Teología de la Historia
«Perdón y paz» frente a la guerra: Chandavila en España y Fátima en Portugal
El 27 de mayo de 1945 la Virgen se apareció sobre un castaño a una niña de 10 años en Chandavila, lugar de La Codosera (Badajoz)
Hay unas mariofanías sucedidas a mediados del pasado siglo en Extremadura que no gozan del conocimiento general por parte de la población nacional ni, en consecuencia internacional, que sin duda lo merecería dadas las circunstancias tan significativas que las acompañaron. Por desgracia, no constituye esto una excepción en nuestro país, sobre todo teniendo en cuenta que, como afirmó el gran Papa san Juan Pablo II, España es «Tierra de María». Palabras providenciales viniendo de un Papa reconocido como un singularísimo devoto de la Virgen, a la que incluso dedicó su lema episcopal y pontificio «Totus tuus» (Todo tuyo).
De esta forma se despedía Juan Pablo II en Madrid al finalizar la que sería su quinta y última visita apostólica el domingo 4 de mayo de 2003, tras presidir en la Plaza de Colón una excepcional ceremonia de canonización de cinco nuevos santos españoles, tres mujeres y dos hombres: San Pedro Poveda, san José María Rubio, santa Ángela de la Cruz, santa Genoveva Torres y santa Maravillas de Jesús.
Le acompañaban una multitud de fieles que llenaban toda la plaza y las calles adyacentes, encabezados por los Reyes Juan Carlos y Sofía, el Gobierno y su Presidente José María Aznar, así como representantes de todas las instituciones del Estado y el jefe de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, que incluso mantuvo un breve encuentro con él en la sacristía al acabar la ceremonia. Ese acto había estado precedido la tarde anterior por un encuentro con los jóvenes también multitudinario en la base aérea de Cuatro Vientos.
Este recuerdo resulta muy oportuno como pórtico para comentar lo decepcionante que resulta comprobar que, de las muy importantes mariofanías acontecidas en la «Tierra de María» el pasado siglo XX, ninguna haya sido reconocida como aparición mariana de manera formal y expresa por la correspondiente jerarquía eclesiástica. Ese pronunciamiento asertivo lo manifiesta la Iglesia –previa la correspondiente investigación sobre los hechos– proclamándolo mediante la fórmula canónica de que «consta la sobrenaturalidad» de lo acontecido. Pero si esto es doloroso, más sorprendente resulta, si cabe, por cuanto de facto, en algunas mariofanías, como la pacense que vamos a comentar a continuación, la jerarquía diocesana se ha mostrado muy favorable a aprobarlas desde el comienzo de las manifestaciones.
Ahora hablaremos de lo sucedido en torno a las tres de la tarde del 27 de mayo de 1945 en el enclave conocido como Chandavila, en el municipio de La Codosera (Badajoz). Pero antes veremos cómo el lugar y el momento –el espacio y el tiempo– en los que se produjeron aquellos acontecimientos, no resultan nada «casuales» ni fruto de un inexistente azar, por supuesto; siendo una vez más prueba inequívoca de la certeza de lo afirmado por el gran Papa polaco y que da título a estas crónicas de Teología de la Historia. El «lugar», junto a la frontera portuguesa, y el «momento», mayo de 1945, nos remiten de forma inmediata a unos acontecimientos que marcaron la Historia mundial del siglo XX: las dos Guerras Mundiales y Fátima.
