Historia

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Paracaidistas sobre Normandía

El decisivo desembarco aliado en Francia, el 6 de junio de 1944, vino precedido de una arriesgada operación aerotransportada.

Paracaidista norteamericano de la 82ª división salta sobre Normandía
Paracaidista norteamericano de la 82ª división salta sobre Normandíalarazon

El decisivo desembarco aliado en Francia, el 6 de junio de 1944, vino precedido de una arriesgada operación aerotransportada.

El Reino Unido llevaba meses siendo un hervidero de soldados de infantería, carristas, ingenieros, artilleros, paracaidistas..., soldados y mandos, todos esperando el momento decisivo. El Reino Unido llevaba meses siendo un hervidero de rumores. Al final, el Día D, con veinticuatro horas de retraso, se desencadenó el 6 de junio de 1944. La acción comenzó el 4, cuando decenas de hombres fueron llevados a sus puntos de embarque, donde el retraso provocó que la mayoría pasaran dos noches sobre las olas, helados y mareados. Solo los paracaidistas se libraron de aquello, para ellos solo habría una, la del 5 al 6, durante la cual embarcaron en los aviones, sufrieron la experiencia del viaje aéreo en medio de la oscuridad y, cuando llegó la luz, saltaron sobre el enemigo.

El periodista Cornelius Ryan contó muy vívidamente la experiencia de uno de los primeros paracaidistas estadounidenses en llegar a tierra, un pathfinder, un soldado de reconocimiento llamado Robert M. Murphy que cayó en el jardín de la señora Levrault cuando esta salía de la pequeña cabaña, al fondo del mismo, que le servía de excusado. «Tras llegar a tierra, cogí mi cuchillo, que llevaba en la bota, y me liberé del arnés. Sin darme cuenta, también corté la correa de un morral que contenía trescientas balas». Eran las 0.15 horas del Día definitivo. En 1958 la señora Levrault todavía conservaba esos cargadores. Murphy es un ejemplo perfecto de aquella noche caótica, cayó solo y lejos de su objetivo. Los pilotos contarán historias terribles, de muros de fuego antiaéreo, violentas ráfagas de aire, la espantosa sensación de encontrarse solos en el cielo tras haber perdido la formación, y sin duda la aplastante responsabilidad de tener que dar la señal de salto sin estar seguros de si estaban sobre el lugar correcto o no.

Una altura excesiva

El coronel Louis Mendez no murió, pero bien pudo haber sido uno de los caídos: «Nos encontramos con problemas desde el momento del aterrizaje. La defensa antiaérea era terrible, saltamos desde unos 700 metros con la totalidad de la formación, lo que era una altura excesiva. Más tarde, al comprobar mi mochila, observé que, durante mi largo descenso, tres balas la habían atravesado. Llegué a tierra en torno a las 2.30 horas y, con excepción de mi mensajero, no vi a nadie».

No muy lejos de allí, al este del río Orne, aunque bien podría ser el otro extremo del mundo, más hombres viven experiencias similares, se trata de los paracaidistas de la 6.ª División Aerotransporta británica, que aterrizan bajo la insignia de Pegaso. Uno de ellos es el teniente coronel Richard Geoffrey Pine-Coffin (literalmente, ataúd de pino), al mando del 7.º Batallón, que saltó calzado con unas botas de vaquero, con sus espuelas y todo... para caer en algún lugar desconocido. No todos saltaron desde un avión, algunos viajaron en planeadores, una experiencia igualmente aterradora sobre todo si tenemos en cuenta que, a diferencia de los paracaidistas, aquellos hombres no eran voluntarios. La trágica historia del Horsa CN 35 es un buen ejemplo. Tras despegar de Brize Norton, el aparato cortó el cable en algún lugar sobre la costa. Perdidos, el piloto acabó por estrellarlo cerca de Saint Vaast en Auge, 15 km al nordeste del lugar previsto. Ambos pilotos y tres pasajeros murieron a causa del golpe, dos soldados conseguirán esconderse en el lavadero de una granja cercana, pero serán capturados por los alemanes el día 8 de junio. Al otro lado de la colina, no tarda en cundir cierto nerviosismo. «¿Qué está pasando?». Ruge al teléfono Werner Pluskatt, comandante del 1.er Batallón del 352.º Regimiento de Artillería, otro de los entrevistados por Cornelius Ryan. Quien le contesta, con cierta condescendencia, es su superior, el teniente coronel Ocker: «Mi buen Pluskatt, todavía no sabemos lo que sucede. En cuanto estemos informados, se lo haremos saber». Pronto los alemanes reaccionarán, pero para entonces un peligro aún mayor se cernirá sobre ellos: el desembarco en las playas.

Para saber más

«Normandía (I). el asalto aerotransportado»

Desperta Ferro Contemporánea, nº 33

68 páginas, 7 €