Aventura

Nacho Dean: «Mi sueño era recorrer el mundo a pie y lo he cumplido»

Nacho Dean / Aventurero. Durante tres años caminó 33.000 kilómetros por cuatro continentes, 31 países y gastó 24.000 euros. Ahora, es el momento de contarlo

Nacho Dean
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Durante tres años caminó 33.000 kilómetros por cuatro continentes, 31 países y gastó 24.000 euros. Ahora, es el momento de contarlo

Todo empezó en el verano de 2012. Nacho Dean, un chico enamorado del medioambiente, los viajes y la aventura decidió emular al Phileas Fogg de Julio Verne y dar la vuelta al mundo. Eso sí, él no tenía apuesta de por medio ni fortuna que dedicar al viaje, ni tampoco plazos que cumplir. A él lo que le interesaba era caminar solo y recorrerse el planeta a pie, para demostrarse a sí mismo que era capaz de conseguir el reto y contarle luego sus experiencias a quien quisieran escucharlas. Imaginen ustedes la cantidad de cosas que debieron decirle los de su alrededor. Que si era un viaje muy largo y peligroso, que si se arriesgaba a no volver... Pero Nacho lo tenía muy claro: «A mí siempre me ha gustado el deporte, viajar, la aventura... Había hecho otras rutas por la montaña, distintas variantes del Camino de Santiago y, en una de ellas, se me ocurrió la idea de dar la vuelta al mundo a pie. Quería caminar, encontrarme con la naturaleza, vivir alejado de la prisa y el estrés de la ciudad».

Y así surgió la idea, que fue preparando durante meses. Una vez lo tuvo todo listo tiró de los ahorros de haber trabajado desde muy joven en publicidad, relaciones públicas, medioambiente o como monitor de aventuras, socorrista y muchas cosas más; buscó colaboradores que le ayudaran, sin obligaciones ni contratos, consiguió algo de material deportivo, algún servicio y algunas donaciones, y se echó a la carretera. «De todas formas –precisa Nacho–, caminar y correr es gratis, dormir en una tienda de campaña es gratis y es donde he dormido la mayoría de las noches. He ido rozando la supervivencia en un viaje sin lujos». El placer en sí mismo, al menos para Nacho Dean, era poder recorrer esos 33.000 kilómetros, esos cuatro continentes (Europa, Asia, Oceanía y América) y esos 31 países, caminando durante tres años y gastando, en total, 24.000 euros.

- Mensaje medioambiental

Alguno de ustedes se preguntará: ¿y para qué? «Mi objetivo –dice él– era cumplir el reto deportivo, el sueño de recorrer el mundo a pie y de lanzar un mensaje medioambiental de cuidado al planeta. Y me doy por satisfecho porque he regresado sano y salvo y he hecho todo lo que ha estado en mis manos para dar este mensaje».

En sí el puro reto de caminarse el mundo lleva intrínseco un riesgo; pero además ocurre que la tierra está llena de seres humanos que son quienes suelen volverlo más peligroso. Le pregunto a Nacho por esos instantes de tensión inevitables en un viaje como ése: «Viví momentos difíciles casi a diario, pero recuerdo muy especialmente un atentado terrorista en Daca, la capital de Bangladesh, en época de elecciones. Eran mis primeras Navidades del viaje, las de 2013, y un día, caminando por una de las avenidas de Daca, hubo primero una explosión, al poco otra y luego una tercera y una cuarta, en cadena, cada vez más cerca... Bangladesh es de los países más pequeños y pobres del mundo, pero también de los más poblados. Hay gente por todas partes y con las explosiones, el bullicio era tremendo: los coches, las bicicletas, la gente corriendo, la policía cargando los fusiles sin saber a dónde apuntar...Yo me agazapé por puro instinto y luego salí corriendo, con la sensación de que estaba en el lugar y en el momento equivocados, y pensando en qué razón tenía mi madre con sus advertencias».

No fue la única vez que Nacho, durante su viaje, miró al miedo a los ojos. «Curiosamente fue durante otras Navidades, las segundas. Al llegar a Lima, tras recorrer Australia, el desierto de Atacama, la cordillera de los Andes..., pensé que me merecía un descanso; pero, después de un mes de parón, bajé mucho la guardia y el primer día, ya abandonando Lima, me adentré en el barrio mas peligroso no sólo de Lima sino de todo Perú, el barrio del Callao. Se me echaron encima cinco tíos, tres me agarraron por la espalda y dos me vaciaron los bolsillos. Salí con el pantalón rajado y me fui a comisaría, donde me dijeron que había tenido suerte de salir de ahí con vida, porque ni ellos mismos se atrevían a entrar en ese barrio donde se trafica con armas y droga».

Recuerda esos dos momentos de tensión entre otros tantos. Por ejemplo, en El Salvador o en México, con tipos armados con machetes en mitad de la carretera, y le pregunto si no pensó, yo qué sé, en abandonar... «No, qué va. Más bien pensaba en que me salvaría un poco gracias a mis piernas y, otro poco, gracias a la suerte». Por fortuna, también hubo momentos inolvidables, aunque tampoco exentos de riesgo. «Una vez estuve frente a un rinoceronte en las junglas de Nepal, a escasos veinte metros. Fue un momento mágico. Eran las cinco o las seis de la tarde, había mucha niebla y vegetación. Y a esa hora y con esa niebla junto al río Rapti, apareció una sombra negra enorme, como un tanque, muy despacio... Todo el mundo echó a correr, menos yo, que me quedé confiando en mis piernas. ¡Y eso que los rinocerontes pueden alcanzar los 45 kilómetros por hora! El animal se quedó parado y yo mirándolo a él, luego se metió en el río lleno de cocodrilos, que jamás se atreverían a atacar a un rinoceronte».

Nacho viene con la mochila (o mejor dicho, el carrito) repleto de imágenes, sueños, ilusiones e ideas sobre la humanidad. Por eso, cuando le pregunto ¿y ahora qué?, no duda: «Pues ahora charlas, conferencias, escribir un libro... y después embarcarme en la siguiente aventura».

Personal e intransferible

Ignacio Dean nació en Málaga en 1980. Está soltero, no tiene hijos, se siente orgulloso de su gente y no se arrepiente de nada. Perdona y olvida porque tiene «mala memoria». Le hacen reír las cosas más absurdas y llora «cada vez menos, aunque aún por algunas cosas». A una isla desierta se llevaría «agua, un cuaderno y un bolígrafo»; le gustan los pescados, las ensaladas, la verdura y la fruta y beber agua, zumos y batidos. No tiene manías y lo del carrito que le acompaña en sus viajes es más bien una disciplina para mantener el orden, gracias a la que es capaz «de saber dónde tengo las cosas con los ojos cerrados o si tengo una lesión en los ojos». Está «libre» de vicios y suele soñar con volar. De mayor le gustaría «seguir siendo lo que soy» y si volviera a nacer, sería «un pájaro».