Ya es muy conocido lo sucedido el 13 de mayo de 1917 en la (hasta entonces) ignorada e insignificante aldea portuguesa, al producirse las apariciones de la Virgen María a tres pequeños pastorcillos a partir de aquel día y hasta el 13 de octubre del mismo año. También es bien sabido que en aquellos tiempos, la humanidad atravesaba una situación que, sin exageración ninguna, puede calificarse como la de mayor gravedad de la Historia de Europa hasta ese momento: la guerra comenzada en 1914 que, tres años después, ya era la mayor contienda conocida en la Historia, al convertirse nada menos que en la primera guerra de ámbito mundial. Y además de ello, con el peligro añadido de ser el preludio de una guerra todavía mayor en un próximo e inmediato futuro si no se le ponía el remedio requerido a aquella dramática situación. Y la Madre de Dios y Madre de toda la humanidad actuó como toda madre, acudiendo a socorrer a sus hijos cuando corren peligro. Para eso vino del Cielo la Virgen, y ya conocemos el auxilio que ofreció, la decepcionante respuesta que obtuvo de quienes la debían proporcionar, y las consecuencias padecidas por la humanidad. Serán la Segunda Guerra Mundial, «la guerra mayor» respecto a la que se estaba desarrollando en 1917 y, además, «la expansión por el mundo de los errores de Rusia», el comunismo.
El 13 de octubre de 1917 será el mes de la última mariofanía en Fátima, con la danza del sol contemplada por decenas de miles de personas, que llamativamente «coincidirá» con el mes que pasará a ser conocido por la historiografía como el «Octubre Rojo» tras el triunfo de la Revolución bolchevique. Con esta revolución, el imperio de los zares se transformará en la URSS, la «Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas», una superpotencia comunista con Rusia en cabeza. Tras pactar Hitler con Stalin el reparto de Polonia, las repúblicas bálticas de Lituania, Letonia y Estonia, así como parte de Finlandia y otros territorios de la zona oriental de Europa, el 1º de septiembre de 1939 comenzará la guerra que podía y debía haberse evitado si se hubiera cumplido lo anunciado por la Virgen en Fátima el 13 de julio de 1917, y reiterado con urgencia en la localidad gallega de Tuy el 13 de junio de 1929. La guerra finalizará en Europa el 8 de mayo de 1945, aunque proseguirá en el Extremo Oriente, en el Pacífico, contra el imperio del Japón.
Pues bien, unos días después, el 27 de mayo de ese año la Virgen cruzaba la frontera de Portugal hasta llegar a Chandavila, lugar de La Codosera, municipio situado a casi 60 kilómetros al noroeste de la capital de la provincia de Badajoz, junto al límite fronterizo con Portugal. Ese domingo 27 de mayo se aparecerá sobre un castaño a Marcelina Barroso, una niña de diez años que se encontraba realizando un encargo a su madre.
Pese a que en Europa se vivía un clima de comprensible alegría tras la hecatombe padecida durante casi seis terribles años, que ocasionaría una tragedia sin precedentes, la celestial mensajera vendrá revestida de negro y con el semblante triste como Virgen de los Dolores, en aparente contraste. Sin duda triste y dolida por tantas muertes de hijos suyos, ¡60 millones!, que hubieran podido evitarse de haber sido atendida su petición.
Pero no sería esa la única razón, sino el conocimiento de que esa terrible experiencia –todavía no finalizada en el otro extremo del mundo– volvería a repetirse de no cambiar el rumbo la humanidad. Allí impetrará la necesidad de la oración, el sacrificio y la penitencia, pidiendo perdón a Dios de tantas ofensas como se producen destacando que, para conseguir la paz, es necesario el perdón, pues la verdadera paz no es la simple carencia de la guerra.
A destacar que el 4 de junio pedirá que anualmente cada 4 de septiembre se celebre una «misa de campaña» en la ermita que solicitó se construyera junto al castaño de su manifestación. En aquel momento no se entendió el significado de aquella concreta súplica en esa fecha, pero no pasaría mucho tiempo para advertirlo. Apenas tres meses después, el 2 de septiembre, Japón firmaba la rendición a bordo del acorazado Missouri atracado en la bahía de Tokio, en presencia del alto mando militar estadounidense, con el General Mac Arthur al frente, dando fin a la Segunda Guerra Mundial.
Cada año desde 1945 esa misa de campaña (misa «militar») solicitada por la Virgen se celebra en La Codosera, «casualmente» en vísperas de la efeméride del final de la guerra. El perdón y la paz son las dos palabras que presiden la fachada del hermoso santuario construido en el enclave paradisiaco de Chandavila, un auténtico «cachito de Cielo en la tierra».
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