
La mitad de Timor Oriental, en la misa de Francisco
Más de 600.000 personas acuden a la eucaristía del Papa en la capital del país más católico del mundo
Una marea interminable de paraguas con los colores de la bandera vaticana. No es exagerado lo de interminable. Tampoco aseverar que allí estaba la mitad del país. Literalmente fue así. Según los datos oficiales, 600.000 personas, es decir la mitad de la población de Timor Oriental, abarrotaron la explanada de Taci Tolu de Dili, donde el Papa Francisco presidió una eucaristía igual de vibrante que cuantas está celebrando en el viaje más largo de su pontificado entre Asia y Oceanía.
Hace treinta y cinco años, el 12 de octubre de 1989, Juan Pablo II celebró en este mismo lugar una Santa Misa presenciada por 70.000 fieles. Pero, entonces, Timor Oriental solo contaba con 700.000 ciudadanos y a causa de la invasión de Indonesia reinaba una cierta atmósfera de terror. Hoy, es una república independiente, con grandes bolsas de pobreza, pero en paz.
El uso de paraguas a modo de sombrilla era prácticamente un imperativo teniendo en cuenta las condiciones meteorológicas que afrontaron los timorenses. Se sobrepasaron los 35 grados y el porcentaje de humedad era muy alto. Pero de allí no se movió nadie, echando mano además de agua y abanicos. Al Papa no pareció afectarle el acoso solar, tal vez porque el altar estaba refrigerado. Leyó su homilía en español y fue traducida al tetum y al inglés, lenguas oficiales de Timor.
En su alocución, Jorge Mario Bergogio partió del texto del profeta Isaías donde Dios hace brillar su luz salvadora. «Esta realidad se revela hermosa en Timor, porque hay muchos niños; ustedes son un país joven en el que en cada rincón la vida se siente palpitar y bullir», apreció el Papa. Su elogio continuó: «La presencia de tanta juventud y de tantos niños es un don inmenso, de hecho renueva constantemente la frescura, la energía, la alegría y el entusiasmo de su pueblo». Por ello, hizo un encargo, tanto a las autoridades civiles y eclesiásticas, como a los ciudadanos en general: «Hacer sitio a los pequeños, acogerlos, cuidarlos y hacernos -todos nosotros- ‘pequeños’ ante Dios y ante los demás, son precisamente las actitudes que nos abren a la acción del Señor».
En un guiño hacia dos joyas tradicionales de esta tierra, el «Kaibauk» y el «Belak», el pontífice argentino las identificó con los dones del diálogo y la paz, la fertilidad y la dulzura. Frente a estos valores, alertó de la «fachada engañosa de un mundo que a primera vista parece perfecto pero esconde una realidad mucho más oscura, miserable, dura y cruel». «Una realidad en la que hay mucha necesidad de conversión, misericordia y curación», remarcó.
Esta homilía enlazaba a la perfección con el mensaje que compartió por la mañana en una escuela para niños con discapacidad y en su reunión con el clero en la catedral de la Inmaculada. En el centro educativo, Francisco no ocultó su emoción al pedir que le acercaran a un muchacho con graves problemas de salud llamado Silvano. Cogiéndole por la mano comentó: «Silvano nos enseña a cuidar. Cuidándole a él se aprende a cuidar. Y así como él se deja cuidar, nosotros también tenemos que aprender a dejarnos cuidar. Dejarnos cuidar por Dios que tanto nos quiere».
Esta llamada a comprometerse con las realidades más complejas la verbalizó ante los obispos, sacerdotes, monjes y catequistas que le escucharon en el templo más relevante de la capital: «El Evangelio está poblado de personas que se hallan en los márgenes, en los confines, en las periferias pero que son convocados por Jesús y se vuelven protagonistas de la esperanza que Él ha venido a traer».
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