Viaje oficial

El Papa: «Una Europa unida y no nacionalismos exasperados»

Francisco inició ayer en Luxemburgo un viaje al corazón del viejo continente, donde estará hasta el domingo. El pontífice reivindicó la acogida a los migrantes frente a «ideologías perniciosas»

El Papa Francisco salió a tomarse un café con algunos de los agentes de la Gendarmería vaticana este jueves durante su visita a Luxemburgo en una cafetería cercana al arzobispado, donde descansó algunas horas. EFE/ Vaticanmedia SÓLO USO EDITORIAL / SÓLO DISPONIBLE PARA ILUSTRAR LA NOTICIA QUE ACOMPAÑA (CRÉDITO OBLIGATORIO)
El Papa sale a tomarse un café en LuxemburgoVaticanmediaAgencia EFE

Jorge Mario Bergoglio se ha sentido siempre un hombre libre. Como jesuita. Como arzobispo de Buenos Aires. Como cardenal. Y también como Papa. Aunque las limitaciones por ser un líder internacional son muchas, es sabido que Francisco no tiene problema alguno en salir del Vaticano para revisar su vista, para comprar unos discos de música, para hacer alguna visita algún enfermo o para rezar en la iglesia del Gesù. Este jueves hizo lo propio en el marco del viaje europeo que le ha llevado a Luxemburgo y que le situará hasta el domingo en Bélgica. Más allá de la anécdota, este gesto revela la naturalidad del pontífice y permite constatar que ha dejado atrás la gripe que le obligó a suspender su agenda pública el pasado lunes.

Todo ocurrió después del almuerzo. Fuera del programa oficial, el pontífice argentino salió a tomarse un café acompañado por algunos de los agentes de la Gendarmería vaticana, entre ellos, el comandante Gianluca Gauzzi Broccoletti. El Papa y alguno de sus colaboradores fueron a una cafetería cercana a la sede del arzobispado luxemburgués como si se tratara de un cliente más. Una fotografía da fe de la escapada del Obispo de Roma, donde se le puede observar ante el camarero del establecimiento hostelero. De camino al local, Francisco bendijo a una mujer embarazada. Tras el café, regresó al arzobispado y, desde allí, se trasladó a la catedral de Notre Dame para encontrarse con la comunidad católica local.

Ante los obispos, sacerdotes y religiosas de Luxemburgo, hizo un llamamiento a promover un «espíritu de acogida, de apertura a todos, y no admite ningún tipo de exclusión» con la mirada puesta en la actual crisis migratoria. Además, consciente de la pérdida de fieles en Europa, reivindicó que «la Iglesia, en una sociedad secularizada, progresa, madura, crece». «No se repliega en sí misma, triste, resignada, resentida; sino que acepta el desafío, en fidelidad a los valores de siempre, de redescubrir y revalorizar de manera nueva los caminos de evangelización, pasando cada vez más de una simple propuesta de atención pastoral a una propuesta de anuncio misionero», aseveró.

Esta reflexión sobre una Europa de puertas abiertas vino a dar continuidad al llamamiento que hizo en su agenda matutina. A la sobria solemnidad de la ceremonia de bienvenida en el aeropuerto Findel de Luxemburgo, les siguió una vista de cortesía en el Palacio Granducal con los grandes duques, Henri y María Teresa Mestre, acompañados por sus cinco hijos, que se desarrolló en un clima muy cálido. En el mismo lugar, mantuvo un breve coloquio con el primer ministro, Luc Frieden. El medio kilómetro que separan el palacio del «Cercle Cité», edificio histórico situado en el corazón de la capital donde estaba previsto que el Papa pronunciara su primer discurso, lo recorrió Francisco aclamado por una multitud muy variopinta, ya que el 47,3 por ciento de la población es originaria de 170 países diferentes.

El Papa inició su alocución recordando que la capital de Luxemburgo es también, con Bruselas y Estrasburgo, una de las tres capitales de la Unión Europea. «Vuestro país se ha distinguido por su compromiso en construir una Europa unida y solidaria, en la que cada país, grande o pequeño que fuera, tuviera su propio papel, dejando atrás por fin las divisiones, los contrastes y las guerras provocadas por nacionalismos exasperados e ideologías perniciosas», explicó. Y subrayó: «Las ideologías son siempre un enemigo de la democracia». A la par, dejó un recado a las autoridades presentes: «Es muy triste que hoy en un país de Europa la inversión que hace ganar más dinero es la fábrica de armas».

Consciente de hablar a un auditorio de 300 personas en el que se encontraban representantes de algunos de las más importantes instituciones europeas (entre ellos, la ex ministra española Nadia Calviño, presidenta del Banco Europeo de Inversiones, a la que saludó con especial cariño), el Papa argentino afirmó: «La riqueza es una responsabilidad. Por esa razón pido una vigilancia constante para no descuidar a las naciones más desfavorecidas, es más, para que se les ayude a salir de sus condiciones de empobrecimiento…». Justo después, lanzó un consejo: «Dejemos que Luxemburgo sea una ayuda y un ejemplo en indicar el camino a seguir para la acogida e integración de migrantes y refugiados».

Al mismo tiempo, sugirió que este país «puede indicar a todos las ventajas de la paz en contraste con los horrores de la guerra, las ventajas de la integración y promoción de los migrantes frente a su segregación, los beneficios de la cooperación entre las naciones frente a las nefastas consecuencias del endurecimiento de posiciones, y la búsqueda egoísta y miope o incluso violenta de los propios intereses».

En otro apartado de su discurso, pidió «curar la peligrosa esclerosis que enferma gravemente a las naciones y corre el riesgo de lanzarlas a aventuras con inmensos costes humanos, renovando inútiles masacres». Y para ello «es necesario que la vida cotidiana de los pueblos y de sus gobernantes esté animada por elevados y profundos valores espirituales que impidan el extravío de la razón y la vuelta irresponsable a cometer los mismos errores del pasado, agravados además por el mayor poder técnico del que ahora dispone el ser humano».

En este contexto, el pontífice jesuita reivindicó la aportación que puede hacer la Iglesia y el humanismo cristiano a la construcción de Europa: «El Evangelio de Jesucristo es el único capaz de transformar profundamente el alma humana, haciéndola capaz de obrar el bien incluso en las situaciones más difíciles, de apagar los odios y reconciliar a las partes en conflicto». De forma espontánea, reclamó a las autoridades estar atentos a las bajas tasas de natalidad, una demanda constante de Francisco, lo mismo ante los políticos italianos que ante los indonesios. «Por favor, más niños, son el futuro, no digo más niños y menos perros, pero sí más niños», comentó con una sonrisa.