
Entrevista
La presidenta del Colegio de Ingenieros Técnicos Forestales: «Prevenir fuegos es mucho más barato que extinguirlos»
Ana Belén Noriega reclama una política a nivel nacional en esta materia. Menos del 20% de la superficie forestal cuenta con algún tipo de gestión frente a los incendios

Los incendios forestales que asolan nuestro país han abierto muchos interrogantes sobre cómo se debe actuar antes, durante y después de los mismos, frente al hecho incuestionable de que cada vez son más frecuentes y de mayor gravedad. Para dar respuesta a algunas de estas preguntas LA RAZÓN ha hablado con la presidenta del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales (Coitf), Ana Belén Noriega, que es ingeniera técnica forestal con una sólida y reconocida trayectoria profesional.
Estamos viviendo una de las peores olas de incendios de este siglo en España. ¿Cuáles son, en su opinión, las causas más destacadas?
Se han alineado varios factores: una primavera larga y lluviosa que ha propiciado un notable crecimiento del pasto, seguida de olas de calor intensas que lo han secado rápidamente. La presencia de paisajes continuos con baja o nula gestión, con mucha biomasa que actúa como combustible, unido a vientos secos y una bajísima humedad del aire. Se ha dado, por tanto, la regla del 30: temperaturas por encima de los 30ºC, vientos superiores a los 30 km/h y humedad relativa inferior al 30%. Además, hay una realidad de fondo: la pérdida de actividad rural y poca gestión del territorio por el abandono de los usos agroforestales (pastoreo, aprovechamientos de montes…); la vegetación se densifica y se vuelve continua; cualquier chispa prende en un «tapiz» conectado. Por otro lado, las estadísticas coinciden en que la inmensa mayoría los fuegos tienen origen humano, aunque causas naturales como los rayos van ganando importancia.
Se dice que España invierte más en extinguir que en prevenir. ¿Es así? ¿Qué consecuencias tiene a medio y largo plazo?
El foco presupuestario sigue muy centrado en la respuesta a la emergencia, cuando lo eficaz es equilibrar la balanza hacia la prevención. La evidencia es clara, cada euro para reducir el riesgo evita muchos más en pérdidas futuras. Invertir «en verde», en prevenir y generar actividad en las zonas rurales es más barato que invertir en extinción, con la consiguiente necesidad posterior de restaurar las zonas incendiadas. Prevenir significa crear discontinuidades, mantener mosaicos agroforestales, redactar y ejecutar planes de autoprotección de los pueblos, reforzando el empleo rural todo el año. Es además muy importante realizar evaluaciones de qué funciona y qué no, para poder aplicar políticas efectivas.
¿Cuáles son las principales barreras políticas que impiden una gestión forestal más eficaz?
Es imprescindible la planificación en los territorios forestales, que representan el 56% de la superficie del país. Las cifras actuales indican que estamos por debajo del 20% de superficie forestal con algún instrumento de gestión. ¿Por qué planificar? Para diseñar estrategias de gestión forestal sostenible a largo plazo en estos espacios cada vez más frágiles, y que se doten de presupuesto para poder llevarlos adelante. En muchos casos, la tramitación es lenta y complicada, a lo que hay que sumar la heterogeneidad de criterios y la debilidad de medios en muchos ayuntamientos de zonas de alto riesgo, lo que dificulta disponer de Planes Locales de Emergencia y autoprotección plenamente operativos. Por otro lado, hay que tener en cuenta que el 72% del territorio forestal es de propiedad privada, bosque familiar, minifundio en muchos casos, especialmente en el norte. Mantener estas superficies es en muchos casos costosa y difícil de llevar a cabo, además, por la falta de profesionales en el mundo rural. El mapa de la despoblación, de la España vaciada, coincide en un altísimo porcentaje con el mapa forestal.
¿Cree que el papel de los ingenieros forestales está suficientemente valorado por las administraciones?
