Opinión
No poder volar
Ellas que han gestado, parido y cuidado a la criatura, no pueden dejar de hacerlo mientras está en el nido
Mi hijo, y eso me habla de su buena salud mental, está deseando volar del nido. Aún está lejos de la edad media en que los jóvenes dejan la casa materna, que es casi a los treinta. Sí, es asombroso lo que dicen los datos, que, en los países del sur de Europa, más del 40% de los adultos de entre 25 y 34 años aún viven en casa de sus padres.
Dicen también que esta antinatura realidad afecta a la salud de las madres –no de los padres– que expresan que seguir cuidando de cachorros ya más que adultos agota su energía.
La razón de que sean ellas las perjudicadas pueden imaginarla. Ellas que han gestado, parido y cuidado a la criatura, no pueden dejar de hacerlo mientras está en el nido, aunque el pájaro pese ya ochenta kilos y medio. Eso significa que las madres seguirán buscando su sustento, dándoselo en el pico; lavándolos y protegiéndolos de los depredadores. En una palaba, las madres seguirán alimentando y cuidando a un hijo, cuando, ya añosas, no tienen la fuerza suficiente para hacerlo.
Eso cansa, cansa la edad, y planchar las camisas grandes, y pensar qué darles hoy de comer, y tirar del carro. Los hijos, que todos lo hemos sido, no podemos cortar ese cordón umbilical tan calentito y cómodo mientras estamos con ellas. Y abusamos. Solo cuando volamos a nuestra propia guarida y tenemos que llenar la nevera y pagar el gas, maduramos; entendemos que la vida es una lucha incesante con momentos muy hermosos. Porque la independencia es fundamental para el ser, para ser uno mismo, aunque la sociedad no lo ponga fácil.
De modo que no solo vivir con los progenitores es malo para ellos, es también malo para los jóvenes que no sabrán coger los vientos favorables a tiempo, que se sentirán frustrados en una jaula antigua.
Hoy nuestros hijos tienen enormes dificultades para encontrar un trabajo digno. Y qué decir de la vivienda. Pobres, no les dejamos volar.
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