Tercer día de viaje

El Papa: «La Iglesia debe ser sierva de todos sin someter a nadie»

Francisco redobla su compromiso para erradicar los abusos sexuales en su encuentro con el clero en Bélgica

El Papa Francisco en la iglesia de Saint Gilles de Bruselas, durante el desayuno que compartió con pobres y migrantes
El Papa Francisco en la iglesia de Saint Gilles de Bruselas, durante el desayuno que compartió con pobres y migrantesCIRO FUSCOAgencia EFE

Fueron los primeros en su intenso sábado porque también son una prioridad en su pontificado. La tercera jornada del Papa en Bélgica, dentro de un viaje que culminará este domingo con una multitudinaria eucaristía, Francisco la comenzó con un acto fuera de la agenda oficial: un desayuno sorpresa con pobres y refugiados en la iglesia de Saint Gilles de Bruselas. Cafés, croissants, alguna que otra cerveza fabricada en la propia parroquia y un diálogo abierto con nueve hombres y mujeres que tuvo lugar en la nave central de este templo que diariamente ofrece este servicio a los más vulnerables de la zona. Un templo que se encuentra a unos pasos de la sede de la Unión Europea, por lo que el gesto del Papa fue, a la vez, una voz de denuncia de la invisibilidad de los descartados en pleno corazón del viejo continente. Entre los testimonios que conmovieron al Papa se encontraba el de Miguel, un gitano nómada, y el de Cristo, un camerunés que sobrevivió a la travesía en patera hasta Lampedusa mientras rezaba a la Virgen. De hecho, este migrante africano no dudó en entonar el canto que dirigía a María cuando el miedo y las olas le hacían tambalearse.

«¡Gracias por esta invitación al desayuno! Es agradable comenzar el día entre amigos», les dijo el pontífice, que echó mano de su buen humor para felicitar a la comunidad parroquial por su entrega: «Me alegra ver cómo aquí el amor alimenta continuamente la comunión y la creatividad de todos: ¡Hasta habéis inventado una cerveza! ¡Está muy buena!». Con esta naturalidad, remarcó que «la caridad es un fuego que calienta el corazón, y no hay mujer u hombre en la tierra que no necesite su calor». Desde ahí, hizo hincapié en la necesidad de comprometerse «en la dinámica de la solidaridad y del cuidado mutuo».

Antes de despedirse, el pontífice regaló a la parroquia una estatua de san Lorenzo, el mártir, que, en palabras del propio Francisco, presentó a «sus acusadores, que querían los tesoros de la Iglesia, a los miembros más frágiles de la Comunidad cristiana a la que pertenecía, la de Roma: los pobres, los necesitados». El Papa trajo la figura del diácono al presente para subrayar que «la Iglesia tiene su mayor riqueza en sus miembros más débiles, y si de verdad queremos conocer y mostrar su belleza, será bueno que todos nos demos así los unos a los otros, en nuestra pequeñez, en nuestra pobreza, sin fingimiento y con mucho amor».

Rabia y dolor

Esta reflexión fue el prólogo para el encuentro que mantuvo minutos después con los líderes de la Iglesia católica belga en la basílica del Sagrado Corazón de Koekelberg. Ante los obispos, sacerdotes, religiosos y catequistas, redobló su petición de perdón por los abusos cometidos en el seno de la Iglesia, como hiciera el día anterior ante los reyes, Felipe y Matilde, y ante el primer ministro, Alexander De Croo. En esta ocasión, partió del testimonio ofrecido por Mia De Schamphelaere, coordinadora de un centro de acogida y acompañamiento de víctimas de la pederastia eclesial en Flandes.

«Tras la confesión de abusos por parte de un obispo–se refería Roger Vangheluwe, que abuso de su sobrino durante ocho años–, la conmoción social fue grande», explicó ante el Papa esta senadora honoraria». «Le siguió –en palabras de Mia– una avalancha de denuncias de víctimas que declaraban, a veces por primera vez en su vida, que habían sufrido abusos cuando eran pequeños por parte de un sacerdote o religioso». «Como muchos ciudadanos, sentimos horror, tristeza e impotencia. También nos sentimos conmocionados y avergonzados como creyentes», expuso esta abogada.

Ante su testimonio, Jorge Mario Bergoglio agradeció «el gran trabajo que hacen para transformar la rabia y el dolor en ayuda». En ese momento, todos los presentes en el templo rompieron en un cerrado aplauso que le permitió al Papa ahondar en la cuestión: «Los abusos generan atroces sufrimientos y heridas, mermando incluso el camino de la fe». A ojos del Sucesor de Pedro, «se necesita mucha misericordia para no permanecer con el corazón de piedra frente al sufrimiento de las víctimas, para hacerles sentir nuestra cercanía y ofrecerles toda la ayuda posible, para aprender de ellas –como lo has dicho tú, Mía– a ser una Iglesia que se hace sierva de todos sin someter a nadie». En esta misma línea, comentó que «una raíz de la violencia está en el abuso de poder, cuando utilizamos nuestros roles para aplastar o manipular a los demás».

Más allá de la crisis de los abusos, la visita papal a cualquier país lleva consigo hacer una radiografía de la realidad eclesial y de los retos de la comunidad católica. Y así lo hizo Francisco, en uno de los países que encarna la galopante secularización de Europa. Sin embargo, lejos de darles un tirón de orejas por los bancos vacíos de los templos, apreció que los cristianos belgas constituyen «Iglesia en movimiento». A la par, reconoció que «hemos pasado de un cristianismo establecido en un marco social acogedor, a un cristianismo ‘de minorías’ o, mejor dicho, de testimonio». Por ello, reivindicó a los presentes «la valentía de una conversión eclesial, para comenzar esas transformaciones pastorales que tienen que ver incluso con las costumbres, los modelos, los lenguajes de la fe, para que estén realmente al servicio de la evangelización».

Y al abordar esta cuestión, Francisco recibió una nueva ovación a su discurso. «En la Iglesia hay lugar para todos y ninguno debe ser fotocopia de nadie. La unidad en la Iglesia no es uniformidad, se trata más bien de encontrar la armonía en la diversidad», afirmó con una clarividencia que fue correspondida con otro aplauso.

El pontífice latinoamericano aprovechó para defender la razón de ser del Sínodo de la Sinodalidad, que arranca la próxima semana en Roma y en la que se busca apuntalar reformas estructurales en la Iglesia, precisamente para responder a los desafíos del mundo de hoy. Eso sí, dejó claro que no todo vale en esta puesta a punto.

«El proceso sinodal debe ser un retorno al Evangelio, no debe haber entre las prioridades alguna reforma que vaya ‘a la moda’, sino más bien cuestionarse», aclaró. Y como encargo a los católicos belgas, les dejó una pregunta abierta: «¿Cómo podemos hacer llegar el Evangelio a una sociedad que ya no lo escucha o que se aleja de la fe?».