En un contexto de crisis climática, aumento de incendios forestales, pérdida de biodiversidad y necesidad urgente de gestionar de forma sostenible los recursos naturales, se requiere no solo un mayor número de profesionales, sino también nuestra presencia en puestos de responsabilidad. Actualmente, la planificación y gestión forestal a menudo queda relegada o fragmentada entre diferentes departamentos, lo que limita la eficacia de las actuaciones. Incorporar profesionales forestales en cargos directivos permitiría integrar criterios técnicos, científicos y de sostenibilidad en las políticas públicas, garantizando una gestión más eficiente, preventiva y adaptada a las realidades del territorio. Entre nuestras funciones clave están la planificación y ejecución de la gestión forestal sostenible en montes públicos y privados, en espacios protegidos como parques nacionales o naturales y en montes que no están dentro de una figura de protección, pero que no deben quedar «desprotegidos» de la gestión activa. En materia de incendios forestales, la planificación es igualmente fundamental: diseñar puntos estratégicos de gestión que frenen la propagación del fuego, establecer planes de autoprotección y favorecer un territorio productivo, diverso y seguro.
¿Se puede adaptar el terreno a un clima cada vez más extremo?
Se puede y se debe. Siempre ha habido cambios en el planeta, el problema que afrontamos actualmente es la velocidad del cambio. La clave es pasar de montes «compactos» a paisajes en mosaico en las zonas de riesgo. Distintas especies, edades y densidades crearán paisajes más resistentes al fuego. ¿Cómo se logra? Con selvicultura preventiva: aprovechamientos forestales que activan la bioeconomía en la zona (madera, resina, plantas aromáticas y medicinales, setas, corcho, esparto...), claras y podas, pastoreo y ganado extensivo, entre otras actividades y, para prevención de incendios, donde proceda y con garantías, quemas prescritas para reducir la biomasa de forma controlada. Los mapas de riesgos actualizados son muy necesarios para determinar los objetivos de la gestión. También es conveniente fijar metas sencillas, por ejemplo, gestionar cada año un porcentaje mínimo de superficie en zonas estratégicas, en torno al 1% de la superficie forestal; asegurar equipos y empleo estable en el monte los 12 meses; y orientar la reforestación donde sea necesaria, a especies autóctonas y procedencias adaptadas a las condiciones climáticas futura.
¿Qué actuaciones se deberían llevar a cabo sobre la superficie quemada?
Lo primero es evaluar y proteger el suelo el primer año. Si se pierde por erosión, cuesta mucho recuperarlo. Ahí funcionan técnicas sencillas y efectivas: mulching (cubrir el terreno con paja o astilla para amortiguar la lluvia y conservar humedad), fajinas (hileras de ramas o troncos en curva de nivel que frenan la escorrentía) y albarradas (pequeños diques de madera o piedra en regueros), que retienen sedimentos y estabilizan laderas. También las mantas orgánicas con hidrosiembra en taludes sensibles son muy efectivas. Hay que dejar claro que en España no se puede cambiar el uso forestal de un terreno incendiado durante al menos 30 años. Por lo tanto, el incendio no es una puerta a la especulación. La restauración tras el incendio debe ser la oportunidad para crear paisajes más resilientes, favorecer la regeneración natural cuando sea viable, reforestar selectivamente con especies autóctonas y de procedencias adecuadas que puedan prosperar adecuadamente, conservar parte de la madera quemada donde proteja el suelo y dé hábitat, y retirar la biomasa quemada en la medida que sea conveniente, para evitar el riesgo de plagas o enfermedades.
Desde un punto de vista medioambiental, ¿hay alguna razón que explique por qué se quema el oeste de la península?
