Entrevista
«Una mujer que aborta tiene abiertas las puertas de la Iglesia»
José Mazuelos, presidente de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española, abandera la lucha eclesial contra el aval del Constitucional a la ley de plazos: «Si hay gente que quiere salir a la calle, adelante, yo les apoyo»
A José Mazuelos (Osuna, 1960) le hierve la sangre en cuanto se le menciona la reciente sentencia del Tribunal Constitucional que respalda íntegramente la llamada Ley Orgánica de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, que estableció el aborto libre como un derecho de la mujer hasta la semana 14, y hasta la 22 en caso de riesgo de la vida o salud de la mujer o graves anomalías en el feto. Enérgico y batallador, el obispo de Canarias es el presidente de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española. Nada más conocer la decisión capitaneada por Cándido Conde-Pumpido, abanderó una nota en la que los pastores se plantan ante una norma que tachan de «ideológica, acientífica y que promueve la desigualdad». Mazuelos lo rubrica como prelado, pero también como médico: «Es triste ver cómo se ha apañado para avalar una ley injusta, ideológica y contra la ciencia, que le quita la dignidad y el respeto a la vida a ciertos seres humanos por su edad». Y deja un recado para el renovado equipo que lidera Cándido Conde-Pumpido. «Cuando se ha puesto en duda si ciertas vidas humanas tenían dignidad o no a lo largo de la historia, siempre han terminado pidiendo perdón».
¿Qué es lo primero que se le vino a la cabeza cuando conoció la sentencia?
Me acordé de Juan Pablo II. Cuando él presentó el concepto de «cultura de la muerte» ya profetizaba que era lo más horrible que podía darse para promover la segregación. Esa cultura de la muerte se impuso después de la caída del Muro de Berlín y se dio vía libre al neocapitalismo salvaje. El derecho al aborto es un paso decisivo para que unos políticos consigan imponer el darwinismo social y no busquen el bien común.
Hay quien dice que el aborto ya es un debate superado…
Reconocer el aborto como un método anticonceptivo más se enmarca dentro de la implantación de una ideología basada en una sexualidad irresponsable, que pasa también por dar vía libre a la fecundación in vitro y a los niños a la carta. Prueba de ello es que la ley que ahora se reconoce como constitucional permite eliminar a un niño con malformaciones o con síndrome de Down hasta los cinco meses y medio de gestación. Hay que tirar de la manta para ver quién se beneficia del negocio del aborto, con unas multinacionales que necesitan dar alas a la biomedicina, no solo con la píldora abortiva sino también con los antidepresivos.
La sentencia defiende que el nasciturus no es sujeto de derecho. ¿Lo puede rebatir?
La edad no es lo que da o quita la dignidad humana. La vida tiene dignidad desde su concepción hasta la muerte. Es triste ver que un Tribunal Constitucional se las apaña para justificar que le quitan todo derecho a los españoles hasta los tres meses y medio de vida, como si fueran un apéndice de la madre.
Algún obispo ha tachado de prevaricación al Constitucional…
Eso que lo valoren los juristas, yo no lo soy.
Con esta vía libre que se da a la ley, ¿cómo se pueden frenar los abortos?
Estoy seguro de que, si se facilitara a muchas mujeres el no tener que abortar con una ayuda económica, atención personalizada, una buena información y apertura de puertas para poder reconstruir su presente y su futuro, tendríamos muchos menos abortos.
¿Es partidario de que los católicos se echen a la calle como sucedió en marzo de 2009 en la era Rodríguez Zapatero?
Lo que tenemos que hacer los católicos es manifestar nuestra repulsa. Como ciudadanos, tenemos el derecho a la libertad de expresión, que hemos de ejercer. Hay políticos a quienes molesta que nos pronunciemos. El Señor nos dice que, si callamos nosotros, las piedras gritarán. Ahí está también nuestro voto, que es la herramienta democrática de los ciudadanos para responder ante decisiones injustas. Ahora bien, que hay gente que quiere salir a la calle, adelante, yo les apoyo. Que hay gente que quiere convocar jornadas de oración, adelante, yo les apoyo. No podemos callarnos ni esconder la cabeza debajo del ala.
Cuando ya se rumiaba la sentencia del Constitucional, el nuevo secretario general de los obispos, César García Magán, pedía despolitizar el debate del aborto. ¿Cómo evitar que la Iglesia no se quede atrapada en las siglas de un partido o como arma arrojadiza de otro?
Es muy difícil, porque estos políticos que tenemos ahora precisamente quieren eso, que todo se impregne de la dicotomía entre izquierda y derecha. No, señor. Hay que escaparse de esa dinámica, pero no podemos dejar de denunciar que lo que estamos padeciendo es un atentado contra la igualdad.
Habrá quien le diga que un obispo no es quién para decidir qué tiene que hacer una mujer con su cuerpo…
Está claro que eso es así. Una mujer puede hacer con su vida y su sexualidad lo que le dé la gana, pero sí me siento en el deber de comunicarle que lleva consigo una vida humana, que es independiente. Solo planteamos la búsqueda de soluciones para que esa vida tan débil no tenga que desaparecer. Que quede claro que no queremos condenar ni meter en la cárcel a las mujeres. De hecho, ya Juan Pablo II decía que, no siendo nunca justificable el aborto, las mujeres son abocadas a ello y se les engaña en medio de muchas dificultades.
Entonces, una mujer que aborta, ¿tiene las puertas abiertas de la Iglesia o se la manda directa al infierno?
Tiene las puertas totalmente abiertas. Siempre. El primero que experimentó la esencia del aborto fue san Pedro que, en la noche del Jueves Santo, llegó a expresar que prefería que se matara al Inocente para que él pudiera salvar su vida. Eso es lo que les sucede a las mujeres y, al igual que sucedió con Pedro, ahí siempre está Jesús para hacer posible el perdón de Dios, restaurar y devolver la maternidad. Por eso, la Iglesia cuenta con multitud de programas, que no solo acompañan a las mujeres para que no aborten, sino también para aquellas que han dado ese paso. Ahí es donde tendría que estar la Administración y no está, desaparece.
A la vez que defiende al no nacido, usted también coge el megáfono para defender la vulneración de la dignidad de los migrantes que no paran de llegar a las costas de Canarias…
El respeto a la vida es para todos, sin excepción. En la Iglesia siempre defendemos a los más débiles, que son tanto los migrantes, los sin techo, los fetos… No es un debate de izquierdas y derechas, de creyentes y no creyentes. No es una proclama eclesial, es todavía más grave, porque pasa por decidir si queremos servir al nuevo orden mundial que se entrega a la cultura del descarte, donde el hombre queda reducido al materialismo y a su capacidad de producir y generar ingresos.
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