En el noroeste confluyen mucha biomasa continua, orografía compleja y episodios de viento y calor que aceleran la propagación. A eso se suma el minifundio y abandono de usos tradicionales, que dificultan gestionar a escala de paisaje. El resultado: más oportunidades de que un incendio se descontrole y se convierta en gran incendio, si se dan además las condiciones climatológicas adecuadas, como este mes de agosto. El incendio no es «culpa» de una especie concreta; este verano estamos viendo arder masas de castaño, roble, pino o choperas. Lo que determina las características y la peligrosidad del incendio es la estructura y continuidad de la biomasa, que se convierte en combustible. Es imprescindible poner en marcha una gestión adaptativa que haga nuestros bosques y su biodiversidad más resilientes, diseñando planes que se adecúen a las características de los distintos ecosistemas. Para conseguir la sostenibilidad debemos tener en cuenta las tres «patas» que la soportan: la medioambiental, la social y la económica. La gestión debe ser respetuosa con el medio a la vez que beneficiosa para las poblaciones de los territorios forestales, con su uso sostenible.
¿Qué medidas preventivas considera urgentes para reducir la gravedad de los incendios ya el próximo verano?
Hay que incidir en varios puntos: aumentar las inversiones en prevención; recuperar y abrir caminos seguros para acceso a los montes; ejecutar planes de autoprotección municipales y vecinales con franjas de seguridad alrededor de casas y naves, accesos despejados para bomberos e instalación de hidrantes; actuar en puntos estratégicos de gestión, en los que pequeñas actuaciones resultan muy beneficiosas y convenientes a la hora de controlar y gestionar si llega un incendio; promover empleos estables para cuadrillas de prevención y equipos de restauración temprana. Hay que incidir en la promoción de los paisajes agroforestales, con el apoyo del pastoreo y la ganadería extensiva y en la formación de la ciudadanía. Tanto las poblaciones locales como los veraneantes deben estar informados y concienciados sobre las medidas de autoprotección ciudadana y los protocolos en caso de incendio.
¿Qué avances tecnológicos pueden marcar la diferencia en la lucha contra el fuego: drones, satélites, inteligencia artificial…?
La tecnología multiplica la eficacia si hay gestión en el terreno. Actualmente contamos con satélites y servicios europeos que mapean perímetros y severidad en horas. El satélite Copernicus EMS (UE) activa Rapid Mapping, que delimita perímetros y daños; además, el mecanismo rescEU preposiciona aviones y equipos en países de alto riesgo cada temporada. Los drones y sensores mejoran la vigilancia y los primeros ataques. Los datos que proporcionan permiten priorizar dónde reducir combustible y dónde actuar primero. Resulta de gran utilidad tener visores cartográficos integrados, alimentados con los datos oficiales de las distintas administraciones: incendios, severidad, límites de espacios protegidos, etc. para poder trabajar de forma coordinada, ya que el fuego no entiende de límites administrativos. En un futro próximo estarán disponibles más redes de cámaras de vigilancia con IA para procesar los datos de forma más efectiva.
Con el cambio climático se prevé que los incendios sean más frecuentes e intensos ¿Estamos preparados como país para este escenario?
Tenemos grandes profesionales de extinción, pero necesitamos dar un salto en prevención y cultura del riesgo. La salida pasa por una política de Estado con acuerdos que trasciendan los ciclos electorales, porque las soluciones deben actuar en el corto, medio y largo plazo. Es necesario reequilibrar los presupuestos hacia la prevención y la gestión, planificar y actuar cada año, con métricas claras, y consolidar empleo estable ligado al monte que impulse la gestión forestal sostenible y la bioeconomía circular, reconocer y remunerar los servicios ecosistémicos mediante pagos por servicios ambientales (PSA), ordenar la interfaz urbano-forestal y adaptar el urbanismo, además de informar y formar sobre el uso responsable y sostenible del bosque para reforzar la corresponsabilidad ciudadana, incluyéndolos además en los programas educativos de educación primaria y secundaria. No podemos resignarnos: debemos reducir el riesgo y proteger lo que importa, las personas, los hogares, la naturaleza, al tiempo que activamos la economía local y la bioeconomía.
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